Archive for Marzo, 2012

‘Algo’, llamémoslo ‘alma’

Domingo, Marzo 4th, 2012

INTRO

No sé si la narrativa que se escribe en Canarias está viviendo uno de sus momentos más afortunados como pregonan algunos ni desafortunados como se empeñan en asegurar otros. Lo que sí tengo meridianamente claro es que cada vez son más los libros que, editados aquí o allá, están configurando un puchero en el que con los que ya estaban y las nuevas aportaciones que aparecen, se guisa un plato que, por si algo se caracteriza, es por la variedad de sus ingredientes.

Y si bien no todo lo que se está publicando supera el suficiente, digamos que de tanto en tanto el lector con hambre, sin ataduras a tontainas y resentidas endogamias, puede encontrarse con novelas y cuentos que sin resultar sobresalientes están escritos con lo que quiero llamar alma, así como con una notable necesidad por reflejar la inquietante nada cotidiana que significa para sus autores vivir en este archipiélago.

¿Casualidad?, ¿coincidencia? Los dos títulos que a continuación reseñamos cuentan con frases del escritor Roberto Bolaño abriendo sus propuestas narrativas.

EN EL CAMINO

Llega a mis manos dos curiosas novedades firmadas por escritores nacidos a finales de los setenta y principio de los ochenta en las islas que, pese a su aún retardado proceso de maduración carbónica, me han resultado productos vitales. Vehículos de entretenimiento en los que encuentro ese alma que apuntaba más arriba. O las claves de un universo que a base de trabajo y constancia, pero sobre todo de aprendizaje vital, podrían revelarnos en un futuro no muy lejano a escritores de verdad. Independientes, gente que escribe por sus santos cojones.

Entiendo así Cuaderno afortunado, de Eduardo Delgado Montelongo, como un entretenido relato de búsqueda con ecos a En el camino de Jack Kerouac. Una novela más de viaje que de carretera en la que su autor emprende un curioso itinerario por estas islas disgregadas del Atlántico buscando sus raíces. Algo que lo ate con la tierra que lo vio nacer.

Cuaderno afortunado es eso, un irregular pero intenso diario de viaje en el  cual el lector irá conociendo a través de su protagonista los mitos, y también las contradictorias sensaciones que esos mitos le suscitan, sobre y de Canarias.

La narración se inicia con el regreso de su protagonista a Tenerife, quien tras almorzar con su madre y sentir la dulce tentación de recuperar la tranquilidad del líquido amniótico en el que nadamos la mayoría de los habitantes de estas islas, apuesta por rebelarse e ir más allá.

Es decir, la de salir –que no escapar– con lo puesto y conocer la geografía de una tierra en la que aspira a reconocerse.

“¿Por qué volver? No había una respuesta clara para esa pregunta, más bien muchas a la vez dándose la razón unas a otras. En el fondo, ¿qué más daba un lugar que otro?, ¿no eran los lugares sus gentes?, ¿y no había gente en todas partes, buenos, malos, mujeres de las que enamorarse? En efecto, en ocasiones las preguntas dicen más que las respuestas.”

Y es precisamente a través de la geografía humana con la que el personaje de Cuaderno afortunado explora un territorio (in)felizmente aplatanado para aprender a ser una persona que siente la necesidad por reencontrarse con un pasado muerto y al que se ha hecho tontamente legendario como es el de los primeros pobladores de estas islas para toparse con otra realidad que, si bebe de aquellas fuentes, es para vindicarlo bajo la mirada del folclore.

Esto me hace pensar que  hay que leer Cuaderno afortunado como una curiosa novela de aprendizaje, y dejarla digerir con la asombrada inocencia con la que está escrita. Una inocencia sin imposturas, que desarma por su sinceridad.

Y precisamente por eso, por su sinceridad, Diario afortunado es, a mi juicio, un relato con alma.

PIENSO, LUEGO  ¿EXISTO?

Con Paréntesis, Hosmán Amin Torres, mezcla relato y poesía con un atractivo leiv motiv existencial en el que vendría a decir algo así como estoy vivo, sí, pero la vida mientras tanto se me escapa de entre las manos.

Estructurada en siete bloques (Recuerdos abruptos; Hipocresías, cinismo y otras incomodidades; Pesadillas y sueños; Pasiones, convivencias e inseguridades; Hastío preñado de rutinas; Cuentos de bares de barrio y Retazos de sangreParéntesis, pese a tratarse de un volumen irregular que pedía a gritos más esfuerzo y coherencia, incluye una serie de relatos que por su audacia, por su frescura, por sus ganas de contar, revela a un narrador que con más paciencia podría significar una agradable sorpresa para el desnortado panorama narrativo que se escribe en estas islas.

El libro se inicia con un relato en clave fantástica que sin estar lo redondeadoo que debiera, sí que me supo a agradable aperitivo.

Se titula El brujo, y pese a que no termina de estar bien cerrado, logró convencerme para que continuara leyendo un volumen en el que se detecta alma. Incluso en sus historias más enojosamente cursis y por lo tanto fallidas.

El relato que da título al libro, Paréntesis, se deja leer porque su autor tiene capacidad para describir ambientes y reflejar en unas pocas pinceladas las miserias de una serie de personajes que viven porque en esa gigantesca lotería que es la vida les tocó el Gordo de venir al mundo para reírles las gracias al Jefe.

En Mira siempre al frente, Hosmán Amin Torres tiene la cintura suficiente para convertir una situación cotidiana en inquietante, aunque le falte fuelle para circularla como exigía mi estómago hambriento.

Elementos que tampoco sabe explotar en el que, a mi juicio, es el mejor relato del libro, Habitación para un desconocido. Una pieza con ecos cortazianos que, mientras la leía, imaginé convertida en uno de esos cortos canarios si los chiripitifláuticos cineastas que dirigen cortos canarios volvieran su mirada a lo que está escribiendo la pibada que forma parte de su generación.

En esta misma línea, resalta también el cuento titulado Una noche, y el desolador, por lo que implica, Visita inesperada. Un cuento cruel, cuyo inicio: “La tarde transcurría tranquila en la oficina. La música murmuraba de fondo, a un volumen que no permitía distinguir con claridad los que mis oídos escuchaban” no hace presagiar el final de la historia.

Consciente de que ni Cuadernos afortunado ni Paréntesis de, respectivamente, Eduardo Delgado Montelongo y Hosmán Amin Torres son libros acabados, redondos, continuo sosteniendo que tienen algo.

Ese alma al que me refería al principio.

Ya que se tratan, a mi parecer, de obras escritas con pulsión, con latido.

Esbozos en los que se detecta necesidad por expresarse.

Por ello, creo que hay que leerlos como audaces y desprejuiciados ensayos de lo que estos dos autores –si continúan explotando el camino de la escritura– podrían ser capaces de mostrarnos en un futuro que necesariamente no tiene que ser tan lejano.

Tienen algo.

Y yo a ese algo lo quiero llamar alma

 Saludos, y no es baladí, desde este lado del ordenador.

Solo una cita

Sábado, Marzo 3rd, 2012

En este tiempo es cuando se ve con más claridad que hay que escoger: o vivir fuera de uno mismo, dejarse arrastrar por el torbellino de este mundo y ser feliz, o meterse en sí mismo, a medias naufragado en el secreto lago de la melancolía personal

(Josep Pla, de su libro Madrid 1921. Un dietario)

¡¡¡Malditos comunistas!!!

Viernes, Marzo 2nd, 2012

El miedo es como el fuego

Rocky Balboa

INTRO

El mundo ha dejado de ser el mismo desde que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas dejó de ser Socialista y Soviética. Claro que, afortunadamente, el cine ha dejado buena constancia de aquel periodo de la Historia que marcó la política global a través de un puñado de películas que vistas hoy conservan todavía un siniestro atractivo. En este post voy a mencionar solo algunos de los títulos que me parecen más significativos sobre lo que ha pasado a conocerse como Guerra Fría, dejando de lado con discreción y mucha alevosía las numerosas cintas que en clave de espionaje también quisieron contar aquellos sucesos.

He preferido decantarme en este artículo que no pretende presentar cátedra por todas aquellas cintas que los especialistas denominan como de política ficción.

Consciente que me dejó numerosos títulos en el tintero y que la lista solo reseña películas norteamericanas, se agradecerá a quienes les resulte interesenta el tema suscitado por este post que  incorporen títulos de otras nacionalidades así como estadounidenses que hayamos –siempre involuntariamente–  olvidado

LA HORA FINAL (Stanley Kramer, 1959).- Probablemente se trate de una de las películas más desasosegante de la historia del cine y filme cuya grandeza no ha logrado ser enturbiada por telefilmes como El día después (Nicholas Meyer, 1983) y la triste y maravillosa cinta de dibujos animados Cuando el viento sopla (Jimmy T. Murakami, 1986). Stanley Kramer, un cineasta comprometido y de ideas liberales, se anticipó además en La hora final a lo que más tarde haría el cine de catástrofe en los setenta, contar una historia –en este caso sobre el fin de la humanidad–  con un reparto de estrellas del viejo y nuevo Hollywood como fueron Gregory Peck, Fred Astaire, Ava Gadner y Anthony Perkins. Basada en una novela de Nevil Shute, La hora final cuenta como se aproxima una nube radioactiva a Australia tras un holocausto nuclear tras arrasar el resto del planeta. Mientras los personajes esperan resignados su última hora, un submarino del ejército de los Estados Unidos trata de buscar supervivientes en una Tierra que ya tiene sus días contados. Una de las mejores escenas de la película tiene lugar cuando por radio la tripulación del sumergible escucha una señal en una ciudad donde ya no quedan personas. Y más cuando se descubre el origen de esa señal.

EL MENSAJERO DEL MIEDO (John Frankenheimer, 1962).- A pesar de su feroz discurso anticomunista, a mi juicio El mensajero del miedo (The Manchurian Candidate) es una de las mejores películas sobre esa desviación de la mente humana que es la paranoia. Está dirigida además por un cineasta sobresaliente, y protagonizada entre otros por Frank Sinatra, Laurence Harvey y Janet Leigh. Basada en una estupenda y delirante novela de Richard Condon, El mensajero del miedo cuenta la historia de un héroe de la guerra de Corea que regresa a casa convertido en otra persona. La clave, lo interesante del asunto, es que el héroe no sabe que actúa para el enemigo al ser víctima de un lavado de cerebro cuando fue capturado por el ejército norcoreano. Pese a que el paso del tiempo la haya empequeñecido un poquito, reivindico que esta aún formidable película es una obra maestra sobre la paranoia. Paranoia que salpica a la mayoría de los personajes excepto al pobre candidato de los manchuarianos, inconsciente de que se ha transformado en una máquina de matar. Jonathan Demme rodó una nueva versión en 2004 pero sin la gracia ni la voluntad inquietante que tan bien supo explotar Frannkenheimer en la cinta original.

TELÉFONO ROJO, ¿VOLAMOS HACIA MOSCÚ? (Stanley Kubrick, 1964).- Excesiva, apoteósica comedia sobre el cataclismo nuclear dirigida por el más tarde gélido Stanley Kubrick, quien contó en esta ocasión con un libreto escrito por el subversivo escritor y guionista Terry Southern, pionero de lo que se conoció como Nuevo Periodismo y de quien se puede encontrar en español algunos de sus artículos más libertarios en la legendaria colección Contraseñas de Anagrama bajo el título de A la rica marihuana y otros sabores. ¿Qué podemos contar que no se haya contado ya de Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú?, prácticamente nada salvo la de volver a incidir que quizá se trate de la película más conocida de política ficción que se rodó sobre aquella Guerra que fue tan Fría. Protagonizada por Peter Sellers, que interpreta a tres de los personajes de esta película coral –el capitán Lionel Mandrake, al presidente Merkin Muffley y al ya legendario doctor Strangelove, que da título original al filme, Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb–, Sterling Hayden, George C. Scott y Slim Pickens en un papel que en un principio iba a protagonizar el mismo Sellers, entre otros actores, Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú? es una corrosiva sátira antibelicista que todavía deja con la boca abierta. La película cuenta con numerosas escenas que ya se han convertido en canónicas en esta clase de filmes. Yo me quedo con la de Muffley/Sellers hablando con su homólogo ruso a través del dichoso teléfono rojo o con la ya mítica de Slim Pickens cabalgando en ese falo gigante que es la bomba mientras grita al estilo tejano el inevitable fin del mundo.

PUNTO LÍMITE (Sidney Lumet, 1964).- Quizá sea, junto a La hora final, una de las películas  más desasosegante que he visto en mi vida. El primer visionado, siendo aún un adolescente con granos en la cara y ganas de rebeldía me dejó literalmente noqueado. Es imposible si se ve esta película no ponerse en la piel de Henry Fonda, que hace de ese presidente de los Estados Unidos que todos quisiéramos ver algún día –seamos o no norteamericanos–  en la Casa Blanca. Como diría Javier Hernández Velásquez es imposible resistirse a los ojos puros de Fonda, aunque sea en blanco y negro y perdamos de vista su azul celeste. Punto límite arranca cuando un escuadrón de bombarderos del SAC es enviado a destruir Moscú por un error informático. Fonda intenta convencer a su homólogo ruso que no contraataque y ofrece una solución salomónica para que el mundo no se vaya a la mierda: sacrificar una ciudad de los Estados Unidos si los pilotos estadounidenses no terminan su trabajo. La película, tan teatral como otras tantas cintas de Lumet, se desarrolla en escenarios cerrados, como el despacho Oval donde, entre otras cosas, el presidente y sus asesores se plantean qué ciudad norteamericana borrar del mapa para dejar a los soviéticos tranquilos si al final el Kremlin salta por los aires. Stephen Frears rodó una nueva versión en formato telefilme y más teatral si cabe de Punto Límite con, entre otros actores, George Clooney, pero no supera a la original. Así que vean la de Lumet. A mi me sigue pareciendo una de las mejores películas de esta lista improvisada.

SIETE DÍAS DE MAYO (John Frankenheimer, 1964).- Como habrán observado 1964 fue un excelente año en películas sobre esta temática. Algo así como el Vega Sicilia de las cintas de política ficción sobre la Guerra Fría. Dirigida por el ya citado Frankenheimer, la clave que hace grande a esta película y también al cine norteamericano cuando era una voz libre y no temía la feroz dictadura que impone el mercado, es que el enemigo, además de la URSS, puede estar en casa. Y no como integrante de una quinta columna como refleja Mike Spillane en algunas de sus impetuosas novelas policíacas o Samuel Fuller en su aún atractiva Manos peligrosas, sino por un grupo de militares derechistas poco o nada convencidos de cómo está llevando el presidente de los Estados Unidos (Fredric March) su política contra los soviéticos. El enfrentamiento entre dos militares, Kirk Douglas y Burt Lancaster, el primero un soldado que, pese a lo que piensa acata obedecer a su jefe –que es el presidente de los Estados Unidos– y el segundo, un profesional de la guerra cansado de saludar a un civil –el presidente de los Estados Unidos– al que considera un pusilánime por su actitud ante los rusos y que lo lleva a encabezar unn golpe de Estado es de lo mejor de una cinta en la que vuelve a aparecer el animal más bello del mundo: Ava Gadner.

ALERTA MISILES (Robert Aldrich, 1977).- Quizá no sea una de las mejores películas de Robert Aldrich, pero si se la ve con el corazón bien podría pasar a la historia como una cinta donde las viejas glorias de Hollywood quisieron decir algo así como su última palabra. Protagonizada por Burt Lancaster,  Richard Widmark, Melvyn Douglas y Joseph Cotten, entre otros gigantes que en aquellos días ya les daba ocho que ochenta, el filme es un alegato antimilitarista firmado por un cineasta veterano que no confundía ideología con sentido del espectáculo. Un ex general degradado de las Fuerzas Aéreas norteamericanas y cuatro hombres okupan una base militar y amenazan con lanzar misiles atómicos Titán contra la URSS, si el presidente –además de pagarles cien millones de dólares y garantizarles la impunidad– no hace público en la televisión un documento secreto relativo a la guerra de Vietnam, redactado por su predecesor, un tal Nixon. Al final… al final…

JUEGOS DE GUERRA (John Badham, 1983).- El cine norteamericano explotó en los años ochenta una serie de películas protagonizadas por adolescentes que ya estaban en su primera juventud que, en este título de Badham, explotaba lo que hoy podríamos considerar como aquellos locos pioneros piratas informáticos. En la cinta de Badham, que tiene ese encanto ochetentero de que cualquier mundo podía ser  mejor gracias a estas máquinas procesadoras de datos, su protagonista, interpretado por Mattehew Broderick, se introduce en el sistema informático de Defensa de los Estados Unidos y se pone a jugar a la guerra con su súper ordenador sin darse cuenta que la travesura puede llegar a mayores. En la cinta interviene una actriz, Ally Sheedy, que rompió corazones en la adolescencia de aquellos tiempos ya tan remotos y aún a sabiendas que se trata de una película que solo tiene interés para los que éramos una muchachada con acné y demasiados complejos, en contra de las otras cintas comentadas con anterioridad, creo que el paso del tiempo logrará que Juegos de guerra –pese a resultar demasiado viejuna– se convierta en un título a tomar en cuenta ante en ese futuro que nadie sabe donde nos va a llevar.

AMANECER ROJO (John Milius, 1984).- Ronald Reagan se convirtió en el cuadragésimo presidente de los Estados Unidos en 1981, ganándole las elecciones al demócrata y probablemente uno de los más marcianos y progresistas mandatarios que ha tenido ese país en su ya larga historia, Jimmy Carter. Cuento esto para poner al lector en antecedentes. Durante la era Reagan el cine americano sacó de sus entrañas sus peores fantasmas con la obsesión de quitarse de encima la presunta debilidad de la Administración Carter con una serie de películas donde se reivindicaba lo que allí conocen como el espíritu americano: una mezcla de profundo individualismo que no le hace asco a la labor de equipo. Estimulando el miedo comunista, uno de los cineastas más interesantes pero también ultra conservadores de su cine presentó, acogiéndose también a la moda de cintas protagonizadas por adolescentes, Amanecer rojo, una película donde se planteaba una hipotética invasión de los Estados Unidos por fuerzas hostiles y combinadas soviéticas, cubanas y nicaragüenses (¡!). Con todo, Amanecer rojo es una película que el paso del tiempo ha ubicado en su lugar: el de las rarezas. Y a ello contribuye el sentido épico que caracteriza el cine de su director y guionista, John Milius, quien en esta película de política ficción alambica un discurso propagandístico que visto hoy día solo puede generar una y salvaje y tambiém comprometedora carcajada.

ROCKY IV (Sylsvester Stallone, 1985).- Quizá se trate de uno de los mejores traillers de la historia del cine: en pantalla dos puños enfundados en guantes de boxeo y con la bandera de Los Estados Unidos y de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se golpean dando origen a una apoteósica y, quiero pensar, nuclear explosión. Tras dar la vara con Rambo, Stallone recupera a su personaje más agradecido, Rocky Balboa, en la cuarta entrega de la serie enfrentándolo a un púgil ruso que más que ruso parece una fantasía aria hitleriana:  el feroz y robótico Iván Drago (Dolph Lundgren). Drago, que acaba de machacar hasta la muerte al primer contrincante y luego mentor de Balboa, Apollo Creed (Carl Weathers), jura venganza sobre su cadáver. El combate del siglo, el combate que resolverá de una vez la puñetera Guerra Fría se celebra en Moscú donde Rocky medirá sus fuerzas con Drago en el ring y ante un público tremendamente hostil.

¡Viva el espíritu americano!

¿Hace falta que cuente el final?

Baste decir que el Muro de Berlín se vino abajo cuatro años después de tan histórico combate.

Y que si bien la historia dice que ganaron los buenos – los del Mundo Libre– quien ahora les escribe no lo tiene nada claro.

Cosas de la Guerra Fría

Saludos, God Bless America, desde este lado del ordenador.

Amor loco

Jueves, Marzo 1st, 2012

He oído decir a personas muy bienintencionadas que mi abuela se murió de melancolía después de la muerte de mi abuelo, y eso a pesar de que alguien con muy buenas intenciones vino a ponérselo todo patas arriba. Así que cojo la tacha que encuentro en un cajón del armario y escribo en la pared con letras bien grandes: OJO CON LOS BUENOS, QUE NO TE JODAN LA VIDA con su caridad. Y luego firmo con las iniciales de mi abuela. Con suerte creerán que su fantasma habita la casa y se quedará sin alquilar. Tiro la tacha por una ventana, para que crean que mi abuela lo ha escrito con sus propias uñas.”

(El futbolista asesino, Nicolás Melini)

He vuelto a leer El futbolista asesino con una mirada distinta a como lo hice la primera vez y mis conclusiones continúan siendo más o menos las mismas. A mi juicio, El futbolista asesino, pese a sus tics, continúa siendo una de las mejores novelas de la literatura escrita en Canarias de los últimos tiempos. Un título, además, que pese a su equilibrado y nunca identificado localismo, nació con ganas de trascender fronteras.

En esta nueva lectura de El futbolista asesino me ha interesado, sin embargo, mucho más que el personaje, el loco romance loco que se derrama en algunas de las mejores páginas de este el libro. Circunstancia que ha hecho que deseche los materiales que en el pasado me llamaron, por una u otra razón, la atención.

Es decir, que si ayer me descolocaba el retorcido humor con que su autor, Nicolás Melini, presentaba a su personaje: una estrella del fútbol de Tercera División demasiado huraño porque percibe resignado su condición de ídolo regional; lo que más me ha atraído ahora de la novela es su poderosísima y transgresora historia de amor.

Un amor loco y envenenado. Un amor en el que Silvia, la novia –probable víctima de la furia de la que se alimenta su protagonista– se transforma en descarnado igual e incluso verdugo de un hombre sin contradicciones, atrapado por un furor asesino con el que el lector solo puede mantener una discreta distancia.

Pero me arrastro hasta tu cuerpo, lentamente, me desplazo hasta ti y de pronto este se me antoja un trayecto interminable, como si tú fueras el horizonte y yo te persiguiera en vano.”

Y todo ello pese a que El futbolista asesino está narrado en una primera persona donde, supuestamente, se nos desnuda lo que piensa y desea su protagonista.

Lo mejor así de esta novela, recientemente editada por Casa de Cartón, es la relación que ata y sobre todo se desata en esta pareja, muy bien narrada por Nicolás Melini en las últimas e intensas páginas del libro y repletas de un romanticismo que no cae en lo banal ni en lo cursi por su delicada y hermosa crueldad.

Y he aquí, en ese amor loco y desesperado, donde se encuentra, reitero, algunos de los mejores pasajes de una novela a la que el paso del tiempo apenas araña y por lo tanto  que continúa transpirando la misma frescura que la primera vez que cayó en mis manos, hace ahora exactamente doce años en la cuidada y reivindicable colección La Caja Literaria.

Escribo que no pasa el tiempo para El futbolista asesino porque, entre otras cosas, resulta una novela arriesgada y también un enfermizo relato sobre la frustración, el amor entendido a la octava potencia y, ya ven que cosas, la redención. Y todo ello localizado en una geografía –un barranco, un estanque, una plaza, la casa donde reside,  el piso vacío de sus abuelos, el estadio y siempre el mar– que sin ser identificada en ningún momento remite a una pequeña y asfixiante capital de provincias donde aparentemente no pasa nada y en la que todos nos conocemos.

La primera novela de Melini reúne así, en apenas un centenar de páginas, una serie de alertas que no dejan descansar la atención de lector. Alambica además situaciones que, como espectador, se viven con desconcertante sorpresa.

Nada más arrancar la historia, el autor ya nos pone sobre aviso de por donde irán los derroteros de su relato al describir con la precisión de un cirujano el primer crimen del futbolista, conocido con el apodo de Falo (un apodo, por otro lado, a tener muy en cuenta porque no parece gratuito) al ejecutar más que con sangre fría con asombro y una pervertida curiosidad a un taxista con unas extrañas protuberancias en la cabeza. Este crimen, que se describe con puntillosa laboriosidad y hasta descarnado sentido del humor, será el responsable de abrir la caja de Pandora que, hasta ese momento, había mantenido cerrada su protagonista. Un deportista leído, un deportista frustrado, un deportista que, se intuye, quiere llevar hasta las últimas consecuencias su vida antes que transformarse en una persona mediocre, que acepta su fracaso.

Falo es así un rabioso individualista que, curiosamente, trata de ganarse la vida en un deporte de equipo y que, hasta ese momento, llevó una existencia como se esperaba.

Entre los momentos más desarmantes, destaco el segundo crimen que comete el futbolista a una joven en un callejón estrecho y oscuro y que tiene como único testigo a un invidente. O la fabulosa e irónica descripción que hace el protagonista mientras intenta despistar a una pareja de  policías que lo persigue entre una multitud de fanáticos religiosos.

Hay más momentos en esta novela repleta de escenas redondas cuyo andamiaje se sustenta en las aparentemente despreocupadas e irónicas –nunca frías, nunca cínicas por mucho que esfuerce– reflexiones de su protagonista. También, un sobresaliente interés por sacar a la luz las mediocres miserias que lo corroen por dentro. Sus ganas de matar siguiendo el dictado de sus impulsos más primitivos. Impulsos que al final se tambalean cuando el depredador se encuentra con una víctima que tiene un narcisismo mucho más profundo y menos hipócrita que el suyo.

Y todo ello narrado con un estilo sencillo, que va directo al grano y sin borracheras barrocas.

Melini apunta que en El futbolista asesino planea la sombra de Charles Bukowski –la novela, de hecho, se inicia con una frase del escritor norteamericano y de La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela– pero también detecto destellos de Brett Easton Ellis y su fallida American Psycho. Solo que Nicolás Melini tuvo la inteligencia de aligerar su historia de las tonterías con la que el escritor norteamericano engordó el título que más fama le dio en su carrera tras la curiosa –solo curiosa– Menos que cero.

No, a mi juicio lo que a Nicolás Melini le interesa es el personaje y mostrarnos a través de sus ojos la rebeldía de un asesino impetuoso, algo cobarde y moral que al llegarle la hora final pone fin a lo que más detesta: él mismo.

Saludos, ha sido una agradable reencuentro, desde este lado del ordenador.