Las zonas comunes, un libro de Nicolás Dorta

Si algún pero tiene Las zonas comunes de Nicolás Dorta es que se lee con la rapidez de una centella. Eso al menos nos ocurrió a nosotros cuando el libro que publica Franz Ediciones dentro de su colección Moderna, llegó a nuestras manos.

Casi recién salido de imprenta y criatura que, por esos caprichos del destino, emerge en plena crisis de la Covid-19, el itinerario de un libro como Las zonas comunes debería de trascender los límites que impone el confinamiento ya que se trata de una obra que además de entretener, de evadir al lector, sabe conjurar sentimientos, lo que obliga a levantar los ojos de las páginas unos instantes porque invita a reflexionar sobre lo leído, sobre lo que nos cuenta con prosa en ocasiones poética el autor.

El libro consta de cinco relatos de diferente extensión, e incluye un epílogo que firma Almudena Sánchez. Los cuentos que arman este volumen manejable y editado con gusto son La grieta, El río, Palmira, La fuga
y Árbol de Navidad y como todo recopilatorio que se precie hay cuentos mejores que otros aunque el conjunto en general es notable, sobre todo porque Nicolás Dorta tiene la capacidad de contar muchas cosas en historias donde parece que no sucede nada.

El orden de lectura de los cuentos puede ser de principio a fin o alternado. Como lectores hemos probado ambas técnicas y en esta segunda relectura nada fracturó el entusiasmo que registramos la primera vez. Al contrario, los relatos adquirían nuevas dimensiones al tiempo que proporcionaban interpretaciones que no tenían nada que ver con las que nos suscitaron inicialmente. Algo muy vivo late en el corazón de estas historias, sobre todo las que tienen algún eco autobiográfico que Dorta trasmite con el único lenguaje literario que vale la pena leer: la verdad. Y estos cinco relatos si por algo se caracterizan es por su poso de autenticidad. Una sinceridad que solo veo en los escritores que se toman muy en serio su trabajo y controlan los desvaríos a los que en ocasiones lleva el entusiasmo por lo que contamos.

Algo de inocencia perdida tiene cada uno de los cuentos que articula Las zonas comunes, título que ilustra muy bien el contenido de unas historias que todos de alguna manera hemos vivido. O por lo menos rozado en nuestro particular itinerario existencial. Es decir, como protagonistas o como espectadores, pero vivido. Que sea un escritor quien nos cuente estas experiencias digamos que comunes hace que éstas se inyecten de manera diferente en cada uno de nosotros. Es un ejercicio que no está reservado a narradores primerizos lo que multiplica el interés de una obra que se trata, y así lo afirma Nicolás Dorta, de su primera criatura literaria. Aunque uno no termina de creerlo porque el libro tiene hondura que disfraza con capas que, cuidadosamente, ensambla en cada uno de los relatos. A mi me sabe un poco a Raymond Carver traducido a una realidad insular que si bien lo distancia del escritor norteamericano si que lo aproxima en la manera de contar historias. En esa soledad existencial que respira cada una de estas calculadas piezas.

La experiencia, el hecho de leerlo, se agradece al tiempo que genera expectativas ante las futuras producciones literarias de un escritor que demuestra con esta su primera aportación que tiene alma y corazón de poeta así como mirada de narrador.

Se agradece que Nicolás Dorta haya procurado en todo momento no dejarse arrastrar por el entusiasmo y que intente mantener cierto equilibrio entre el deseo y la frustración en sus cuentos. Una mirada que crece cuando lo que narra se tiñe de nostalgia color sepia y en la que los sentimientos se reproducen con desconcertante multiplicidad. Y todo ello ellos sin recurrir a experimentos literarios sino utilizando la herramienta del lenguaje con una sencillez aplastante. Probablemente resultado de la herencia periodística que caracteriza el pasado reciente del escritor, quien lo mismo se maneja con la primera como tercera persona para dar voz narrativa a estos cinco relatos que, pese al sabor amargo que destilan, saben conectar con el lector.

Una capacidad, ésta, que no suele darse con la frecuencia que uno quisiera en escritores que empiezan, en narradores y poetas que inician con su primer libro lo que espero, en el caso de Nicolás Dorta, sea una prometedora carrera en el mundo de las letras con acento español.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador

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