Mejor, imposible
Pasa lo de ayer y parece que el mundo se transforma para hacerse mejor. El problema es despertar a la mañana siguiente y darse cuenta que las cosas siguen más o menos igual aunque, imperceptible para la mayoría, algo sí que haya cambiado. Y como un virus se propague por el resto del cuerpo, llevando su mensaje a todos esos rincones donde haya alguien al menos escuche y sepa ver.
Lamberto Guerra sirve a la causa con un pequeño pero extraordinario cortometraje que lleva por título Lo que no se ve y que protagonizan cinco extraordinarias actrices (Lorenza Machín, Sofía Privitera, Alba Tonini, Tara Machín y Paloma Albaladejo) que en la película asumen ser los miembros de un peculiar clan familiar que se ha comprometido a acompañar a la abuela para que vea una amiga.
Mientras suben una cuesta bajo la pesada pero siempre generosa luz del sol –se sospecha que este fragmento de relato transcurre en verano– el diálogo que cruzan tres de las actrices protagonistas no tiene desperdicio.
Por un lado, la abuela, y dos de sus nietas que la acompañan,al hablar proporcionan la suficiente información para que el espectador se percate de que asiste una pequeña trifulca familiar en la que se dicen muchas cosas que más tarde se perdonan o de las que luego nadie se acuerda.
La nieta menta a la madre con resabio generacional, pero apenas se le presta atención porque tras subir la cuesta, peculiar vía crucis, aparece su progenitora, que baja a toda velocidad de un taxi y se llega a destino.
El espectador intuye entonces que tras tanto naturalista bla bla bla va a suceder algo. Algo que cambiará el destino de las protagonistas y de quien observa sorprendido esta pequeña pieza que afortunadamente se puede y recomienda ver como sea.
El objeto, por si quieren hacerse una idea, es cumplir los sueños, o lo que se dejó a medias. Que hay que superar las puñeteras asignaturas pendientes que cargamos en la mochila a medidas que pasa el tiempo.
Película de y sobre mujeres, el corto se apoya en los diálogos y en unas más que sólidas y creíbles interpretaciones.
Los giros de guión, igual forzados, terminan por aclimatarse al relato luego uno olvida su sospechosa intencionadamente de sorprender al espectador. Es más, creo que el espectador agradece estas vueltas de tuercas porque están bastante bien colocadas en un trabajo de duración tan ajustada.
Por último, es difícil reflejar en pantalla tanto amor como el que derrama esta película rodada probablemente en un par de días. Pero milagros así ocurren. Y Lo que no se ve, aunque hayamos visto, es un ejemplo de fogonazo en la oscuridad, de eco en el vacío, de asombro donde solo hay corrección política.
Saludos, ¡bravo!, desde este lado del ordenador