Una semana trágica para el cine
Don Mario tiene 95 años y está recluido en un hospital de Roma porque es víctima de un cáncer de protesta. Don Mario se acerca con pasos muy lentos a la ventana de su habitación, donde mira el paisaje quién sabe pensando qué. Cierras los ojos y cae por la ventana.
Trágica semana ésta para el mundo del cine. Si ayer escribíamos de la desaparición de Leslie Nielsen y del cineasta norteamericano Irvin Kershner hoy tenemos que anunciar que ha dejado este mundo Mario Monecilli, un maestro indiscutible de la comedia.
Detrás deja un total de más de sesenta películas, algunas de ellas absolutas obras maestras agridulces como Rufufú y La gran guerra y otras deliciosas películas como La armada Brancaleone, título que disfruté hace mucho tiempo en la recordada sala Yaiza Borges de Santa Cruz de Tenerife y que supuso para quien les escribe su primer despertar de amor no ya por la obra de este gran cineasta sino por el cine italiano de aquella época. Un cine en el que creí encontrar todas las claves que se le negaba al cine español.
Monicelli rodó, además, una serie de películas para mayor gloria de un actor cómico italiano –Totó– del que hoy pocos se acuerdan pero que fue de referencia para la generación de mis padres, público no sé si más culto pero al menos sí que más desprejuiciado que el actual, cegado por un cine errático y camuflado.
En torno a la muerte de Monicelli se tejen ahora especulaciones diversas pero quiero entender que si se trata de un suicidio como aseguran algunas crónicas, fue entonces la de un hombre que renunció a las últimas migajas de su existencia si tenía que estar postrado en el lecho de un hospital. No sé si el gesto lo hace así más valiente, pero al menos lo muestra consecuente con una trayectoria creadora donde exaltó la vida como sólo parece que el cine italiano de aquellos gloriosos años exaltó esto que llamamos (o que al menos deberíamos llamar) existencia.
Saludos, en una semana muy trágica para el cine, desde este lado del ordenador