Serotonina, una novela de Michel Houellebecq

“Yo había dicho una semana por decir algo, mi único proyecto era liberarme de una relación tóxica que me estaba matando, mi proyecto de desaparición voluntaria había sido un éxito absoluto y ahora yo era un hombre occidental de edad mediana, al abrigo de la necesidad durante algunos años, sin parientes ni amigos, desprovisto tanto de planes personales como de verdaderos intereses, profundamente decepcionado por su vida profesional anterior , y que había vivido en el ámbito sentimental experiencias diversas cuyo denominador común era su interrupción, desprovisto en el fondo tanto de razones para vivir como para morir”.

(Serotonina, Michel Houellebecq. Traducción: Jaime Zulaika, Panorama de narrativas, Anagrama, 2019)

La grandeza de leer a Michel Houellebecq es que cada uno de sus libros no deja indiferente a nadie. Su parsimonia literaria termina por penetrar en los huesos y nadar –mejor sumergirse –para reventar los conductos sanguíneos del lector. Lo que cuenta, y Michel Houellebecq cuenta muchas cosas en sus novelas, agita conciencias, obliga a reflexionar sobre nuestra pobre condición de mortales y, al mismo tiempo, plantearse la eterna cuestión de ¿qué demonios hago aquí? Preguntas de calado que, y se propone otro interrogante, obliga a pensar también cómo conecta el escritor con el sentir general de este viaje al fin de la nada al que parece conducirnos el sueño, más que proyecto, europeo, ese que vive hoy sus horas más bajas.

Porque cualquier novela de Michel Houellebecq habla de política, pero también de nuestra sociedad y de los individuos que la componen, entre otros grandes temas universales que su literatura hace tan próximos y a la vez próximo a un autor que hasta el día de ayer presumía de ermitaño.

Serotonina (Anagrama, 2019) se titula su más reciente artefacto literario, una en síntesis historia de amor, aunque de amor perdido y de su búsqueda desesperada por recuperarlo. Ahí la desgracia de su protagonista, Florent-Claude Labrouste, funcionario del Ministerio de Agricultura francés que puede ser también la de todos nosotros aunque su final, el final del relato, si se ha leído la obra de este escritor, sorprenda por su grito de esperanza. Una esperanza que emociona y hace dulce el sabor amargo que hasta ese momento ha procurado su lectura, una lectura que cuenta con momentos desgarradores que el autor diluye con un sentido del humor más que negro, digamos que perverso.

Las reacciones ante Serotonina no han resultado por ello encontradas. Michel Houellebecq continúa siendo el mismo cronista de la decadencia de occidente aunque haya dejado en el camino el conmovedor pesimismo que lo catapultó al éxito y lo consagró hace ya muchos años como el niño terrible de las letras francesas. Y todo ello, o precisamente por ello, al ser hasta ahora un escritor profundamente pesimista. Y triste. Esa tristeza que aniquila progresivamente al personaje de esta novela. “Muere usted de tristeza”, le dice el médico que le receta que tome un antidepresivo, Captorix, para que su protagonista libere serotonina pese a sus tres efectos secundarios: náuseas, desaparición de la libido e impotencia.

La vida de Florent-Claude está marcada por rutinas, rutinas tristes, tan tristes como el recuerdo que tiene de su vida solo roto por un instante de felicidad, una historia de amor que trituró ese egoísmo individualista que marcan los tiempos en lo que se conoce como primer mundo, satisfecho en cuanto a comodidades pero en franco retroceso en cuanto a la felicidad espiritual. Desaparece el grupo, que si se mantiene es virtual gracias a las diabólicas redes sociales, se nos educa para rechazar al vecino, a vivir de puertas adentro, a no salir del armario de la soledad.

El protagonista de la novela cuenta su triste historia en primera persona y como la mayoría de los otros personajes del escritor se caracteriza por intelectualizar cualquier cosa que le sucede. Sus conclusiones resultan así demoledoras, radiografías descarnadas de las miserias de un hombre corriente, un buen ciudadano del mundo desarrollado que asiste al último capítulo del sector primario francés como de la contrarrevolución que vive el individuo en una sociedad que se descompone y se devora así misma. El protagonista de esta novela puede entenderse, en este aspecto, como una metáfora de la vieja Europa, una Europa cansad a y de espaldas a la realidad, que se consume triste en su ya largo viaje hacia la nada.

Saludos, ¿a qué esperan?, desde este lado del ordenador

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