El regreso de Los Diplomáticos
En el nuevo revival que están viviendo las formaciones de pop rock de Tenerife de los años 80 (léase Ataúd Vacante, Conemrad, Guerrilla Urbana, La Pista Búlgara entre otras) se suma ahora Los Diplomáticos, que desde siempre, y con el perdón de las otras bandas mencionadas, era de mis favoritas. Y digo lo de favoritas porque el grupo siempre tuvo algo de especial. No sé si el lugar de reunión, el mítico bar El Tejadito, o que se llamaran así por el siniestramente ¿encantador? hotel Los Diplomáticos –que estaba por encima de La Salle– o por las rabiosas e inteligentes letras de su cantante, Pedro Guijarro y por la manera de ser tan cool (en unos años donde lo de ser chachi era casi sinónimo de pecado) que encarnaba el legendario Roberto Keko Sánchez (bajo) y los más que profesionales instrumentistas Francis Díaz (guitarra) y Quique Díaz (batería), pero Los Diplomáticos tenían algo. Y ese algo creo yo que era su aplastante autenticidad.
Las nuevas generaciones y las viejas (esa a la que pertenezco yo) tendrán la oportunidad de asimilar lo que intento describirles el próximo viernes, 17 de octubre, en la plaza de Europa de Santa Cruz de Tenerife, donde el grupo repasará viejas y parece ser que nuevas canciones (Los Diplomáticos preparan disco) para felicidad de casi todos. El cartel de esa noche también estará protagonizado por Soul Sanet, que fue un conjunto que hizo mucho ruido en los noventa cantando a capella. Los Sanet fueron la primera banda, además, que contaron con un club oficial de fan. Lo que no es moco de pavo. De todas formas mis gustos fueron siempre más diplomáticos, gente a la que seguí una vez emprendieron caminos por separado. Por ejemplo, era seguidor de los estupendos artículos que firmaba con pseudónimo uno de los miembros de la banda (no voy a revelar su nombre, claro está) en el suplemto El Radikal de La Opinión de Tenerife; aunque la verdad, siempre me sorprendió que a alguien tan inteligente y agudo no le gustara una película tan salvaje y provocadora como Saló o los 120 días de Sodoma de Passolini. Claro que, como se decía al final de Con faldas y a lo loco, nadie es perfecto…