“La primera cosa que me decía para mis adentros es que, para empezar, aquel dinero no había sido adquirido honradamente. Por lo que fuere, aquel pensamiento me dejaba más tranquilo. Di vueltas y más vueltas al asunto. Después recordé las palabras de Vivian cuando estábamos en la habitación del hotel. Dijo que era dinero que, en realidad, no era de nadie. O una cosa por el estilo. Y tenía razón.
Pero no había manera de tenerlo. A menos que me presentara allí, lo cogiera y desapareciera de aquellos contornos. Esta idea me rondaba por la cabeza. De cómo podía cogerlo y escapar.”
(El echarpe rojo, Gil Brewer. Traducción: Josep Rovira Sánchez. Ediciones Península, Barcelona, 1974)
No hay público más desesperante y desmemoriado que el aficionado a los géneros. Sea cual sea. Por poner solo un ejemplo, en el caso de la novela policiaca resulta contradictorio encontrarte con escritores y lectores entusiastas con lo nuevo pero que no tienen ni idea, más allá de Chandler, Hammett y McDonald, la santísima trinidad, que además de ellos tres autores hubo otros que escribieron muchas y buenas historias de corte policial a las que el paso del tiempo apenas ha erosionado, por lo que todavía la mayoría de ellos conserva una desarmante actualidad y, lo que es mejor, han legado una amplia galería de personajes en los que se describe y desarrolla protagonismos que forman parte de este tipo de relatos como la mujer fatal, el perdedor, el duro y cínico policía, el criminal con escaso sentido del humor…
Gil Brewer pertenece a la categoría de los escritores que piden a gritos que se reivindique, pese a que obra haya sido escasa y malamente traducida en España. Con todo, el escritor cuenta con algunas novelas que merecen desempolvarse en las librerías de viejo y de ocasión, en los rastros que todavía no han sido devorado por la avaricia, para que conozcan y ahonden en la producción de un autor con nombre y apellidos que si bien no termina por ubicarse en la edad de oro de la novela policial norteamericana, sí que forma parte de la generación que vino a continuación con ganas e ímpetu por cambiar algunas cosas y actualizar el género sin perder de vista el trabajo de los mayores, de los considerados ya como clásicos.
En este aspecto, hay una producción literaria con acento Brewer claramente deudora de las novelas pasionales a lo James M. Cain, así como historias en las que el escritor comenzaba a tantear nuevos caminos, senderos que explorar muy originales. Estas novelas son así las más personales e interesantes del escritor, dos ellas publicadas en español y títulos que, a nuestro juicio, son ideales para iniciarse en su universo literario.
Un asesino en la calle, que se publicó en España en la legendario colección de Novela Negra de Ediciones Bruguera, propone una línea argumental que desde ese entonces ha sido explotada en numerosas ocasiones aunque casi ninguna de las versiones supere al original, una novela en la que no hay nada que resolver, ni ningún asesino que descubrir porque el criminal está ahí, frío e implacable, desde las primeras páginas mientras sabemos, porque el lector sabe, que como este psicópata hay otros miles circulando libremente por las calles. Sádicos amigos del gatillo fácil.
La historia de Un asesino en las calles es lineal y huye de artificiales experimentos literarios, solo cuenta –pero hay está la clave, en cómo se cuenta—cómo un psicópata recorre una ciudad armado de un arma que dispara cuando se lo dicta su instinto. Un instinto depredador y letal.
Gil Brewer cambió radicalmente de discurso con El echarpe rojo, una novela que protagoniza un hombre al borde del precipicio. Un tipo sin apenas dos centavos en los bolsillos que encuentra en un bar de carretera a una extraña pareja que acepta llevarlo en coche hasta el pueblo más cercano. Novela con continuos giros dramáticos, que llevan de sorpresa en sorpresa al lector más fogueado del género, El echarpe rojo además de un completo estudio de personajes también propone una interesante reflexión sobre la codicia.
Tras sufrir un accidente, y salvarse el protagonista y la mujer que acompañaba al conductor del automóvil el ¿héroe? de la historia encuentra en el coche siniestrado un maletín que guarda una mareante cantidad de dinero y en cuyas manillas está anudado un echarpe rojo…
No vamos a contarles más de este relato, pero sí asegurarles que atrapa la atención y que se trata de esas novelas –afortunadamente cortas en páginas porque para contar grandes historias no hace falta que una novela supere las trescientas– que se leen y se leen porque resulta imposible apartarlas, dejarlas a un lado.
El echarpe rojo es una de esas historias escritas, presuntamente, para consumo rápido aunque, afortunadamente y como pasa con otros grandes autores del género, el relato se caracteriza por su consistencias, sólidos personajes y que la acción se mueva a través de diálogos que nos ahorran inoportunas descripciones. Además, tras todo lo que se cuenta se esconde un problema moral que lleva a su protagonista a iniciar un significativo vía crucis.
Dos títulos, en definitiva, de un escritor que supo mezclar evasión con literatura. Una combinación que cuando funciona resulta demoledora.
(*) En la imagen el escritor norteamericano Gil Brewer.
Saludos, leamos, leamos, leamos, desde este lado del ordenador.