Murió con las botas puestas
Jueves, Junio 25th, 2009
El pasado 20 de junio se cumplió el centenario del nacimiento de Errol Flynn, coincidiendo con esta celebración, se ha editado en España su autobiografía (Aventuras de un vividor, TB Editores), uno de esos títulos necesarios para quienes disfrutamos tanto viendo las películas del actor gallardo y calavera, así como para revisionar algunas de sus mejores películas, la mayoría de ellas a las órdenes de un cineasta igual de gallardo y calavera llamado Raoul Walsh. Con Walsh, Flynn protagonizó un puñado de películas que todavía me quitan el aliento: Murieron con las botas puestas, Gentleman Jim, Fugitivos del infierno, Objetivo Birmania, Persecución en el Norte, Gloria incierta y Río de Plata, aunque es probable que se me escape algún título más. Errol Flynn también ha quedado en el imaginario de mi niñez, adolescencia, juventud y extraña madurez como El capitán Blood y Robin de los Bosques, ambas de Michael Curtiz, o como el valiente soldado británico de La carga de la Brigada Ligera, también de Curtiz, entre otras tantas películas que consumí como un hambriento en aquellas inolvidables tardes de los sábados en la que la televisión sólo sabía poner buenas películas.
La biografía, que ahora leo con una sonrisa ancha en la boca en unos tiempos donde casi ya está prohibido reír, la vida fantasiosa o no que nos cuenta el actor es una lección por sí misma. Fue un hombre que vivió rápido, y si bien no dejó detrás un bonito cadáver, por lo menos se fue a la tumba con la sensación de haber gastado todos los cartuchos en su propio divertimento.
Entre las películas que he visto nosécuántasveces, confieso que la hagiografía de ese loco llamado George A. Custer (y su pegadiza Garryowen, que pueden escuchar si pinchan este enlace) que es Murieron con las botas puestas, es de esos largometrajes que me llevaría a una isla desierta. Aunque no tuviera ni dvd y por supuesto electricidad. Se trata de uno de esos títulos que no me canso de contemplar porque descubro siempre cosas nuevas en una aparente, sólo aparente, película de acción. Errol Flynn está como casi siempre único. Y muy apuesto, y saltan chispas con su partenaire femenina, Olivia de Havilland, insólitamente bella. Unirlos en el cine era como unir a un león furioso con un cervatillo, y la combinación funcionaba a la perfección.
Es verdad que en su autobiografía no habla mnucho de cine (recomiendo el también estupendo retrato que hizo sobre sí mismo uno de sus mejores amigos, el canalla de Raol Walsh con el título de El cine en sus manos) pero sí de su sentido anárquico de la existencia. Es el mejor legado que nos podía dejar a quienes lo amamos por sus interpretaciones nerviosas y casi fuera de sí en la gran pantalla. Y un magisterio que deberíamos de asumir quienes nos sentimos aplastados por estos tiempos que vivimos. Coraje y acción, no tener miedo ante nada. Lo peor del miedo es que nos tenemos miedo a nosotros mismos, viene a decir sin decirlo este crápula vividor y pendenciero, hombre que se convirtió en leyenda en Hollywood y por lo tanto en el mundo entero.
En estos días de lecturas devoradoras, les confieso que este libro ha supuesto como una burbuja de aire fresco en medio de tanta sordidez provocada por la ruina y el desempleo. Un chute de esperanza y de verlas venir con dos revólveres en las manos. Como su Custer en Mueron con las botas puestas, el último en caer acribillado por los indómitos indios sioux.
“Llegué a la cima del mundo. Pero descubrí que en la cima del mundo no había nada”, escribe el actor en su monumental autobiografía. Testimonio en ocasiones salvaje de alguien que sí sintió dentro de sus entrañas eso que llaman la rabia de vivir.
En fin, que un tipo así merece no uno, sino veinte premios Nobel.
Saludos gallardos y calaveras a este lado del ordenador.