Más vale honra sin toros que toros sin honra

A estas alturas de curso pocas cosas deberían de sorprenderme pero como el hombre es un mono sin pelo reivindico mi derecho al pataleo cuando me tocan un trozo de mi pasado. Debe ser cosa de la tradición, ese sello que llevas grabado en el subconsciente.

A propósito de la abolición de los Toros (a secas) en la Comunidad Autónoma de Cataluña más de uno se ha apresurado a recordar que en las provincias de ultramar –las Canarias– ya se había tomado esta determinación hace mucho, lo que se dice mucho tiempo.

Lo que nadie recuerda en sus artículos y tertulias televisivas o radiofónicas es que aquí la Fiesta llevaba lo que se dice bastante tiempo sin practicarse antes de que se tomara esta decisión. Aunque en el pasado remoto sí que gozó de entusiastas seguidores. Tantos, que la capital tinerfeña tiene plaza de toros, hoy un monumento agrietado y a punto de desplomarse en beneficio no de todos sino de unos pocos.

Fue tanta la afición taurina que incluso salieron de aquí toreros que más tarde se profesionalizaron en las plazas del mundo como el palmero José Mata y el tinerfeño Pedrucho de Canarias.

Desgraciadamente para unos, la Fiesta dejó de celebrarse en Tenerife porque resultaba muy cara. Además, asegura la leyenda, el animal tenía que descansar unos días antes de saltar al ruedo porque venía “mareado” por el viaje en barco.

Mi familia paterna, natural de las islas, era muy aficionada a los toros. Mi familia por parte materna, gaditana, sigue siendo muy aficionada a los toros. Todos ellos, los que ya no están y los que aún están, son buena gente. Personas sensatas que te tienden una mano cuando el horno no está para bollos.

Entre los recuerdos más felices de mi infancia se encuentra el de ir a la plaza de Toros de Cádiz con mi abuelo. Debía tener, si la memoria no me falla, cuatro años. Íbamos él y yo solos, porque mis hermanos preferían quedarse en casa. Para mí era un día importante. Tan importante que todavía conservo recuerdos fragmentados de la emoción que sentía por ir a ver a los toros. Porque primero hacíamos eso: ir a ver a los toros.

No sé si alguno de ustedes ha visto un toro de lidia al natural, pero les aseguro que si han tenido esa suerte comprenderán perfectamente lo que debió sentir Teseo cuando tuvo que enfrentarse al Minotauro.

Ese animal gigante y salvaje es de otro mundo. Irradia una insólita e indómita nobleza. Quizá sea porque su destino no está condenado al matadero.

Tras ver a los potentes animales, me sentaba con mi abuelo por donde sueltan a los toros para apreciar qué tal era su casta. Si salía bronco y con ganas de pelea el toro era un toro.

No recuerdo, como he leído por ahí, nubes de moscas verdes succionando charcos de sangre, pero sí al toro y al torero midiendo fuerzas en la arena. Todo ello bajo la atenta mirada de centenares de aficionados que sí saben lo que están viendo. Si hay un público realmente crítico con el arte, éste es el aficionado a los toros. Vayan a una plaza y compruébenlo.

Pónganse en situación: el calor, como el animal comienza a perder fuerzas, y el talento del torero y el entusiasmo de los espectadores son momentos que recuerdo de la Fiesta. También la indignación de mi abuelo y otros tantos aficionados cuando el torero no era torero sino un carnicero. Creo que fue en la plaza de toros donde aprendí mis primeras palabrotas.

Cuando terminaba la corrida me iba con mi abuelo y sus amigos a un bar de toros a tomar ellos unos vinos y yo un refresco. De tapa ponían caracoles. Desde ese día, caracoles, cómo me gustan los caracoles. Los mayores hablaban de la Fiesta y yo escuchaba. Ya no me acuerdo de la mitad de las cosas que decían pero sí del olor a pescaíto frito.

Al regresar a Tenerife y como aquí no habían toros, los veía con mis padres en aquella televisión en blanco y negro. Mis hermanos se iban al cine y yo me quedaba a ver los toros. Qué cosas.

Eso sí, pasó el tiempo y comencé a ir al cine en vez de ver los toros. Pero la Fiesta siempre ha sido Fiesta en mi memoria. Y todo ello pese a que, siendo ya un jovencito imberbe y con ganas de comerme el mundo, fui en San Isidro a ver a una corrida de toros de un torero de cuyo nombre no quiero acordarme. Era el segundo de aquel cartel y no tenía arte. Masacró al toro mientras la afición se levantaba en peso en la plaza de Las Ventas a punto de machacar a ese hijo de la gran puta. La intervención policial evitó que se hiciera con él lo que le había hecho al toro.

Ese día sí que olí a sangre. Pero a sangre humana.

Una amiga con la que fui, aficionada taurina, me confesó que ella como la mayoría estaba de parte del toro. “Es el que pierde. Pero pierde con honra”.

En ese momento pensé que mi amiga aficionada estaba algo loca.

Hoy ya no lo tengo tan claro.

¿Y es que acaso no fue Casto Méndez Núñez quien dijo aquello de “Más vale honra sin barcos que barcos sin honra?”

Saludos, entre nostálgicos y taurinos, desde este lado del ordenador.

4 Responses to “Más vale honra sin toros que toros sin honra”

  1. escribidor Says:

    Tuve el honor de conocer y entrevistar a Pedrucho de Canarias, ya retirado de las plazas. Era (ignoro si aún vive) tío de un amigo, y me pareció una persona estupenda. En cuanto a los toros, ni arte ni finura, pura tortura.

  2. Inconformista Says:

    Respeto sus recuerdos. Pero no deja de ser un espectáculo criminal para el deleite de un público sádico. Nunca me ha gustado ver morir un animal y menos por el simple hecho de matarlo con ¿arte?

  3. Gines Says:

    Dudo mucho que los que se oponen hayan visto una corrida mi entiendan un pimiento de toros. Así discutir con quién ignora es perder el tiempo.

  4. francisco Says:

    El toreo es el arte mas completo del mundo.Pena medan de aquellos que no llegan a entender esta forma de explesion ,de sensaciones .que van mucho mas alla que la simple muerte del animal.Porque si volviera a nacer me gustaria ser toro .toro bravo de verdad .colaborador indiscutible del arte de torear.viva canarias taurina y universal

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