La estación enjaulada, una novela de José Luis Correa

José Luis Correa ya forma parte de la historia de la literatura negra y criminal española por un personaje, Ricardo Blanco, que además de investigador es un canario de la siete islas aunque nacido y residente en la capital grancanaria. Su identidad, y la manera en cómo la reproduce en las hasta ahora trece novelas que lleva dedicada a esta suerte de Philip Marlowe, han logrado mantener en el mercado a un personaje que no deja de resultar no sé yo si exótico en otras tierras, pero sí novedoso teniendo en cuenta que el personaje nació hace ya más de veinte años. Lo que son años.

Ricardo Blanco regresa con La estación enjaulada, y Blanco, como el mismo Correa y sus lectores, somos más viejos. Lo de viejo se escribe porque es una palabra que repite el mismo Blanco a lo largo y ancho del libro, y es que el personaje que por una vez no está rodeado de sus habituales secundarios salvo Gervasio Álvarez, se siente y así lo hace saber, viejo. Una vejez que no alcanza a creerse.

La estación enjaulada es una novela además que rompe con la dinámica de las anteriores. No se desarrolla en la capital grancanaria, que hasta ahora era como el segundo gran personaje de la serie, sino en un pueblo pesquero que parece sacado del viejo oeste y en el que un día flota en las aguas próximas a sus costas el cadáver de una joven irlandesa.

Una antigua novia, una galería de secundarios interesante y una trama que despierta la curiosidad por saber cómo termina, son solo algunos de los ingredientes de una novela que si palpita es porque está escrita en primera persona por el mismo Ricardo Blanco, un tipo que ha sabido evolucionar a lo largo de todos estos años, más de veinte, por lo que lo veo sí, más viejo y cansado, pero que no pierde las ganas por hacer justicia y de estar siempre al lado de los más necesitados. Combate en esta ocasión contra el líder de una secta destructiva y su gente así como contra un granuja y sus acólitos.

El pueblo, marinero pero casi abandonado de la mano de dios, y que Blanco se enfrente contra dos enemigos igual de sanguinarios tiene algo de la mítica Cosecha roja, una clave que no deja de planear por mi cabeza mientras leo el libro. Y no, La estación enjaulada no es Cosecha roja pero tiene algo, lo respira, del libro de Dashiell Hammett. La acción se desarrolla además cuando comenzó a llegar a España las primeras noticias de un virus que se expandía por todo el planeta, y refleja muy bien la ignorancia que por aquel entonces manteníamos con aquel bicho que después nos amargó tanto la vida.

A medida que se lee la novela puede pasar, como me pasa a mi con la mayoría de los libros anteriores de la serie, que lo que más me atrapa del universo Blanco son los escenarios. Mucho más que la historia que cuenta. Y es que uno, lo admite, disfruta mucho con las reflexiones de su protagonista y de cómo se enfrenta a rivales que parecen que están muy por encima de él.

Y todo esto contado con una pachorra deliciosamente reconocible para los que vivimos a este lado del Atlántico, esa mirada, me atrevería a decir que filosófica, con la que vive su personaje. Es como si estuviera cantando “tranquilidad que nadie va a perder el tren”. Otro elemento que me hace atractivo el personaje, al margen de salpicar todo su relato con palabras de aquí, de ese español que hablamos en Canarias, es cómo disfruta Ricardo Blanco de los pequeños placeres que algunos todavía pueden disfrutar como es una buena comida y el placer de fumar un cigarro, un buen cigarro puro, esto último hoy tan políticamente incorrecto pero es que Blanco es un sibarita que no resulta cursi, además es un romántico que por fin parece que ha encontrado a la mujer de su vida, Beatriz, farmacéutica de oficio a la que se cita pero que no aparece en esta novela, y como se dijo con anterioridad Gervasio Álvarez, que sí que aparece y que se trata del policía jubilado al que conocemos de otras entregas de la saga solo que ahora está más viejo (otra vez la vejez) y enfermo. Gervasio Álvarez se ha convertido de todas formas en una especie de padre o, mejor, hermano mayor del protagonista.

Como las anteriores novelas protagonizadas por Ricardo Blanco, La estación enjaulada no decepciona. Blanco sigue siendo el personaje de toda la vida aunque, eso sí, más viejo y por eso mismo más sabio que el que conocimos en el pasado. El cambio de escenario le da también algo especial, me atrevería a decir que crepuscular a una novela que a mi juicio explica que este personaje haya durado tanto en el tiempo. De hecho, y al paso que va, ocupa ya un espacio en la galería de personajes con serie que se escriben en España. Y razones no faltan para que uno entienda su éxito y que agradezca a su autor, José Luis Correa, los cambios que le ha ido imprimiendo a su Ricardo Blanco, antes un Philip Marlowe que habla español sin pronunciar las ces ni las zetas y ahora un viejo, más que un anciano, que quiere vivir en paz solo que novela tras novela el mundo se empeña en tocarle los… Bueno, ustedes ya me entienden.

Saludos, kiss, kiss, bang, bang, desde este lado del ordenador

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