¡¡¡Mondo cinéfago!!!
La polémica suscitada por A serbian film hace unas pocas semanas y la prohibición no tan lejana en el tiempo de la última entrega de Saw, me ha hecho recordar que hubo un tiempo en el que se hizo cine con vocación subterránea y muy oscura.
Pensé en todo esto mientras volvía a mirar el otro día a trozos –esa es la verdad– Asesinato en 8mm, a mi juicio probablemente la mejor película de un cineasta llamado Joel Schumacher.
En una de las secuencias el detective privado que interpreta Nicholas Cage se introduce de la mano de Joaquin Phoenix en un mercado subterráneo de cintas de sexo extremo a la caza y captura de snuff movies, o películas de violencia real que para muchos seguidores a las excentricidades se trata sólo de una vieja y perversa leyenda urbana.
Hace bastantes años recuerdo haber visto a altas horas de la madrugada en Antena 3 una película que respondía más o menos a estas características al incluir imágenes de muertes violentas recogidas directamente de informativos norteamericanos. Esta faena, pienso, continúa haciéndose en la actualidad (no sé si voluntariamente) cuando ya no es raro el día en el que vemos en algún telediario imágenes de peleas (las últimas las del tranvía que atraviesa solo en la madrugada de los fines de semana el tramo Santa Cruz-La Laguna) y muertos. Eso sí, ignoro con que sanos objetivos aleccionadores.
Hubo un tiempo en el que se puso de moda en el cine de explotación más canalla y perverso travestir el horror. El llamado padre del gore, Gordon Herschell Lewis, lo intentó con desfigurado sentido del humor en 2000 maníacos, cinta que cuando pude ver — tras ser elevada en fanzines como obra de culto– me pareció un mal chiste aunque su banda sonora continúe pareciéndome lo que se dice resultona.
Sobre este tipo de películas, la que los anglosajones denominan como gore y los españoles de casquería, así como de otros subgéneros que brotaron como setas en los 60 y 70, se encargó de estudiarlo con atinado punto de vista cultural y cinematográfico La noche de los sexos violentos, libro de Álex Zinéfilo, el único compendio en español que existe (que sepa al menos) sobre este tipo de cine sucio parido en alcantarillas.
En el libro de Zinéfilo se repasa así la historia de los subfilmes que tuvieron también subgéneros: el nazi, en producciones de bajo presupuesto donde se mezclaba erotismo y violencia explotando éxitos soft porno como Salón Kitty, de ese esteta llamado Tinto Brass; las que se conoce entre los especialistas como mondo, películas de compilación en la que se incluían con ánimo sensacionalista pequeños fragmentos y secuencias de distinta índole con títulos como Mondo Cane; y las de temática caníbal, entre otras tantas.
Es probable que muchos no se acuerden pero en esta última catalogación sonó en su momento un título que este 2010 cumple 30 años: Holocausto caníbal. Un falso documental truculento que marcó –debo decirlo– a la muchachada de mi generación.
Recuerdo que la primera noticia que tuve de esta película fue durante el recreo, que era el momento en el que si no jugabas al fútbol o a una cosa que llamaban brilé con las chicas te ponías a hablar de todos esos largometrajes que estaban prohibidos por aquel entonces a nuestros ojos adolescentes.
Siempre había un listo de la clase que decía que la había visto, y si bien todavía me pregunto si sería verdad, lo fascinante del asunto era cómo explicaba lo que supuestamente había visto. Su descripción, sin ningún asomo de crítica experta, despertaba en nosotros los más bajos instintos por desafiar a los porteros de las salas con el fin de contemplar aquella cinta pa-vo-ro-sa en la que se comían a la gente de verdad.
Fue tanto el impacto y las conversaciones que generó al menos entre los compañeros de mi clase que un amigo y yo nos animamos a verla tras burlar la frontera estrechamente vigilada del cine por los que hacían de cancerberos uniformados.
Les cuento, y es una verdad como un templo, que mi colega se la pegó mientras se comía una bolsa de papas fritas. Posiblemente Crecs.
No tengo otras impresiones de aquel primer visionado, sin embargo. Es probable que me resultara menos fuerte de lo que me habían contado. También que la primera versión que alcancé a ver estuviera mutilada por la censura.
Muchos años más tarde y en casa de un amigo aficionado al cine más excéntrico (le encantaban las películas de Abbot y Costello, nunca lo pude entender) vimos una copia sin trocear de Holocausto caníbal y en esa ocasión sí que debo de confesar que me horrorizó.
Y por partida doble: el filme es horrorosamente malo pero también horrorosamente eficaz para generar turbación y malos rollos. Es probable que algunos la sigan considerando un título de culto por esta misma razón: mal rollo. Y es que este tipo de cine enfermo sólo tiene ese objetivo: que salgas de verla enfermo.
Lo curioso de una cinta como Holocausto caníbal y otras tantas que se estrenaron en su momento más o menos con la misma temática (ahora se me viene a la memoria La montaña del dios caníbal, con Ursula Andress escapando por la selva para no ser devorada por los antropófagos) es su retrato de todas aquellas tribus como una panda de salvajes aunque también la de mostrar a los blancos que irrumpían en su territorio como otra panda de salvajes. Sólo que un poco más hijos de la gran puta.
Este subcine ya no es el que era, de todas formas. En estos nuevos tiempos profilácticos parece que ya no tiene cabida aunque de tanto en tanto broten destellos como ha sucedido con la polémica A serbian filme y en su momento con aquel perverso movimiento alemán que alguien acuñó como ultra gore y que no tuve el gusto de paladear porque nunca he sido muy amante de la asadura. O casquería.
Holocausto caníbal no debe ser vista así como un título seminal del mal rollo hecho celuloide pero sí uno de los primeros filmes que traspasó las fronteras del subcine para ser comentado en revistas especializadas de las consideradas serias. Lo curioso del caso es que su director, Ruggero Deodato, especializado en cine sucio con acento italiano, dirigiría años más tarde la serie de televisión Océano, basadas en las novelas de Alberto Vázquez Figueroa y con respaldo millonario del Gobierno de Canarias.
Ví algunos capítulos cuando la pasaron por una televisión local que emitía en Tenerife pero salvo observar el brillo de algunas viejas glorias de Hollywood como Ernest Borgnine o a la gran actriz griega Irene Papas, poco más tengo en mente de ese desaguisado que hizo abrirle a unos (con muy mala fe) y a otros (como un rayo de esperanza) la idea de que era posible rodar cine en Canarias.
Coincidencias de la vida, compruebo ahora que la serie Océano terminó de rodarse en las islas hace veinte años. Un tiempo en el que no sé si era más feliz pero seguro que sí más inocente.
Saludos, otra vez tontunamente nostálgico, desde este lado del ordenador.
Noviembre 26th, 2010 at 21:53
Editor, está claro que su estómago cinéfilo y cinéfago es a prueba de balas. Permítame un tímido aplauso por esta reflexión sobre el cine cutre al que tanto le debo.
Noviembre 26th, 2010 at 22:57
Respecto a “Asesinato en 8mm”, cuál no fue mi asombro al encontrarme con una cinta bastante anterior en el tiempo, dirigida por Paul Schreader e interpretada por, creo recordar, George C. Scott, titulada “Hardcore, un mundo oculto”. Un calco de principio a fin, rozando el plagio o, cuánto menos, el “homenaje sopechoso”. Dejémoslo en remake generoso.
Noviembre 27th, 2010 at 16:24
Qué gran película es Hardcore, pero si no recuerdo mal trataba de un padre (George C. Scott) que buscaba a su hija en el submundo de las películas porno de finales de los 70.