Un puñado de historias sobre la Gran Guerra
Escrito así, La Guerra del 14 parece como otra batallita del abuelo Cebolleta aunque fue la Primera Guerra Mundial que deshizo el mapa del mundo.
Como a Jacques Tardi, el gran cronista en cómic del fin de la época bella, este conflicto me ha quitado el sueño por la lectura de una serie de novelas escritas la mayoría de ellas por quienes combatieron en las trincheras. Historias, casi todas, pacifistas. Tanto, que aún hoy sirven de alerta…
Alerta…
Me procuré un ejemplar de Sin novedad en el frente en una feria del libro que organizaron en mi instituto. La firmaba Erich Maria Remarque y no creí, cuando comencé a leerla, que me fuera a pegar tan fuerte.
Como otros títulos que me encendieron la luz de la bombilla no he vuelto a leerla, como no he vuelto a leer los otros libros que se mencionan a continuación en este su blog El Escobillón.com, pero el recuerdo que guardo de ella ahora que paseo la mirada por sus páginas me emociona como entonces.
Leo la frase que escribí a lápiz una vez finalizada su lectura: “¡Dios, qué novela!”, y reconozco al adolescente que la descubrió por casualidad.
Mi encuentro con Adiós a las armas, de Ernest Hemingway, fue más mundano. La tuve siempre delante sin verla. Quiso la casualidad o lo que sea que tras mi constipado hemingwayano la leyera con la mosca detrás de la oreja… La mosca se fue y continúe con mi constipado hemingwayano.
Cuentan que en Finca Vigía, en Cuba, don Ernesto escribía de pie sus historias… Adiós a las armas nació de una convalecencia y en la cama.
La historia con Capitán Conan es distinta. Mi desconcierto fue encendido tras ver la rigurosa y cuidada adaptación cinematográfica de Jean Cosmos y Bertrand Tavernier de la novela de Roger Vergel. Contiene la novela y el filme la misma refinada crueldad de Senderos de gloria (otra novela de la que también se hizo película) pero ésta se sirve en plato frío y casi crudo.
Tempestades de acero no es una novela sino unas memorias. Las memorias de un soldado, Ernst Jünger, que nunca entendió demasiado bien a los pacifistas, y cuyas incendiarias y metafísicas reflexiones prolonga en su Diario de Guerra y Ocupación (1939-1948).
Hay que evitar para enfrentarse a Tempestades de acero el mal pálpito que se montó en torno a Jünger ya que unos no le perdonan que fuera un tipo coherente mientras que el resto pretende convertirlo en santo de la otra Gran Mentira.
Yo solo sé que no sé nada y que a Ernst Jünger le daría igual este debate de cretinos.
A Las aventuras del bravo soldado Švejk, escritas por Jaroslav Hašek, llegué también por casualidad, y gracias a una serie de televisión que, si no me equivoco, procedía de la aún reconocida Checoslovaquia. Recuerdo sonrisas más que risas viéndola, y esas mismas sonrisas más que risas las recuperé cuando leí las historias de Švejk, un Sancho Panza al que le ponen –y le pesa por inútil– un arma al hombro.
En casa de un amigo que vivía en Madrid me encontré con Tres soldados, de Jonh Dos Passos. Quería leer a Dos Passos porque era miembro de la Generación Perdida, esa milicia en la que estuvo Francis Scott Fitzgerald vestido también de soldado aunque la Guerra la pasó en casa y aprovechó el tiempo para conocer al amor de su vida, Zelda; o el mismo Hemingway.
Fue su primera novela, título que más tarde quedó relegado por sus mosaicos literarios, pero el que latió primero y el que me conmovió por dentro antes de iniciarme en su gran trilogía americana es Tres soldados. Será por su verdad y denuncia.
Alarmas.
Alarmas las del 14.
Unas alarmas que no han evitado otras guerras globales que vinieron y vendrán para deshacer el mapa del mundo.
Saludos, en las trincheras, desde este lado del ordenador.
Marzo 24th, 2014 at 0:35
¿Y Johnny cogió su fusil?
Marzo 24th, 2014 at 12:55
Y La reina de África, me refiero a la novela de C. Forester y no a la grandiosa película de Huston… Con esta lista escueta de títulos solo quise reseñar las novelas escritas por ex combatientes en la Gran Guerra.
Un abrazo