Dios salve al rey

untitled.bmp 

El pasado domingo el rey de los monos cumplió 75 años, lo que lo convierte en un abuelo entrañable a pesar de sus rugidos de rabia y su libido encendida, en especial por las rubias que suelen ser chicas peligrosas. Esto me hace pensar que todos tenemos algo de Kong aunque poco de King, y que el viejo gorila original (no el que perpetraron John Guillermin ni Peter Jackson en sus innecesarios refritos) está más vivo que nunca porque las leyendas nunca mueren. Y King Kong (Merian C. CooperErnest B. Schoesdsack, 1933) es una leyenda.

Todavía recuerdo la primera vez que mis atribulados ojos vieron la película. Tendría unos 13 años y me dejé arrastrar por la magia en delicioso blanco y negro de la cinta. Un barco cruza la niebla y se topa con la misteriosa isla de La Calavera. Desembarca la marinería, en la que viaja un ambicioso productor de Hollywood y una joven actriz (¡rubia!) que más tarde será secuestrada (que no raptada, eso casi lo intenta el gorila más tarde) por una tribu que se la entrega a su Dios simio: el gigantesco Kong que, cosas de la vida, queda cautivado por la chica. Al gorila, que vive en una isla que parece parque jurásico, logran anestesiarlo y lo conducen a Nueva York para exhibirlo como la Octava Maravilla del Mundo. Sin embargo,  se escapa, busca a la rubia por las calles neoyorquinas y al final con ella entre las manos, y colgado del Empire State, muere acribillado por las balas de biplanos. Ya abatido y en el suelo, el ambicioso productor nos dice que no lo mataron las balas, sino la bella.

Lo curioso de esta película, que no dejo de ver año tras año, es que con cada visionado descubro cosas nuevas. Su poder para conmover sigue intacto y si bien sus efectos especiales han quedado superados por la tecnología, Kong es el de Willis O’Brian y no los que vinieron más tarde. Simios que si bien son más realistas no tienen el encanto y la humanidad del original.

King Kong es además una puesta al día inteligente del mito de la bella y la bestia, y su tragedia de enamorado, con la que nos identificamos la mayoría de los niños de 13 años que la vimos sin mentiras en los ojos, un filón del que más tarde bebieron otras criaturas de la noche como El hombre lobo y la Criatura del Lago, y si me apura hasta el monstruo creado por el doctor Frankenstein en las dos cintas que dirigió con mano maestra y alma de poeta James Whale.

Kong vive. King Kong vive.

Dios salve al rey.

Escribe una respuesta