Escritor, periodista y viajero, Javier Reverte es uno de los escasos profesionales españoles que puede decir, sin ánimo de resultar petulante ni pretencioso, que lo que publica vende. Sobre todo sus apasionantes y apasionados libros de viajes, en los que narra sus experiencias por esos mundos de Dios intercalando el relato personal con la historia del país que más que visitar, recorre con los cinco sentidos en continuado estado de alerta.
En todo caso, si algo tiene la literatura viajera de Javier Reverte es que además de literatura, y de la buena, logra y consigue la mayor parte de las veces que el lector que viaja con él se sienta atraído por las pequeñas y grandes historias que cuenta y describe con tanto oficio en sus libros como trotamundos.
Así, y gracias a que confío en la sensatez del escritor, no forma parte de mi próximo calendario expedicionario China, determinación a la que llegué tras leer su estupendo trabajo Un verano chino, en la que Reverte evoca su travesía desde Pekín hasta Shanghai, dando un gran rodeo para seguir el curso del Yangtsé, en compañía de un amigo y la traductora oficial, que se transforma a medida que se avanza en una crónica amarga pero no exenta de humor sobre un país que está arrasando con todo lo viejo, esa memoria milenaria a la que está empujando al abismo un sistema híbrido y extraño, casi una mutación monstruosa que fusiona lo peor del capitalismo con lo más detestable del socialismo.
Imagino que con ganas de respirar, de buscar otros ambientes en los que olvidar ese aire viciado y contaminado que para nada y mucho menos para Javier Reverte, es un cuento chino, el escritor y periodista o el periodista y escritor regresa a la literatura de viaje, territorio en el que ocupa ya un capítulo aparte en España, con El hombre de las dos patrias. Tras las huellas de Albert Camus, un volumen delicioso en el que nuestro hombre va rastreando los pasos de uno de sus escritores de cabecera en la tierra en la que nació, Argelia, y las dos ciudades en las que vivió y recibió su primera y vital formación (Orán y Argel) quien más tarde protagoniza una sonora polémica intelectual con Jean Paul Sartre (y sí, siempre estaremos del lado de Camus) y recogería el Nobel de Literatura por el conjunto de una obra eterna, de esas a las que le resulta absolutamente indiferente el paso del tiempo.
En este libro, como en otros libros viajeros de Reverte, la sombra de tres novelas de Camus adquieren un protagonismo determinante: El extranjero, La peste y la inconclusa El primer hombre. Es tal la gozosa influencia que estas novelas provocaron en el autor, que esta crónica tras los pasos de Albert Camus bordea una suerte de existencialismo que el escritor y periodista español intenta equilibrar con una búsqueda que no cae, afortunadamente, en la nostalgia.
Intercala en su recorrido tras las huellas de Camus, un escritor que poco a poco recuperan los argelinos aunque aún lo observen con cierto recelo, una crónica de la historia de Argelia, un país al que unen lazos sentimentales con España y un desprecio hacia la antigua potencia colonial que, al fin y al cabo, es la responsable de los males que se multiplican en un país en el que asoma la tenebrosa sombra del integrismo religioso.
Como en otros libros anteriores de viajes de Reverte, y pienso en uno de los más felices del autor, Canta Irlanda. Un viaje por la isla esmeralda, en la que el ciudadano James Joyce ocupa también un destacado protagonismo, la lectura de El hombre de las dos patrias consigue que recupere el entusiasmo por Camus. Que desee volver a sumergirme en su obra a medida que interpreto y siento como mío el entusiasmo que manifiesta Reverte por un escritor que es modelo de dignidad, además de un gigantesco literato que no se plegó ante nada ni ante nadie.
Si alguna pega tiene este libro es su volumen de páginas, no llega a las doscientas, y la sensación, esa sensación amarga, que se reclama cuando un texto escrito desde el corazón nos conmueve tanto que sabe a poco.
Saludos, el mar…, desde este lado del ordenador.