¡Bosambo!
Durante los años treinta el cine británico produjo una serie de películas que contribuyeron a justificar su política colonial. Uno de los grandes productores de ese cine, un cine que ensalzaba el patriotismo y el paternalismo que el hombre blanco ejercía sobre los pueblos en los que descansaba su férrea y civilizadora mano es Alexander Korda.
Vistas hoy, la mayoría de estas películas no pasan la prueba de lo políticamente correcto pero son obras adecuadas para ilustrar a iniciados lo que significó el proceso colonial si se observa más allá de lo anticuado en que han quedado estas historias.
Bosambo (Sanders of the River, Zoltan Korda, 1935) es uno de estos títulos, un filme hondamente politizado y racista pero perfecto para comprender cómo era el mundo hace ahora ochenta años, época de conquistas y adelantos en los que ya se vislumbraba el inicio de la II Guerra Mundial.
No es Bosambo una de las mejores películas exóticas de los hermanos Korda, quienes arañarían el cielo con ese monumento al Imperio que sigue siendo Las cuatro plumas (1939), hasta el momento la mejor adaptación cinematográfica de la novela del mismo título de A. E. W. Mason, pero sí que resulta un filme que debido precisamente al paso del tiempo ha crecido por, digámoslo ya, raro por extraño e insólito.
Basado en un relato de Edgar Wallace, el padre del thriller moderno, Bosambo mezcla en la misma historia imágenes reales –tomas documentales de los lugares más remotos de Nigeria– con las rodadas en estudio para narrar un relato en el que su protagonista, un negro nigeriano llamado Bosambo, se autoproclama jefe de la tribu de los ochori e, inexplicablemente, los ingleses apoyan. En otras circunstancias, se destaca en el filme, esto le hubiera costado la pena capital aunque ahora Bosambo es aceptado por la alta autoridad colonial sin el menor reparo. La razón de este extraño proceder es que el legítimo rey de los ochori, Mofolba, se ha declarado en rebeldía.
La película muestra a Bosambo como un rudo bonachón, pero también un hombre inteligente que aprovecha el respaldo británico para consolidar su poder. El Comisario Sanders, papel que interpreta Leslie Banks –el conde Zaroff en ese indiscutible clásico del cine de aventuras que es El malvado Zaroff (Irving Pichel y Ernest B. Schoedsack, 1932)– dinamita pues la tradición ancestral del territorio que gobierna para colocar en su lugar a un plebeyo de su absoluta confianza: Bosambo, al que interpreta el actor y cantante Paul Robeson.
No deja de resultar interesante esta película, bastante dinámica como fueron todas las aventuras africanas que rodaron los Korda, porque su protagonismo lo asume un jefe que ha sido impuesto por los blancos y que como tal trabajará por y para los blancos.
En el filme los blancos, salvo los traficantes de ginebra y armas, son hombres civilizados, honestos y entregados a su trabajo, tanto que el mismo comisario Robeson aplaza su matrimonio para resolver con la ayuda de Bosambo la revuelta.
Otra curiosa característica de Bosambo es que aprovecha las cualidades como barítono de Robeson para incluir algunos números musicales en la película y que sin venir a cuento se dejan ver con desconcierto. También que, en contra de otras películas coloniales de la época, la pareja protagonista la encarne el rey Bosambo y su esposa (Nina Mae McKinney), lo que deja como secundarios al resto de reparto, en especial a los actores blancos.
En Bosambo el hombre blanco además de encarnar la ley y un gobierno superior es para los nativos algo así como una encarnación divina a la que no conviene llevarle la contraria. Y eso lo sabe Bosambo, no el verdadero rey de los ochori, el salvaje y primitivo Mofolba.
Ya se dijo que como película para analizar el espíritu colonial del hombre blanco y en concreto del británico, así como para iniciar un encendido debate sobre el racismo, Bosambo debería de ser un título muy a tener en cuenta ya que observar como ochenta años después aún late esa propaganda colonial ayuda a ver las cosas de otra manera.
En la película el imponente rey Bosambo hace todo lo posible para gobernar con cabeza un pueblo que se disgrega en diferentes y hostiles tribus a lo largo de un río. Cree que con la ayuda británica podrá forjar una nación moderna para que los suyos dejen de estar anclados en otro mundo. Un mundo que nada puede hacer para conservar sus ancestrales esencias, y mucho menos si se enfrenta a las armas del hombre blanco.
No es un clásico del cine de aventuras pero sí un título insólito en aquellos años treinta donde la visión que se tenía de África en Europa y en los Estados Unidos de Norteamérica no iba más allá de Tarzán de los monos (S.W. Van Dyke, 1932).
Saludos, África, desde este lado del ordenador.