Diario de un esclavo sin amo
MAÑANA
Hace tiempo me regalaron la novela Petróleo del escritor norteamericano Upton Sinclair, título en el que se basa la película Pozos de ambición del interesante cineasta Paul Thomas Anderson. Con el paso de los años, y gracias a una de esas cada vez menos afortunadas visitas que realizo al Rastro de la capital tinerfeña me encontré con otra obra de Sinclair: Los dientes del dragón, que por inercia y debido al precio me procuré con una torva sonrisa dibujada en los labios.
Lo de la torva sonrisa es porque, pensé, el volumen iba a descansar en mi mesilla de noche donde se amontona una columna de libros que espera con resignada paciencia que les toque el turno de que me alimente de ellos o los tire a esa otra montaña de ejemplares donde descansan los que, a mi juicio, fueron lecturas condenadas, frustradas.
El caso, les contaba, es que pese a sus ochocientas y apretadas páginas, Los dientes del dragón me ha inoculado el veneno Sinclair como no supo inoculármelo en su momento Petróleo. Quizá se deba a que es una novela “europea” escrita por un escritor norteamericano comprometido con unas ideas que hoy muchos de los que la defendieron en el pasado les suena a chino mandarín.
Cabe destacar que Sinclair es autor también de una emocionante y propagandística historia que con el título de ¡No pasarán! Un relato sobre el sitio de Madrid rinde homenaje a la defensa numantina que la caótica II República, con la ayuda desinteresada de las Brigadas Internacionales, realizó en la capital de España durante los años de la Guerra Civil.
Lamento decir, sin embargo, que ésta no es una de las mejores novelas del escritor, aunque sí que se trata de una de las menos densas al no alcanzar las trescientas páginas. Con todo, es un título recomendable para los que, como quien les escribe, se confiesa aficionado lector de la literatura –con independencia de su signo ideológico– que se escribió sobre aquel conflicto fraticida del que todavía los nietos y bisnietos de quienes se vieron las caras en las trincheras así como de sus víctimas en retaguardia, no quiere que cicatrice por aquello del navajeo entre imbéciles.
Todo esto viene a colación de que me encuentro esta mañana en una céntrica librería de la capital tinerfeña con, ¡oh, extraña sorpresa!, La jungla, uno de los primeros títulos de Sinclair que ha sido ahora editado en España.
Así que pienso, ¿me empujó el fantasma del señor Sinclair a entrar en esa céntrica librería de la capital tinerfeña que tiene molestos chivatos electrónicos en su puerta de entrada y salida a continuar descubriéndolo tras la gratísima experiencia que me está resultado devorar Los dientes del dragón?
Quiero pensar que sí.
MEDIODÍA
Llega a mis manos un ejemplar de Cucarachas con Chanel, de Dr. R (JRamallo), volumen que hace el cuarto de la colección G21 Narrativa Canaria Actual que dirige con mucha vista y sentido de la oportunidad Ánghel Morales, un tipo al que un día de estos habría que hacerle el homenaje que se merece por mucho que le pese a los que integran la tribu de los Morlocks de la patética –ahora que nadie nos lee– literatura que se escribe en Canarias.
Eso no evita que haga el signo de los ateos ante los elogios que me hacen de un libro que, sí, he comenzado a leer esta misma tarde dejando aparcado de momento las reflexiones simpre aleccionadoras del maestro Josep Pla, la vitalísima El diablo en cuerpo de Raymond Radiguet, los desarmantes relatos de Desde ahora te acompañaré a casa, de Kjell Askildsen y el ambicioso fresco que hace Sinclair de la Europa de entreguerras.
Vade retro Satanás, informo a los que se empeñan en venderme las excelencias de unas cucarachas perfumadas antes de que acabe su lectura.
Dejad que lo lea en paz, escupo mientras cojo el tranvía y subo la cuesta de esta ciudad de calvarios varios hasta bajarme en la parada del Puente Zurita, donde tres gorilas con chaquetas rojas comprueban la validez del billete de los que descendemos. Lo que me hace sentir como un espía británico en el Berlín de los nazis cuando uno de ellos, tras dejar pasar a una abuela que empuja el cochecito donde duerme plácidamente su nieta, observa mi bono como un SS de la Cuesta Piedra.
- Siga, siga usted.- me indica devolviéndomelo irritado mientras una estudiante de Solfeo ocupa mi lugar.
TARDE
Por la tarde, sobre las 18.30 horas, me dirijo a Tenerife Espacio de las Artes TEA para adquirir gratuitamente una entrada para ver el cortometraje El círculo, de Eugenia Arteaga. Una co-producción de Digital 104 y Funcasor, pero el hombre de la entrada me informa que las localidades para las sesiones de las 20 y 21 horas están agotadas. Me invita a que asista a la que se exhibirá a las 21.45, creo entender, pero niego con la cabeza.
Demasiado tarde, demasiado tarde.
Como no tengo nada mejor que hacer salvo la de ver a conocidos a los que no quiero ver cuando comienza a morir el día me meto en esa catedral del consumo que es el Corte Inglés mientras suena en mi cabeza la banda sonora de El manuscrito encontrado en Zaragoza, del maestro Penderecki.
TARDE NOCHE
Vuelvo a subir a casa en el tranvía. Vuelvo a bajarme en la parada del Puente Zurita donde ahora no hay chaquetas rojas y me tropiezo con un amigo recién llegado de Madrid con el que me tomo unas cervezas en el Callejón Sitjá.
Mi colega, con tres birras en el estómago, me confiesa que no pudo con Madrid por el mar.
- ¿Cómo que el mar?- le pregunto inquieto.
- Echaba de menos el mar.- responde agitando los brazos.
No se si ponerme a llorar o reír. Por deferencia a mi amigo no hago ninguna de las dos cosas y sí que pido otra ronda de cervezas.
Y mientras habla del mar y de lo caro que es la capital de España y de lo difícil que está la cosa, y de la puta crisis, y de que si seguimos así Europa va comenzar con lo del vicio griego –pero de verdad, destaca– con este país que antaño poblaron Quijotes y Sancho Panzas, veo en la esquina como un hombre bien vestido rebusca en un cubo de basura yo qué sé.
Y me levanto, tras eructar en silencio, diciéndole a mi amigo que me voy a casa porque estoy cansado y mañana, que es jueves, tengo que madrugar.
Doy media vuelta con la esperanza de que mi amigo el-que-echa-tanto-de-menos-el-mar dé por entendido que él pagará la cuenta y me dirijo a mi vetusta mansión mientras pienso que el mar tiene muchos colores y olores.
El mar…
En donde vivo, cuando me doy cuenta que está ahí, lo veo de azul marino pero en Cádiz lo recuerdo con un extravagante verde turbio y en Portugal de un verde profundo que me dio miedo y el del Caribe de un azul pálido que casi lo hacía blanco.
NOCHE
Llego a casa pensando en los parientes de los que hablaba tanto mi padre y tras revisar el buzón me encuentro con un paquete que lleva dentro un libro.
Mientras subo las escaleras con la lengua fuera intento abrir el sobre con los dedos pero tengo que utilizar las tijeras cuando cierro las puertas de mi vetusta mansión.
Enciendo el equipo de música, donde suena Schoolboys in Disgrace o esa gloriosa obra maestra de The Kinks, y saco el volumen.
Leo el título: Sobre el imaginario narrativo atlántico.
Y concluyo citando ebrio al ebrio Gérard de Nerval: Pardieu! Vive le Fantastique!
Saludos, pienso ¿luego existo?, desde este lado del ordenador.
Marzo 8th, 2012 at 9:47
Askildsen, impresionante.
Marzo 10th, 2012 at 22:39
Y Upton Sinclair, y Radiguet y Pla, y Penderecki y…. Y…
Marzo 10th, 2012 at 23:06
y j ramallo?
Marzo 11th, 2012 at 18:00
Y J Ramallo, claro está. Encuentro en sus historias un inquietante nexo de unión con El futbolista asesino de Nicolás Melini…