He seguido con atención la polémica que se ha suscitado en torno a la escasa presencia de editores y escritores canarios en el SILA porque quien puso el dedo en la llaga es uno de esos amigos a los que además de respetar profesionalmente me une una relación que, con sus naturales encuentros y desencuentros, para mí es un hermano. Me refiero a Alfonso González Jerez, uno de los escasos referentes de los medios de comunicación de Canarias que por su cruda objetividad invita a la reflexión a través de sus columnas periodísticas que hoy publica el Diario de Avisos pero que ayer también enriquecieron las cabeceras de periódicos como La Gaceta de Canarias, Canarias 7 y La Opinión de Tenerife. Lean, lean la que escribe hoy en el periódico. Podía haberla titulada Historias para no dormir.
En su primer artículo, del que nos hicimos eco en este mismo blog así como de la respuesta del escritor Nicolás Melini, Alfonso lamentaba con buen criterio –y bien es cierto que con ácidas palabras– sobre la pobre presencia de editores, narradores y poetas de las islas en el Salón Internacional del Libro Africano, encuentro que quien ahora escribe estas líneas ha estado vinculado desde hace unos años, aunque en su tercera edición ha tenido la oportunidad de vivirlo desde dentro para constatar el enorme esfuerzo que se hace por hacer realidad un proyecto en el que, obvia decirlo, quien ahora les escribe cree y en la medida de sus posibilidades ha intentado respaldar desde sus comienzos.
Me sorprende por ello el lado por el que se están escorando las críticas a las ausencias que planteó en un principio González Jerez, a quien parece que quieren crucificar por expresar libremente su opinión.
El refranero popular dice que quien se pica es porque ajos come, y a tenor de lo que he leído en blogs de poetas y escritores canarios la verdad es que, efectivamente, quien se pica es porque ajos come ya que nadie de los que ha levantado la tizona para arremeter contra González Jerez esgrime argumentos que desmonten las reflexiones del articulista.
Y es que algunos (no todos, afortunadamente) de los que escriben y editan en Canarias han preferido obviar su asistencia a las tres ediciones celebradas del SILA como quien no quiere beber de una fuente que emana en pleno desierto.
Vayan ustedes a saber sus extrañas razones. Ya saben, esa manía de pasar sed para estar quejándose todo el santo día de que tienen sed.
A mi, qué quieren que les diga, y como buen beduino que busca agua en el desierto, me parece insólito.
Será porque no me gusta pasar sed.
He tenido la suerte de asistir a encuentros con los libros celebrados en distintos puntos de este país llamado Expaña y en uno de ellos, tan cultural y festivo como es la Semana Negra de Gijón, he visto entre el público diariamente a editores, poetas y escritores asturianos a los que no se les caían los anillos por asistir a las numerosas mesas redondas, presentaciones y conferencias que allí se impartían
SILA no es la Semana Negra de Gijón, obviamente.
Sus objetivos, y el presupuesto que maneja, son radicalmente distintos.
En SILA se dan a conocer las múltiples realidades literarias que hoy por hoy se están cocinando en el continente africano y también es un foro que promueve, a través del Encuentro de Editores, el intercambio no solo con el universo editorial africano sino también europeo y latinoamericano.
Este año, por ejemplo, SILA acogió la IV Cumbre de Editores Independientes Latinoamericanos, un espacio abierto a los profesionales de la edición en Canarias…
Lamento escribir que el número de profesionales del libro del archipiélago que asistieron a este encuentro no fue, digamos, el que se esperaba.
Cuando alguien me preguntó los por qué, solté aquello que somos un pueblo aplatanado. Domesticado, feliz en una inquietante indiferencia de canario. Ese pajarito que canta muy bien siempre y cuando esté enjaulado. Dale de comer alpiste.
En las dos mesas redondas que organizó la Alianza Internacional de Editores Independientes, salvo dos responsables editoriales canarios, lo que allí se dijo, lo que allí se expresó con mesura cuando tenía que haberse dicho a gritos, fue revelar las claves de cómo se lo montan en otros países para editar y que los libros que publican de manera independiente –fuera de las cadenas multinacionales– lleguen a su gente. A sus lectores potenciales.
Esta mañana, hablando con un editor canario al que estimo y respeto porque se ha convertido en algo así como un canario con necesidad de mover las alas, le comentaba esto mismo cuando me interrumpió diciéndome que no lo habían invitado al SILA.
¿Invitado? Pregunté.
El editor al que estimo y aprecio se quedó un buen rato mirándome.
¿Invitado? Volví a repetir.
SILA está abierto al público en general. Pero sobre todo está abierto a que los editores y escritores canarios además de hacerse una idea de lo mal que está publicar y escribir fuera de este ombligo peludo que es Canarias, aprendan escuchando las realidades de otros escritores y editores que realmente lo tienen muy duro para escribir y editar en sus territorios, e invita a que conjuntamente planifiquen futuras iniciativas editoriales.
Conocer cómo lo han hecho es, al menos para quien ahora les escribe, una respuesta para aprender a sortear las dificultades que nos amenazan en este apocalíptico 2012 que ya se nos viene encima.
Respecto al escritor que ha dado el paso adelante al sentirse airado en nombre de otros escritores que no se han sentido airados debo decir que la producción literaria de Nicolás Melini es, a mi juicio, y sobre todo en el territorio del relato corto, excelente.
Ya he escrito que Melini es, reitero que a mi juicio, eficaz para contar mucho en apenas seis o siete páginas.
Su último libro de cuentos, Pulsión del amigo, logró lo que muy pocos libros canarios leídos en los últimos tiempos ha hecho: que me llegara al corazón, que me conmoviera. Que me dejara turulato y que supiera, no ya intuya, que detrás había un escritor que trascendía sus intenciones de futbolista asesino.
Melini, con muy buen criterio, vive en Madrid y por razones obvias no pudo asistir al SILA pero sé, no intuyo, que se sentiría muy cómodo en el Salón. Que sería uno de esos escritores canarios que asistirían –libre de prejuicios y paranoias– si no a todos al menos a la mayoría de las mesas redondas, presentaciones y conferencias que el Salón ofrece –es oro puro, creánme– a lo largo de los cinco intensos días de su desarrollo.
Algunos opinarán que está mal que lo diga porque este año formé parte de esa familia que lo hace posible, pero pese al trabajo y los nervios, SILA es un milagro. Un oasis que invita al pensamiento y al intercambio. También al descubrimiento de un universo literario que pese a la censura y a la pobreza, está haciendo todo lo posible para competir contra un Primer Mundo que hoy más que nunca tiene los pies de barro.
De esto y otras cosas hablaron Boubacar Boris Diop o Sami Tchak, entre otros escritores, en SILA 2011.
Y como razonó Alfonso González Jerez apenas encontré a editores y escritores canarios sacando provecho de estas experiencias.
Sus razones tendrían, pienso.
Aunque no son tiempos, pienso otra vez, para mirarnos el ombligo y sí la de aprovechar las oportunidades que ofrece un espacio que invita al intercambio y al debate sensato. A tender puentes.
Por ello, que algunos de los integrantes del puchero narrativo canario se sientan molestos porque alguien les diga “esto es lo que pienso que son” me asombra. Claro que al sentirse algunos reflejados en ”esto es lo que pienso que son” se ha logrado al menos que despierten momentáneamente de su habitual letargo.
Allá ellos pero no sus lectores.
Saludos, esa es la cuestión, amigos, esa es la cuestión, desde este lado del ordenador.