¡Toma, Moreno, toma!

PRÓLOGO

No fui un niño que tuviera pesadillas. Las vine a padecer oficialmente mayor y son tan extrañas y amargas que no merece la pena que insista en las muy jodidas. Pienso ahora que si fui una feliz criatura que solía dormir como un lirón sin que me asaltaran los miedos se debe, probablemente, a que desde muy pequeño me sedujo en el amplio universo del entretenimiento eso que se llama género de terror. Con todas sus chispeantes variantes.

Empaparme a tierna de edad de las historietas truculentas que publicaban revistas como Vampus o Rufus, Dossier negro o Espectro, así como de todas aquellas novelas y películas que se me ponían a tiro blindó mi cerebro hacia todos aquellos terrores que profanaban el sueño de mis amigos.

Reconozco, no obstante, que como espectador de esta clase de películas no soy el más recomendable ya que suelo brincar en la butaca. Recuerdo incluso que en una ocasión hasta solté un alarido.

Esto del grito sucedió hace muchos años y fue durante la proyección de una película de la que hablaré más abajo y que disfruté (porque con este género el que suscribe disfruta) en el ya legendario por desaparecido cine Greco, en la capital tinerfeña.

MIS MIEDOS INFANTILES

Si hay algo que siempre me ha producido mal rollo en las películas de terror son todas aquellas que están protagonizadas por niños y juguetes infantiles. Y si estos juguetes son muñecos la piel se me pone literalmente de gallina.

Este post me lo sugirió el visionado el otro día de un episodio de la Dimensión desconocida que pesqué en YouTube (hay que ver las tres partes) y que se titula, precisamente, El muñeco. Pueden disfrutarlo en versión original y también con doblaje sudamericano si pichan el enlace. Yo escogí la versión doblada porque me apetecía volver a escuchar aquellos acentos y recuperar mis viejos tiempos ante el televisor en blanco y negro que había en casa de mis padres (todavía me acuerdo de su marca, Pradoni) y que jubilamos cuando se impuso la tele a color sin que ningún día dejara de prestar leal servicio.

Es probable que si algunos de ustedes pinchan el enlace para contemplar este episodio de Twilight Zone se pregunten cómo demonios le produjo tal viruje a quien les escribe, pero créanme si les digo que fue verlo el otro día y no parar de mirar hacia atrás por si aparecía el puñetero muñeco del ventrílocuo.

Y PESE A TODO ME GUSTAN LOS VENTRÍLOCUOS

A mi los ventrilocuos me gustan bastante, debe ser porque los muñecos y en ocasiones quienes los manejan me dan miedo. Y ya saben que el miedo es una de las emociones más antiguas de la humanidad.

Es tanta mi pasión por los ventrílocuos que incluso me gustan malos ventrílocuos como Mari Carmen y sus detestables muñecos. Comenzando por doña Rogelia y terminando con aquel pato chulazo que se llamaba Nico. Mari Carmen sin embargo no copa el sube y baja de mis cotidianos desprecios como José Luis Moreno, un personaje que ya de por sí parece sacado de un cuento de terror por aquello de que parece ser el verdadero muñeco y no Macario o el cuervo Rockefeller, tan simpático con su reivindicativo ¡toma Moreno, toma!

Respecto a las películas con ventrílocuos como protagonistas (la mayoría curiosamente de carácter fantástico) les invito a que pinchen este enlace, ya que ha sido repasar la extensa lista de nombres que se citan para que inmediatamente volviera al pasado al recordar la primera y última vez que vi la excelente Al morir la noche, y la mejor de las cinco historias que se desarrollan en esta película protagonizada por un ventrílocuo y su muñeco. Me consta que ha sido editada recientemente en formato dvd.

EL GRITO

Como me he ido por las ramas, ya que comencé relatando mis miedos con niños en el cine  (Suspense y El otro me vienen ahora a la cabeza) o con juguetes como protagonistas, aprovecho este espacio para contarles lo que avanzaba al principio, mi primer y único grito de terror que he soltado viendo una película en pantalla grande. Con Tiburón no vale porque ahí lo que chillamos la chiquillada fue el ya mítico: “muere hijo de puta” cuando Roy Scheider manda al infierno al gigantesco escualo.

El filme al que me refiero es Poltergeist, de Tobe Ho0per macerado por Spielberg, y la escena –para quien la haya visto– es aquella en la que el niño despierta por la noche a causa de una tormenta y mira a su alrededor cuando sus ojos descubren sentado en una silla a su muñeco gigante de payaso. El chico continúa con su inspección ocular y cuando regresa a la silla descubre (glup) que el payaso ya no está. Y entonces… entonces… Brrrrr, todavía me produce escalofríos evocar esa escena.

EPÍLOGO

Les contaba al principio que no fui un niño con pesadillas. Y es verdad. Los miedos conjuraron en mi cabeza cuando dejé de llevar pantalones cortos. Miro hacia atrás quizá por la necesidad de comprender el origen de mis actuales pesadillas y ahora llego a la conclusión que cuando fui infante vi la luz: esto de ser adulto es lo mismo que convertirse en un muñeco.

Ya no sé si de ventrílocuo.

Saludos, ¡a lo toma Moreno, toma!, desde este lado del ordenador.

3 Responses to “¡Toma, Moreno, toma!”

  1. David Cuadrado Says:

    Hasta hace poco no supe que era un episodio de la Dimensión desconocida, pero te puedo asegurar que la ví a escondidas de pequeño (desde el pasillo) y me traumatizó… Estuve dos semanas o más con todos mis peluches y muñecos encerrados en el armario y tuve varias pesadillas… Es muuuy inquietante y para mi mente infantil fue un verdadero shock!

  2. Popo Says:

    Necesito el muñeco

  3. admin Says:

    take it easy, boy!

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