Sergio Ramírez: “Yo persigo la forma que no encuentra mi estilo”

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez (Masatepe, 1942) participó el pasado noviembre en el ciclo La condición humana, que organiza la Fundación de CajaCanarias y escenario en el que desgranó algunas de las características en las que se sostiene su literatura. Una literatura que permanece muy unida a su trayectoria política ya que Ramírez tuvo un papel protagonista en la revolución sandinista, una revolución de la que hoy es junto a Ernesto Cardenal uno de sus representantes más desencantados.

- Nicaragua es tierra de poetas pero usted salió narrador.

“Es cierto que la tendencia en Nicaragua fue siempre la poesía aunque me di cuenta muy pronto que lo que yo quería era ser narrador, contar historia, entender los por qué de lo que me rodeaba. Mi primera experiencia cuando llegué a la Universidad, allí hacinado en un aula muy pequeña junto a un centenar de estudiantes, consistió en cómo sostenerme porque los que procedíamos de pueblos pequeños para continuar la carrera teníamos que empeñar los libros, que entonces eran muy caros, y los anillos de bachillerato para sobrevivir y mi primer cuento fue sobre todo eso, sentí la pulsión de contar a otros lo que a mi me parecía que era singular y de lo que no se daban cuenta los demás.”

- ¿Qué libros son los que marcan esta etapa de su vida?

“Mira, yo lo que quería era ser cuentista porque para mi la novela y el cuento no tenían nada que ver, así que comencé primero a leer cuentistas como Chéjov, O. Henry, Bierce, Horacio Quiroga, un autor hoy bastante olvidado; Rulfo no había llegado en ese momento, pero los autores que leí me enseñaron una forma moderna de expresar lo que quería decir.”

- ¿Y no leía a escritores nicaragüenses?

“No, no leía a escritores vernáculos sino a los cuentista modernos –para mi Chéjov era moderno– lo que me ayudó a ir buscando las reglas de un género muy complicado como es el cuento y a estimular la ambición de contar una historia en pocas páginas que al final tuviera un final sorpresivo. Eso era entonces lo que buscaba.”

- De los cuentistas que mencionó antes Chéjov era ruso y Bierce y O.Henry, norteamericanos. El único sudamericano es Quiroga.

“Es que en aquel entonces no conocía a Borges ni a Cortázar. Estoy hablando del año 1959 y tras graduarme el siguiente paso que di fui irme a vivir a Costa Rica, que era un país muy distinto a Nicaragua. En San José había librerías excelentes y en las vitrinas de esas librerías me encontré por primera vez con Rulfo, Borges, Cortázar. Más tarde leí en Méjico a Fuentes y Elizondo aunque mi primera novela, Tiempo de fulgor, ahora que la releo, veo que ahí está Rulfo, que fue mi modelo de entonces.”

- ¿Cuál es su desafío como escritor?

“Encontrar mi propia voz, tener un estilo, ser reconocido por un estilo. Después de tantos años de escribir esa sigue siendo mi ambición. Poder hacer una síntesis de todas las voces del pasado para decir este soy yo. Hay un poema de Rubén Darío en el que escribe: yo persigo la forma que no encuentra mi estilo. Y esa es la lucha.”

- ¿Y por qué Nicaragua es una tierra de poetas?

“Rubén Darío creó una literatura no solo nacional sino también el modernismo aunque no transformó a Nicaragua que es un país de estándares culturales y pobre pero hay una circunstancia que marcan a la literatura nicaragüense. Hay un posmodernista que representa Salomón de la Selva, que viaja becado a los Estrados Unidos de Norteamérica por el gobierno liberal del general Zelaya, el mismo que nombra a Rubén Darío embajador en España, y Salomón de la Selva se vuelve un poeta de vanguardia. En Chicago es uno de los fundadores de la revista Poetry y escribe un libro muy bello, El soldado desconocido, sobre sus experiencias en la I Guerra Mundial. Después está José Coronel Urtecho, poeta que también se va a vivir a Norteamérica y trae de vuelta a Nicaragua la poesía norteamericana moderna y crea un grupo de vanguardia… Así que cuando comienzo a escribir la poesía norteamericana es muy conocida porque ha sido traducida por, entre otros, Coronel Urtecho. La poesía busca una evolución constante en Nicaragua y eso no ocurre con la narrativa, cuyo panorama es muy desierto. Miro hacia atrás y los escritores son muy escasos, no hay demasiada tradición narrativa.”

- Entonces, ¿la sombra de Rubén Darío es muy alargada?

“Solo leemos su poesía y no la prosa y Rubén Darío es el gran prosista del modernismo y un excelente articulista. Escribió para el diario de La Nación setecientas crónicas, crónicas de dos mil palabras, crónicas en las que exploraba la modernidad y hablaba de todo, de política, teatro, vodevil, la visita de los reyes, la cocina, de los fenómenos tecnológicos de su época. Y la crónica periodística de Rubén Darío sigue siendo ignorada. Y sus cuentos, sus cuentos son estupendos.”

- Pero habrá algún narrador…

“Lizandro Chávez Alfaro, que a mi me parece que creó la novela moderna en Nicaragua y que cuenta con Trágame tierra, en la que explora el asunto del canal que iba a construirse en Nicaragua y de cómo algunos pensaban que iba a enriquecer al país y Erick Blandón-Guevara con Vuelo de cuervos y Erick Aguirre con Un Sol sobre Managua, que son novelas que observan la revolución con cierta distancia crítica y en la que se plantean cuestiones como: ¿por qué pelamos? y ¿qué resultó de todo eso?

- En este sentido, ¿hasta que punto le ha condicionado la literatura su actividad política y hasta que punto le condiciona ahora su trayectoria literaria con la política?

“Es un punto de encuentro que se da en mi vida. Cuando ingreso en la Universidad y me hago escritor descubro la literatura pero también la dictadura. Vengo de un pueblo pequeño y de una familia liberal así que cuando llego a la ciudad veo el choque diario de los estudiantes contra la dictadura y participo en manifestaciones en las que el ejército dispara y soy sobreviviente de una masacre por lo que es muy difícil separar la protesta, la vida política y la ambición por un cambio con la idea de ser escritor. Las ideas que yo concebí entonces de justicia, democracia y libertad son las que veinte años después se cristalizan en la revolución porque mi generación, la de los sesenta, es la que hace la revolución y no hay manera de apartarse de ella.”

- ¿Y cómo se compromete con la revolución?

“En Alemania, donde viví dos años, fue cuando la revolución se me vino encima y tuve que escoger entre irme a trabajar a Francia en el Centro Pompidou, donde me concedieron una beca para escribir guiones de cine, o la revolución que comenzaba a tomar una forma muy real así que regresé a Nicaragua. Pienso que eso fue lo que tuvo que pasar necesariamente porque si escojo Francia me hubiera dado cuenta del triunfo de la revolución leyendo Le Monde pero escogí la revolución, en la que tuve un protagonismo que me obligó a abandonar la escritura durante diez años.”

- ¿Y cuándo vuelve a escribir?

“A finales de 1984, cuando resulto electo vicepresidente, hice la reflexión de que durante el periodo que durara mi mandato podía dejar de ser escritor y esa idea me horrorizó y me animó al mismo tiempo a escribir. En esa etapa trabajo en Castigo divino que es mi novela más voluminosa y compleja y que escribí en los años más duros de la guerra a la contra.”

- Entiendo que escribir le sirvió de válvula de escape. Una forma de escapar a la presión política.

“Y por eso mismo me volqué en la historia de un envenenador en la ciudad de León y su juicio. No escribí sobre la revolución porque nadie que está en una posición de poder y se vuelve un relaciones públicas del poder, que era lo que representaba, puede escribir una novela justa sobre lo que estaba ocurriendo. Es imposible, sería una obra de propaganda y no creo que la literatura sea para eso. Busqué un tema muy alejado de lo que estaba pasando y escribí un libro que se desarrolla en los años 30. Fue mi respuesta literaria a esos años tan difíciles.”

- Ha explorado el género negro en varias de sus novelas, ¿qué atractivo tiene para usted?

Castigo divino es una novela que pertenece a este género pero no la escribí con el propósito de que fuera una novela negra sino una novela social, de costumbres, judicial, una novela en la que un médico hace un poco de investigador de un crimen. Otra cosa es cuando escribo El cielo llora por mi, que es una novela policíaca en la que el protagonista es un antiguo guerrillero, Dolores Morales, que pierde una pierna en el frente sur y le hacen una prótesis en Cuba y termina en el departamento antidrogas el año en que el Frente Sandinista pierde las elecciones, lo que supone un descalabro ya que no consiste en que un partido sustituya a otro en el poder sino que la revolución pierde sus mecanismos y el ejército se despoja del color sandinista y lo mismo pasa con la policía, que busca su institucionalización para salvarse. Morales y su compañero de aventuras, el subinspector Lord Dixon, observan esa realidad con cierto cinismo y humor negro mientras investigan un caso de tráfico de drogas lo que me dio la oportunidad de describir la Nicaragua de esos años.”

- Personajes que ha anunciado que quiere recuperar en una nueva novela.

“Y que se desarrolla en la Nicaragua de 2016, que es la Nicaragua de Daniel Ortega y su mujer, y en la que Dolores Morales tiene 60 años y ha sido retirado de la policía pero dirige una pequeña agencia de detectives en la que investiga casos de adulterio, pequeños robos hasta que un millonario que procede del Frente Sandinista le encarga el caso de la desaparición de su hija.”

- El nombre de Dolores Morales es muy significativo.

- Y existe.

- ¿Dolores Morales?

“Es un nombre muy simbólico. Lord Dixon dice en la novela que deberían llamarlo Placeres Físicos porque va de cama en cama. Es un nombre emblemático.”

- ¿Cuentos y novelas son ahora géneros paralelos para usted?

“Hay una tendencia, y es la de escribir cuentos para entrenarse y pasar a la novela pero  no fue mi caso. Mi padre estaba muy ilusionado con que fuera abogado pero cuando tuve veinte años reuní mis cuentos en un librito que, cuando se lo entregué él, que no era letrado sino comerciante, lo que me dijo fue: ahora tiene que escribir una novela. Y me puse a escribirla y me convertí en novelista pero nunca abandoné el cuento porque hay ideas narrativas que solo pueden resolverse en pocas páginas. La novela es un árbol proceloso y cada día te da una sorpresa mientras que el sé cómo va a terminar y no me puedo perder porque es un género que impone sus propias reglas.”

Novela y revolución

Sergio Ramírez cree que en Nicaragua pasa lo mismo que en América Latina: las reglas de la novela se están rompiendo, por lo que en la actualidad los novelistas se acercan al periodismo y el periodismo se aproxima más a la literatura. “La novela es más cervantina que nunca en el sentido que contiene muchas cosas”, dice un escritor que espera que la gran novela sobre al revolución sandinista la escriba ahora quienes no combatieron en esa revolución porque nacieron en el siglo XXI. “La estoy esperando con curiosidad porque va a definir el rumbo de esas escrituras cuando vuelva su mirada al pasado.” Sergio Ramírez explica que la revolución es un fenómeno que hoy se ha olvidado en Nicaragua y que a los jóvenes no les interesa saber quién fue Somoza o Sandino, por eso espera que la mirada hacia atrás contribuya a generar una idea sobre lo que significó la revolución para una generación desencantada que es la de sus padres y abuelos. Pero ¿y cómo es la generación de los hijos y nietos? Ramírez piensa un momento antes de contestar: “ellos son la generación global, la que está desinformada de su propio pasado e historia.”

Saludos, ya saben, desde este lado del ordenador.

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