Un domingo ¿pop?

Paseo por la rambla y me encuentro a un tipo sentado y en chándal que lee La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares. De un edificio próximo caen globos de todos los colores como si llovieran del cielo y sacudo la cabeza  porque estas revelaciones alegran un poco esta tarde de domingo.

Domingo. Probablemente el día más triste de la semana.

Hoy encontré en el Rastro dos pequeñas sorpresas: El comisario rojo, de Jaroslav Hasek, un libro que llevaba rastreando lo que ahora me parecen siglos; y el cuento infantil de Ian Fleming, Chitty Chitty Bang Bang, del que se rodó una comedia musical que se convirtió para uno de mis hermanos y para quien escribe en uno de esos títulos que no había que perderse pese a que un domingo tras otro se proyectara en cualquier sesión de cine a las 4. 

Buceando en el rastro me hago también con dos novelitas de Bob Morane, personaje creado por Henri Vernes y que es una especie de súper agente franco belga al que primero conocí en cómic. También me llevo ese gran folletín de capa y espada en el que siempre quise sumergirme: El jorobado, de Paul Féval; así como Historia de una prostituta vienesa, de Josefine Mutzenbacher, biografía de una señora de vida alegre a finales del siglo XIX editada en su día por La sonrisa vertical de Tusquets Editores. ¡Aquella gran colección de historias subidas de tono que, bajo la coordinación de Luis García Berlanga, editó en español tantos y tantos relatos para leer con una sola mano!

Todavía conservo Gamiani, atribuida al escritor romántico francés Alfred de Musset,Grushenka, tres veces mujer y las Memorias de una cantante alemana como libros de cabecera.

¿Que por qué cuento todo esto?

Porque me encanta, disfruto, leyendo libros usados.

O novelas que parecen que han sido rotas al pasar antes por otros lectores. ¿Cuántos? Yo qué sé.

Es esa extraña fascinación que me atrapa cuando tropiezo con párrafos subrayados a lápiz, algo borrosos pero que han dejado huella en el relieve de la hoja. O de esa flor muerta que un cursi usó como marcador o de las fotografías que su antiguo poseedor olvidó y que revela personas de las que no sabes nada pero imaginas sus historias.

Estas y otras son las tonterías que me regala el libro usado. Y cuando escribo usado me refiero a usado de verdad. Que se note que ha sido leído endomoniado.

Ya lo dije: tonterías. Tonterías por un libro lleno de arrugas al que el paso del tiempo amarillea.

Así que he llegado a una siniestra conclusión esta tarde noche de domingo: ¿Vale la pena?

Saludos, tirando el I-Ching, desde este lado del ordenador.

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