Tropezarte en la calle con uno de esos amigos a los que sueles ver no tanto como quisieras tiene sus recompensas pero también sus catastróficas desgracias.
Sucedió un 5 de enero de este recién estrenado año, y quien les escribe salía de unos grandes almacenes cuando se topó con ese colega que, sinceramente y ahora que no me lee, tenía un estado bastante deplorable. Una gripe, me dijo el pibe mientras me invitaba a coger un taxi. De paso, eso concluyo, le ayudaba con los paquetes que llevaba encima.
El caso es que mientras conversábamos dentro del automóvil y la taxista, porque se trataba de una taxista, pretendía meter baza en lo que nos decíamos, el colega no dejaba de toser y de contarme sus desgracias. Que si la noche de ayer sobrepasé los 40 grados de fiebre, que si tengo el cuerpo molido, que el Frenadol no es la panacea de hace años… ese tipo de charla que mantienen dos personas enfermas, que al fin y al cabo es lo que somos el amigo y yo, mientras el taxi atravesaba una ciudad repleta de coches y de paseantes bastante alterados por la dichosa noche que se les venía encima.
El caso es que gracias a este encuentro casual yo también caí víctima de la gripe. Una gripe gradual, que comenzó con escalofríos, aumento de la temperatura corporal y una tos bronquial que, en mi caso, parece que quiere poner firme todo el área de mi pecho.
No recordaba una gripe tan larga, y mucho menos tan demoledora. Durante días he permanecido en cama a base de sopas Wan Tun y de sobre, mientras me metía en el cuerpo los fármacos que me recetó el sustituto de mi médico de cabecera.
Con todo, y si algo bueno ha tenido este punto y aparte, esta bajada a los abismos del horror, el horror… ha sido que he tenido tiempo de leer y ver varias películas mientras la sopa Wan Tun se derramaba por mis labios. Entre otros libros, una agradable sorpresa en unos tiempos donde parece que ya no son gratas las sorpresas: Arthur & George, de Julian Barnes, que es una de esas novelas que te hacen recuperar la fe en la literatura después de tanta nadería consumida últimamente.
En cuanto a películas, es que han sido tantas que no sé por donde empezar, aunque me agradó (la vejez y probablemente la gripe), La juventud, de Paolo Sorrentino, filme que me parece más redondo que su celebrada y festiva La gran belleza.
No sale uno de la gripe, mientras escribo estas líneas continua la tos, las tripas están empeñadas en interpretar la quinta sinfonía de Ludwig van Beethoven y me entran escalofríos. Ese viruje que viene de dentro y no de fuera, ese viruje que lo provoca la puta, desgraciada, vete a la mierda, gripe.
Esa gripe, recuerdo ahora, que me pasó sin querer ese amigo cargado de regalos. Ahora que lo pienso, no sé cómo habrá salido el tipo de la enfermedad pero, soy de corazón generoso, que la haya superado con la esperanza de encontrármelo un día de estos con la idea, de hacer lo que solemos hacer cuando no nos vemos por casualidad ni estamos enfermos: ver películas rematadamente malas.
Los chinos celebran este año como el año del Perro.
Griposo, con algo de moco y la garganta como en carne viva de tanto toser, me digo no delires, gañán, que otras tareas requieren todavía el concurso de tus/mis modestos esfuerzos.
Saludos, guau, guau, desde este lado del ordenador.