Vencer o morir: ‘Gallo de pelea’, una novela de Charles Willeford

“En el 320 a. C., un viejo poeta llamado Chanakia escribió que el gallo le enseña cuatro cosas al hombre: a pelear, a levantarse temprano, a comer con su familia y a proteger a su esposa cuando se mete en problemas. Yo había aprendido a pelear y a levantarme temprano, pero nunca me había llevado demasiado bien con mi familia, ni tenía ninguna esposa que proteger. Pelear estaba muy bien, pero levantarse  temprano no es la mejor costumbre cuando se está en una gran ciudad como Jacksonville.”

(Gallo pelea, Charles Willeford. Traducción: Güido Sender. Colección Al Margen, Sajalín Editores, 2015)

La historia de la literatura está salpicada de casos extremadamente injustos y uno de estos casos tiene nombre y apellido: Charles Willeford. Llegué a Willeford a través de una divertida por irreverente novela policíaca que circuló en España como Miami Blues, y que fue objeto de comentario en este nuestro blog con un entusiasmo que a veces me acompaña cuando asisto a descubrimiento de este calado. Y Miami Blues es una novela con mucho calado que, desgraciadamente, y por esa ceguera que caracteriza al lector negro criminal, no ha sido reivindicada con la altura que se merece.

Este silencio solo explica que otras novelas de Willeford, como las que dedicó al detective Hoke Moseley, no hayan sido traducidas al español, lamento que hago extensible a estas líneas porque leer a Willeford es muy recomendable para la salud. Y es recomendable para mantener la salud porque hace reír sin que te tome el pelo. De hecho, el escritor está ahí, acompañándote toda la novela, riéndose contigo.

Esta sensación, que ya viví con Miami Blues la he vuelto as revivir con Gallo de pelea, que es un título que no tiene nada que ver con lo negro y con lo criminal y sí mucho, ya lo anuncia, el título, con las peleas de gallos, por las que el protagonista y narrador de esta historia siente devoción.

Estamos así ante una de esas escasas novelas que están escritas por un hombre que tuvo que sentir la misma pasión que su personaje por las riñas de estos animales, riñas que para él son un deporte –el secreto está en la crianza y darle espacio al luchador, explica– y que logra para uno que no entiende de gallos y que detesta la lucha de gallos, cierta comprensión por una actividad cuyos aficionados no miden por su grado de violencia sino por cómo ha sido entrenado el gallo ganador.

El talento de Charles Willeford consigue en este sentido algo que parecía imposible, y es que un confeso y declarado activista en contra del maltrato animal como es quien les escribe llegue a sentir lo que siente Frank Mansfield, el errático protagonista de esta novela, un tipo que parece sacado de otro tiempo, un nómada que ha encontrado su lugar en el mundo criando gallos para el combate y que nos cuenta de primera mano uno de los sueños que pretende alcanzar como gallero profesional: el trofeo y la recompensa económica de un torneo que se celebra en una localidad del sur de los Estados Unidos de Norteamérica.

Será durante este proceso, que el personaje pierda la voz voluntariamente y se  tropiece por el camino con personajes más o menos cortados por su mismo patrón, ya que se tratan de profesionales y aficionados a los gallos de combate, así como  mujeres  que esperan a que sus hombre sienten la cabeza.

Una misión, cabe advertir, prácticamente imposible.

Gallo de pelea, que fue llevada al cine en los años setenta en una película dirigida por Monte Hellman y protagonizada por ese grandioso actor que fue Warren Oates, puede entenderse de variadas maneras, aunque me quedo con ese aire de western tardío y vagamente crepuscular que tiene esta novela de carretera en la que interviene una fascinante galerías de perdedores que, comenzando por Mansfield, están en pie porque esperan alcanzar un sueño. También porque están fascinados por unos animales que cuando pelean no abandonan el combate hasta vencer o morir.

Y Charles Willeford retrata con mano maestra todo este mundillo. Un mundillo que se desarrolla en ambientes rurales, poblado de paletos con corazón noble, sin dramatismos ni cargar las tintas con las que justificar una actividad ilegal y violenta como son las peleas de gallos.

El relato, ya se ha dicho, está contado por Frank Mansfield, y Mansfield es un hombre honrado que además de pasión siente devoto respeto por estos animales. Los gallos se han convertido en su forma de vida, y esta forma de vida además de gustarle hace que aún conserve su independencia. En este aspecto, no es nada descabellado afirmar que Mansfield, a su manera, reúne las características de un gallo de pelea: siempre va de frente, y su nobleza es de las que desarma.

A la espera de que traduzcan más novelas de Willeford y mientras los iniciados permanecemos a la espera de que a algún iluminado se le encienda la bombilla de la sesera, Gallo de pelea es un buen título para adentrarse en el peculiar universo de un escritor que, en al menos en esta novela, se preocupó por ofrecer un notable retrato de la Norteamérica rural de los años sesenta. Un retrato costumbrista que Willeford muestra a través de la mirada irónica de su protagonista, un tipo que sabe de lo que habla, que sabe de su deporte:

“Contenía dieciséis juegos de garfios, desde espuelas cortas de tres centímetros, mis preferidas, hasta un par de Texas Twisters de casi ocho centímetros. Tenía incluso un juego de navajas que un criador portorriqueño me dio una tarde en San Juan. Cuando se pelea a navaja al bicho se le arma solo una pata. No me convence reñir solo con navajas por una sencilla razón: cuando se riñe a navaja se cede mucho margen a la suerte, y no siempre gana el mejor gallo. Con una navaja tremendamente afilada en la pata izquierda, hasta el peor gallo puede ganar. En cambio los garfios de pincho, sin filo, redondos de la bota a la punta, son legítimos. Cuando al gallo le han cerrado las puntas de los espolones, ponerle encima de los muñones de un centímetro espuelas de acero hechas a mano es una forma limpia de sustituir las que Dios le dio, y contribuye a rebajar la crueldad de la pelea. En estado de naturaleza, cuando dos gallos se encuentran combaten hasta morir o hasta que uno de los dos huye. Las espuelas de acero simplemente aceleran la muerte, y le ahorran al gallo heridas innecesarias en los espolones naturales.”

Saludos, gratamente sorprendido, desde este lado del ordenador.

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