¡¡¡Chacho, el barrio es nuestro!!!

Hace tiempo que no sale del cine con tal subidón de adrenalina, debe ser efecto de la Purga que se le ha metido en el cuerpo a través de los ojos, de la película que hace ya la cuarta entrega de una serie en la que los blancos solían llevar la voz cantante hasta el día de hoy, donde cautivos y desarmados los negros se han hecho con el protagonismo para realizar la que, probablemente, sea la más estrafalaria y radical de todas. Estrafalaria y radical porque propone una delirante guerra entre blancos y negros en un rincón de los Estados Unidos de Norteamérica, State Island que, en la película que dirige el afroamericano Gerard McMurray se convierte en campo de pruebas y también de batalla de este brutal experimento que ya nos contaron a su manera las tres películas anteriores.

La primera purga, la noche de las bestias es un descarado homenaje a las blackexploitation que en los años setenta reivindicaron el poder negro desde las salas de cine. Shaft, Cleopatra Jones, los western ya clásicos que protagonizó el gran Jim Brown, Blácula, entre otros, generaron un atractivo sistema de estrellas entre los que figuraban el ya mencionado Jim Brown, Fred Williamson y Pam Grier, por mencionar solo algunos, y cine que ponía especial atención a la música (mucho soul con algo de blues) y al escenario en el que se desarrollaba la acción: el barrio.

Un barrio amenazado por blancos supremacistas, hijos de la gran puta que no se cortaban un pelo en aniquilar a todo negro que se le cruzara por delante infestando las aguas de la ciudad con un virus que solo afectaba a los de color o exterminándolos de otras maneras porque eran simple y llanamente negros.

Estas películas, que curtieron a toda una generación que, pese al color de su piel, estaba del lado de los negros porque eran los chicos del barrio, se caracterizan por su mensaje plano y violento, así como tremendamente racial donde lo bello es ser negro y lo malo ser blanco. Elementos que se reproducen con bastante algarabía en La primera purga: héroe cachas, novia que le canta las cuarenta al principio para rendirse finalmente a él, macho alfa de la manada mixta que lidera y secundarios entre los que se incluye además del chico adolescente problemático que quiere ganar dinero fácil como camello a una tipa que suelta los chistes necesarios pero sin puñetera gracia para relajar la situación, una situación que progresivamente se va poniendo caliente hasta eclosionar en una orgía de peleas en la que se reparte mucha leña.

Es una pena que el cine de verano de la plaza de toros haya muerto porque esta Purga era idónea para haber sido estrenada en aquel coso donde la pantalla se sacudía si había viento mientras la parroquia no dejaba de meterse con el linterna al tiempo que le gritaban a los protagonistas de la cinta. Aquellas inolvidables píldoras de sabiduría con las que se le recomendaba al héroe, en esta película el negrata, que se dejara de palabras y pasara a la acción.

Algo así como

“métele mano ya, chacho”

O

“cuidado con er nota, flaco”.

Lo curioso, no obstante, de esta recuperación del blackexploitation es que el héroe, el Che Guevara negro que arriesga su pellejo por salvar el barrio, es que es un narcotraficante del… precisamente barrio. Un mafia que toma conciencia no sé si social cuando se produce esta primera purga diseñada para acabar con los pobres –los negros, aunque otras minorías raciales aparecen tímidamente representadas en la película como la oriental pero ni asomo de la hispana– con el objetivo de consolidar la autoridad del nuevo gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica que dirigen nuevos padres fundadores cuya representación recuerda a la que inspiró al maestro John Carpenter en esa declaración de principios en favor de los derechos del individuo que es 1999: rescate en Nueva York.

Estas reflexiones y otras más suscita una película tan pequeña como deliciosamente loca y de barrio como es La primera purga, cine de clase B que parece de los años setenta porque bebe de las fuentes de la blackexploitation para mearse en los blancos y de paso reivindicar que el barrio es nuestro.

La película está trufada así de perturbadoras imágenes sacadas de esa pesadilla que forma parte del imaginario afroamericano frente al blanco: policías de piel rosada a punto de darle una paliza a un hombre de color indefenso; hombres del Klan que recorren en motocicleta y armados hasta los dientes el barrio y un tío Tom drogadicto y por eso mismo malvado al que llaman Skeletor… Por último, un ejército de blancos racistas deja de llevar máscaras (la máscara se emplea como recurso para que el espectador no sepa que se tratan de blancos, así de simple y así de contundente se las gastan en esta barriada cinematográfica) cuando el carnaval deja de ser una fiesta y pasa a convertirse en genocidio de los parias de la tierra que son los negros.

El mensaje es claro y directo: autodefensa. Y para hacerlo, se insta a actuar primero frente al agresor, el hombre blanco. Es decir, haz como él y olvida el rollo del gospel y el lamento del blues. Ahora lo que prima es cantar rap con una ametralladora aullando entre las manos.

Esto de transformarse en el otro ha dado origen a varias películas afroamericanas que procuraron que cambiara la percepción del blanco hacia la comunidad negra. Recuerdo, entre otras, la estupenda Watermelon Man, un filme de Melvin van Peebles en el que un blanco se despierta una mañana convertido en un negro y el episodio que dirigió John Landis para la películaTwilight Zone que protagonizó Vic Morrow, quien falleció violentamente durante el rodaje o la perturbadora Atrapado (Desmond Nakano, 1995) en la que se proponía un mundo dominado por los negros y en el que los blancos eran sus servidores y que protagonizaba, entre otros, John Travolta y Harry Belafonte.

La primera purga no tiene los objetivos regeneradoras de ninguna de estas cintas. Está más cerca de los filmes de explotación que en los años setenta apostaron por reflejar un black power que cuarenta años después se ha refinado como pasa en la irregular Déjame salir de Jordan Peele o bien se sale del tiesto dentro de unos límites como en La primera purga donde solo hay buenos (los negros) y malos (los blancos) porque el barrio, es una advertencia, es nuestro.

Saludos, black power, desde este lado del ordenador

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