La mirada del observador
Me preguntaba esta misma mañana, mientras asistía a la rueda de prensa Steve McCurry. Retrospectiva, qué demonios va a pasar en esta tierra el día que la Obra Social de CajaCanarias deje de apostar –e invertir, porque de eso se trata la cosa– por la Cultura tal y como ha estado desarrollando la Entidad a lo largo de los últimos años.
Un ejemplo más: gracias a su iniciativa, que la capital tinerfeña acoja hasta el 29 de junio una muestra fotográfica de estas características y dimensiones, 101 imágenes del maestro norteamericano, me ha hecho pensar que a este lado del Atlántico, cada día más pobre y desnortado, podemos también tocar el cielo y ver de cerca, a dos palmos de la cara, un trabajo que llega al alma porque narra historias y te obliga a reflexionar sobre tus miserias cotidianas. Esas incómodas frustraciones que, observando el trabajo de Steve McCurry, se hacen más diminutas si cabe al observar la realidad de los habitantes de distintos países del Tercer Mundo.
Ese Tercer Mundo al que el Primero mira con tanto temor como desprecio.
Veo el rostro de un niño afgano cuyo cuerpo cruza en forma de aspa varias cintas con balas. También la imagen de una madre y una niña que descansan sobre una hamaca mientras una serpiente de considerable tamaño se desliza por el suelo, y pienso que estas imágenes además de quemarte la conciencia, quizás contribuyan a que seamos mejores persona si descubres en ellas, como te hace descubrir McCurry, que tu gris y anodina existencia pese a la que está cayendo resulta bastante cómoda y tranquila en comparación con la que se han resignado a vivir esos rostros que te devuelven la mirada con un asombro indescriptible porque se han acostumbrado a vivir al límite y a sufrir demasiado.
Esas caras parecen decir que no tienen tiempo para perderlo en tontos problemas, y que pese a que sus necesidades sean tan básicas, continúan dando pasos al frente por muy espantosa que sea su existencia.
El señor McCurry es un hombre bajito y con unos ojos poderosamente claros que se han acostumbrado a retratar el horror con un sentido de la composición y de la estética que hace que todas las fotografías que integran esta colección resulten de una inquietante belleza que no pierden su demoledor mensaje de denuncia.
Estamos pues ante una obra mayúscula que pone de manifiesto que el periodismo –en este caso gráfico– sirve además de para contar mentiras, para informar y revelar de verdad las perversiones que nos caracterizan como personas así como la grandeza de esas mismas personas cuando viven en condiciones límites y se aferran unas a otras porque no hay mayor crimen en el mundo que estar solo.
McCurry se dedica a tomar instante de esos momentos sin tomar partido, lo que hace que su trabajo no caiga en un molesto alegato reivindicativo sino que refleja momentos que detienen la respiración del observador porque su trabajo te hace meter en los escenarios y rostros que capta porque parecen que salen del marco en el que están expuestos.
McCurry explica su trabajo, en un inglés con marcado acento americano: él solo se limita con su cámara ”a buscar flores en medio del desierto”, y parte de esta experiencia se transmite en esta retrospectiva que recorre cuarenta años de su vida profesional visitando diferentes lugares del planeta, aunque su mirada, la mirada McCurry, encontró su lugar en Asia, continente que ha visitado en numerosas ocasiones y una de cuyas fotografías, la de la mujer afgana tomada en 1984 y que quizá sea la más conocida de su abundante y sorprendente producción al ser portada de National Geographic, logró capturar “una mañana cualquiera porque a menudo las cosas importantes suceden en el momento que menos te lo esperas. ”
Salgo conmovido y por lo tanto alterado tras ver la exposición. Y me pregunto, mientras paseo por Santa Cruz sumido en la telaraña de mi melancolía, la suerte que aún tenemos por aquí de contemplar el trabajo de un hombre que, pese a sus años, esta misma mañana me hizo entender que la verdad podemos encontrarla si sabemos mirarla con la paciencia de un observador. Solo hay que esperar el momento para la revelación.
Saludos, hánganme caso y vayan a verla, desde este lado del ordenador.