El maestro
* Rodeado de jubilados pero muy bien acompañado veo, más bien me deslumbro con The Master, la última película de ese bicho raro que habita en Hollywood y que se llama Paul Thomas Anderson. Desgraciadamente, y como ya es norma en las salas Renoir, la versión que contemplo está doblada lo que, aquí entre nosotros, es un atentado al buen gusto porque hay escenas cuya intensidad dramática enflaquece con el puñetero doblaje. Gracias a los dioses, el trabajo de sus dos actores protagonista, que raya en la perfección, atenúa el efecto desolador de saber que quien está hablando, y cantando a veces, ni es Phillip Seymour Hoffam ni Joaquin Phoenix. Pero de no deja de empequeñecer esta obra que se inspira, muy tagencialmente, en la vida y el trabajo de L. Ron Hubbard, el padre de esa ya no neo sino religión –señalada por unos como secta– que es la cienciología. Tanto es el impacto que siento ante El maestro (puestos a traducir, traduzcamos también el título) que buceo en la Red buscando críticas sobre la película. Las reflexiones que ofrecen algunos son realmente de juzgado de guardia, y otras, la verdad, no hay quien las entienda. El maestro es una película para ver con todos los sentidos alerta. El maestro es así una película que debes atrapar, no te atrapa. He aquí lo más revelador, lo más atractivo de un filme que no deberían dejar de escapar en estos tiempos atontados. En los que se impone, afirman los iluminados, eso del pensamiento único.
* Me cuesta levantarme el domingo del colchón, aunque abro los ojos escuchando los alaridos de la ministra de esa iglesia evangélica que está debajo de mi casa. Apenas escucho lo que dice entre gritos, pero me da un poco de miedo porque parece que más que estar animando a su congregación a abrazar la fe en lo que llama Dios, identifico sus chillidos con los de un cerdo en época de matanza. Una amiga extremeña me invitó una vez a que viera en directo una matanza de puercos, como se conocen en Cuba, y puedo asegurar que desde entonces estoy curado de espanto para observar cine de sangre y tripas, lo que los anglosajones denominan como gore. No he dejado de comer cerdo tampoco. Al levantarme del colchón, asearme y salir a la calle me dirijo al Rastro de la capital tinerfeña con muy poco dinero en el bolsillo. Craso error, porque el Rastro de esta ciudad en la que habito ofrece a veces deliciosos descubrimientos. En un puesto, encuentro títulos y títulos sobre la Cuba de Fidel Castro escritos por los que se fueron de la isla, y una joya muy especial, un texto escrito por la antropóloga y poeta Lydia Cabrera sobre la otra religión –The master, El maestro me acompaña– que vive en una Cuba no tan profunda: la santería.
* A punto de finalizar El fantasma de Harlot, de Norman Mailer, más de mil páginas en la que el periodista y escritor norteamericano intenta contarnos la historia de la CIA, descubro que su personaje protagonista se retrata como un pupilo en manos del agente que da título a esta impresionante, también algo cansina, novela. Harlot es El maestro.
* Me envía un WhatsApp un amigo para informarme que el próximo fin de semana se acercará a la capital tinerfeña para ver Lincoln y Django desencadenado, las últimas de Steven Spielberg y Quentin Tarantino. Pienso que Abraham sí que fue un maestro. No lo tengo tan claro con Tarantino.
* Termino este repaso animándoles a que entren en el blog que llevan no ya dos amigos sino dos maestros: Mario Domínguez Parra y José Aníbal Campos, Arte-Sanías. Desde hace unos días, su bitácora ha iniciado un programa de presentación de autores y traductores internacionales, españoles y canarios. Inaugura el ciclo Ati Solerti, traductora al griego de poesía en español.
(*) En la imagen el hombre de las mil caras, Lon Chaney en La casa del terror (London After Midnight, Tod Browning, 1927).
Saludos, repite tu nombre, desde este lado del ordenador.
Enero 14th, 2013 at 16:37
Eduardo, muchas gracias.
Enero 14th, 2013 at 18:07
Gracias, querido Eduardo. Tú siempre dispuesto a ayudar y colaborar.