Los euros nunca caen del cielo
Creo que el centenar de personas –así informa un despacho de la agencia Efe– que este viernes, 8 de marzo, sacaron dinero de esos contenedores que responden al nombre de cajeros automáticos tuvieron que ser codiciosamente felices no solo por el puñado de euros que, presuntamente, daba la máquina sin computar en su cuenta corriente, sino también porque en unos momentos debieron de sentirse como ese desgraciado al que un día le toca la Lotería.
Leer la noticia no ha dejado sin embargo de conmoverme en estos tiempos que corren. Pienso, de hecho, que es un tema excelente –ese de largas colas frente a un cajero automático porque, supuestamente, regala dinero– para ser llevado al cine por la tribu de los leves que son, duela a quien duela, los únicos que han seguido haciendo cine en Canarias; como al gang de escritores que espero no pierdan el tren de fusionar su obra a la excéntrica y esquizofrénica realidad que nos ha tocado vivir como protagonistas.
El otro día un amigo que no pierde sus ojos asombrados me dijo: “lo lees todo, lo ves todo, no paras…”
Pero no había asombro en su voz.
- Si no es por esas películas, por esas lecturas, hace tiempo que se hubiera cortado las venas.- le respondió otra voz que no era la mía.
Mientras tanto imagino las supuestas largas colas frente al cajero automático que, dicen, escupe dinero gratis.
Las entusiastas conversaciones que se generan mientras se espera.
Lo que imaginan los que no hablan.
El cajero automático que vomita dinero gratis.
- ¿Cuánto has sacado?
- Seiscientos euros. La puta máquina se ha vuelto chalada. Mira el estracto. ¡Continúo en números rojos como hace meses…!- carcajada infernal.
Le muestro a la persona que más quiero en este planeta la pitillera Chesterfield, porque ahora fumo Chesterfiled como si fuera un Phillip Marlowe de provincias.
La persona que más quiero en el mundo la observa, la mira por delante y por detrás. Abre la caja donde descansan los cigarrillos que pronto se convertirán en humo.
Lee las advertencias que tanta puta gracia le hace al fumador.
Fumar mata.
Fuma perjudica gravemente su salud y la de los que están a su alrededor.
Fumar mata.
Detrás de la cajetilla las divertidas imágenes gore.
La de una colilla flácida.
O la de una garganta abierta en carne viva.
O la de un pulmón hecho una pasa.
O la de una pandilla de espermatozoides que han dejado de ser fértiles hasta llegar a la que más me gusta:
un rostro mujer cuyo doble es un cráneo porque “fumar provoca el envejecimiento de la piel.”
La persona que más amo en el mundo me mira a los ojos.
- La pitillera es bonita… pero fumar mata.
El tipo que sacó seiscientos euros se lo gasta en botellas de ron y en invitar a unas chicas que no se creen que le haya tocado los Ciegos, como grita a quien le quiera oír.
Entonces, uno de sus amigos le pide dinero para comprar polvos para la nariz y otro costo, porque tiene acento peninsular; y el de más allá, al que apenas conoce: ¡otra ronda!
La noche es joven y por una vez los billetes engordan su cadavérica cartera.
Veo en casa Gettysburg.
Es probable que a casi nadie le diga nada ese nombre ni esa película, pero me emociono al volver a verla.
Y no porque sea una película que te llevarías a una isla desierta sino porque esa batalla está dentro de tu cabeza desde que tienes uso de razón.
Para otros será Waterloo, Stalingrado, Las Termópilas, Lepanto, La Matanza/Victoria de Acentejo. Yo-qué-sé.
El tipo de los seiscientos euros, jarto de coca y alcohol, sale del pub a cuatro patas.
Su cabeza apenas responde.
Dentro de ella se cruzan mensajes que no terminan por aclarar.
Uno de ellos le informa que de los seiscientos euros debe de quedarle como la mitad.
Una de las chicas sale del pub.
La piba parece preocupada por su estado.
El tipo intenta hacer equilibrio sobre la acera mientras la cena sube por la boca de su estómago hasta su garganta.
Mientras vomita, observa por el rabillo del ojo como la chica da dos discretos pasos hacia atrás y se mete en el mismo pub donde suena una música escandalosa e inquietantemente militar.
Chumba, chumba, chumba…
Esta mañana aproveché para dar una vuelta por la ciudad.
El cielo permanecía encapotado y eso me cabreó.
- Va a llover.- me dijo un policía.
No, no va a llover, pensé.
Los euros nunca caen del cielo.
Saludos, pues va a ser que no, desde este lado del ordenador.