A modo de epílogo
El escritor madrileño Juan Madrid puso hoy el dedo en la llaga al preguntarle a Paco Ignacio Taibo II qué pasará con la Semana Negra de Gijón si el PP gana las elecciones del próximo año. Taibo II contestó que no le gusta oficiar de adivino pero que si la derecha –pongamos por caso– instalada en el poder decidiese borrar del mapa este Festival de referencia (con mis disculpas al señor Calandraca), sí que estaba seguro de una cosa: masas de gijoneses saldrían a la calle en señal de protesta. A lo que añado, y también de canarios. O al menos de este canario que ya sufre de síndrome de abstinencia mientras el reloj de la Historia absorbe en el recuerdo la XXIII edición de este encentro único con las literaturas de género. De esta especie de oasis donde se habla y se debate con criterio de casi todo alejado de las perniciosa corriente del pensamiento único, ese que tanto gusta en Canarias.
No sé si volveré el año próximo a las XXIV Semana Negra de Gijón pero sí que puedo escribir y por lo tanto afirmar que para mi ha sido un privilegio asistir a esta maravillosa realidad en calidad de aficionado más que de informador. De aficionado, que conste en acta, al género negro, a la ciencia ficción, a la fantasía y a la novela histórica.
O a esa literatura que tanto nos gusta a los idiotas que vamos de criaturas del señor Dostoyevski por la vida (¿Qué es Crimen y castigo?, ¿qué es El jugador?, ¿que son Los hermanos Karamazov?).
La XXIII Semana Negra se funde a negro este domingo, 18 de julio, en lo que ha sido, a mi modesto entender, una edición mastodóntica, salpicada de pálidas pólémicas pero intensa y durísima para un lector que por fin se siente que ha cruzado el grado de aprendiz para iniciarse en el de compañero rodeado de tantos maestros.
Redacto el borrador de este post en el mítico Café Gijón mientras ahogo la tristeza con una caña de cerveza con la sensación de que algo muy grande muere, pero también con la esperanza de que la Semana Negra regrese el próximo año. Y de que si aún estoy vivo entre los muertos, asistir a una fiesta donde la palabra Cultura (así, con C mayúscula) no produce molestos sarpullidos.
En definitiva, que quien les escribe está con Los Negros.
Saludos, no tan amargos como pensaba, desde este lado del ordenador.