Antonio López Ortega: “La ideología siempre ha comprometido la libertad de creación”
La segunda versión (poesía reunida) del poeta y escritor venezolano Guillermo Sucre se trata de un libro recientemente editado por Pre-Textos en su colección La cruz del sur. La edición está al cuidado del escritor Antonio López Ortega, quien trabajo estrechamente junto al poeta en un libro que recupera la voz de uno de los representantes más destacadas de la conocida como generación del 58.
- ¿Cómo fue trabajar con Guillermo Sucre?, ¿qué criterios emplearon en su trabajo en común?
“Aparte de un par de entrevistas hechas al comienzo del trabajo, tuvimos que comunicarnos por correo electrónico. En los proyectos literarios venezolanos de hoy estamos acostumbrados a incluir el factor distancia: no hay otra manera con el país quebrado que tenemos. Afortunadamente, pude contar con un manuscrito que él llegó a revisar. Todos sus libros de poesía estaban agotados; por lo tanto tuvimos que transcribirlos, lo que siempre es delicado porque amplía el margen de erratas. Guillermo hizo leves ajustes en su libro Mientras suceden los días (1962) y eliminó algunos poemas en Serpiente breve (1977), por sentirlos un poco vanidosos. Yo no estuve muy de acuerdo con esto último, porque es uno de sus libros más extraños, y por lo mismo interesante, pero al final privó su criterio. Aparte de esto, el libro que publicamos recoge toda su obra poética”.
- Sucre pertenece, junto a otros poetas venezolanos, a la Generación del 58. ¿Cuáles son las constantes de este grupo y qué papel tiene dentro de ella Guillermo Sucre?
“La Generación del 58 fue esencialmente renovadora. Hay que tomar en cuenta de que su surgimiento coincide con la recuperación democrática del país. Eran momentos de reafirmación y de franca apertura. En el campo literario, surgieron al menos tres importantes agrupaciones: Sardio, El Techo de la Ballena y Tabla Redonda, unas más extremas que otras. Al primero de estos grupos perteneció Guillermo Sucre, junto con Salvador Garmendia, Elisa Lerner, Ramón Palomares, Luis García Morales y otros más. Esta Generación logró una puesta al día de la literatura venezolana. Es decir, a partir de allí no hubo desfases con ninguna corriente o influencia de la literatura occidental. Los escritores del momento eran muy exigentes con los otros y consigo mismos. La crítica, como ejercicio, formaba parte del dispositivo necesario para escribir. Por tradición histórica y cultural, Octavio Paz llegó a decir que la literatura hispanoamericana era una literatura sin crítica. Pues bien, yo creo que esos fueron años en que el ejercicio crítico era consustancial al propio acto de creación.
Guillermo Sucre fue la figura inspiradora de Sardio, quizás porque ya para entonces era un gran pensador de los procesos literarios. Destacaba ya como un gran ensayista, aunque en paralelo escribía poesía. Desde Sardio también defendió la refundación democrática del país, sin dejarse cautivar por los influjos de la Revolución cubana, que ya cautivaba la mente de muchos jóvenes. Todo lo que fuera “literatura comprometida” ya alertaba a los “sardianos”, quizás porque la ideología siempre ha comprometido la libertad de creación.
- Qué características definen la poesía de Guillermo Sucre?
“Es una poesía de la observación profunda de la realidad, es una poesía que desentraña la materia a fuerza de analogías: esto es aquello. No es una poesía subjetiva (el yo brilla por su ausencia) sino una poesía de la inmanencia, del ser. Sí hay una consciencia del paso del tiempo, que definitivamente va acumulando ruina. El poeta esgrime una imagen que me impresiona: habla de las “escamas del tiempo”, dando a entender que el eterno conteo es tanto físico como metafísico. Somos peces que nadamos en un mundo abisal, perdiendo las escamas en cada uno de los tropiezos que tenemos. También es una poesía que ha buscado siempre la transparencia, como punto opuesto a la condición humana, que es siempre misteriosa y oscura. Por transparencia debemos entender un ascenso, una elevación. En la tradición aristotélica, el yo está atrapado por el pensamiento: no somos lo que somos, sino lo que pensamos. Por lo que apostar al ser, así sea por tanteos, nos acerca más a la revelación”.
- ¿Y qué características piensa que lo define como persona?
“Es una persona recatada, reservada. No se presta a la figuración y es opuesto a cualquier signo de vanidad. Se ha volcado a la docencia desde muy temprana edad, y también a grandes empresas culturales. Su opinión fue definitiva cuando se creó Monte Ávila Editores, en 1967; y también cuando se fundó el Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Universidad Simón Bolívar de Caracas, hacia 1975. Coordinó las obras completas de Mariano Picón Salas y también el equipo de investigadores que editó la Antología de la Poesía Hispanoamericana Moderna. En los últimos años se le han rendido homenajes y conferido doctorados Honoris Causa, que el maestro ha recibido más por deferencia que por convicción. El país ha respondido tarde ante una de sus grandes figuras literarias, pero al menos ha respondido. Su tenacidad, capacidad de trabajo, nivel de exigencia y compromiso moral lo ha rodeado de discípulos y seguidores, que hasta en años recientes han asistido a sus seminarios”.
- ¿Sigue siendo un poeta de culto?
“Se ha convertido en un poeta de culto, en parte, porque ha publicado poco y sus obras no se han reeditado: hablamos de seis títulos con pie de imprenta en los años 1961, 1970, 1976, 1977, 1988 y 1990, y además en ciudades distintas: Caracas, Buenos Aires, París, Sevilla y México. El hecho de que fuera un notable ensayista y crítico, reconocido a nivel hispanoamericano, volvía a su poesía más misteriosa, porque casi nadie la podía leer. Así que la compilación que hemos preparado de toda su obra poética bajo el título La segunda versión (Pre-Textos, 2019) viene a saldar una deuda importante. Sucre era un autor que, bibliográficamente, no existía, y ahora hemos recuperado su obra para el lector iberoamericano”.
– ¿Qué cree que encontrará el lector en la poesía de Guillermo Sucre?
“Va a encontrar a un gran poeta, y en gran medida desconocido. Va a encontrar una voz singular, pura, que no duda en ir a fondo para luego subir a la superficie. En el marco de la venezolana Generación del 58, la obra de Sucre, aunque breve, debe equipararse con la de Cadenas, Palomares o Montejo. Y en el ámbito más hispanoamericano, también puede ser una revelación. El hondo tratamiento del lenguaje, la pulsión metafísica, la lucha contra el ocaso del tiempo, la conciencia de que las palabras son talismanes, la musicalidad de sus versos escalonados, el amor que vive al descampado y llega a unir cuerpos con árboles, son algunas de las señales que esta poesía va marcando, o quizás absorbiendo.Un poema como “A la intemperie”, por ejemplo, logra una sorprendente fusión entre lo que se escribe (fondo) con cómo lo escribe (forma), coronando en una imagen única: “Dejas caer tus párpados/ y por un instante/ en el trasfuego/ del día/ cae la sombra/ sobre tu rostro/ mientras cae/ la mano de la lámpara/ sobre/ el papel que escribo/ buscándose/ y buscando/ en la caligrafía oscura/ la transparencia”.
- Además de su producción poética, Guillermo Sucre es un reconocido ensayista. ¿Qué destacaría de ensayos como Borges, el poeta y La máscara, la transparencia?
“De Borges se valoró siempre su narrativa, y no tanto su poesía, que el argentino consideraba esencial para entender todo lo demás. Pues me parece que Sucre, con su ensayo publicado en 1964, inicia el reconocimiento de su obra poética. Luego vendrían otros estudios importantes, que reforzarán la misma tesis. Borges es el enorme narrador que es porque en los inicios fue y siguió siendo un gran poeta. Todos sus juegos con el tiempo, todas sus espirales y jardines, todas las inquietudes filosóficas que advertimos en sus relatos, ya estaban presentes en su poesía. Sucre no sólo recuerda eso, sino que también refleja las relaciones de la poesía borgeana con la tradición poética hispanoamericana. El caso de La máscara, la transparencia es aún más admirable, quizás porque el desafío que se propone es mayor. Su estudio fue elogiado, entre otros, por Octavio Paz, y en gran medida por mostrarnos un diagrama de las influencias recíprocas que operaban en la moderna poesía hispanoamericana. Quizás hasta entonces no veíamos ese cuerpo como un mapa, sino como un archipiélago. Si algo logra Sucre es cambiar nuestra lectura del conjunto y hacernos entender que se trata de una sola trama, en la que podemos ver múltiples relaciones. Hay una continuidad y una ilación; ningún poeta o ninguna obra poética se pueden explicar por sí mismos, sino en función de una tradición, y me parece que ese punto de vista sigue vigente hasta hoy: la poesía hispanoamericana es una sola”.
- Y qué protagonismo juega en la critica literaria y qué señalaría de Guillermo Sucre como crítico y ensayista?
“Como crítico siempre ha sido agudo, consistente y exigente. Consideraba también que toda creación debe llevar su componente crítico, pues este es un legado de la modernidad. Desde muy joven, ya ejercía la crítica en reseñas y artículos, y no era nada complaciente. Digamos que siempre decía lo que pensaba, en un medio cultural acostumbrado al elogio fácil. Sucre instauraba un cierto rigor, que a la vez era una exigencia: el creador debía dar lo mejor de sí mismo, debía buscar la autenticidad. Como ensayista, su prosa era elegante, reflexiva, sustanciosa. Desplegaba un método discursivo que siempre iba interrogando, como quien aclara dudas. En su estilo reflejaba un hábito pedagógico: ir despejando la maraña significante hasta lograr nociones o respuestas claras, diáfanas. Quizás el manejo de la poesía le permitía recurrir a las metáforas para aclarar las dudas. Si el razonamiento se agotaba in extremis, una imagen poética podía surgir para arrojar luz sobre la materia oscura”.
- ¿Qué significa la Generación del 58 a los integrantes, como usted, de la Generación del 78?
“Para mi generación, los del 58 eran como nuestros mayores, nuestros padres. Eran los que nos antecedían, y los teníamos muy cerca. Se trataba de una generación prodigiosa, como pocas en el siglo, y nosotros fuimos los primeros en acoger ese legado. Los poetas eran extraordinarios: Cadenas, Montejo, Palomares, Silva Estrada, Sucre, Calzadilla, Pérez Perdomo, García Morales, Barroeta; pero los narradores no se quedaban atrás: Garmendia, González León, Lerner. Con todos ellos nos relacionamos, y a todos ellos les debemos mucho. A ellos les tocó adelantar las manecillas de nuestro reloj y ponerlas en horario planetario. A partir de ellos nuestro conocimiento de la literatura universal no podía permitirse lagunas”.
- En Venezuela las relaciones entre generaciones ha sido siempre generosa y abierta. No es el caso en otros países, donde lo habitual suele ser matar al padre. ¿Por qué ocurre esto?
“Volviendo a la Generación del 58, a través de sus plataformas grupales o de sus publicaciones se generaban polémicas interesantes. Todavía en los años 80 vimos algunos intercambios sonoros entre agrupaciones. Pero hasta allí. Estas últimas cuatro décadas han sido de convivencia entre promociones: los jóvenes respetan a los mayores, y los mayores reconocen a los jóvenes. No creo que en el pasado nos haya caracterizado la virulencia o la confrontación, al menos no en el plano cultural. En eso nuestra tradición se diferencia de la mexicana o argentina, donde las guerras llegan a ser fratricidas. Creo que en los años que van de este siglo, la armonía ha sido aún mayor: no tiene sentido forzar divorcios cuando el país se sumerge en la desgracia. La actitud de los escritores ha sido unirse, sumando voluntades y hallando causas comunes. Todo el mundo responde al más ínfimo de los llamados”.
- ¿Venezuela es tierra de poetas o de narradores?
“Es una pregunta que siempre nos hacen, y que es difícil de contestar. Creo que al cierre del siglo XX podemos percatarnos de que la nuestra ha sido una gran poesía, con maestros indiscutibles en todas las décadas. Una deuda importante sería cómo proyectar ese cuerpo plural a otras audiencias, porque la poesía venezolana merece una relectura iberoamericana, para dar cuenta de que ese corpus no tiene nada que envidiarle a las grandes del continente. El caso de la narrativa es más complejo, porque deberíamos separar novela de cuento. El cuento en Venezuela alcanza un gran nivel desde los años 40, y lo sostiene hasta este comienzo de siglo, con piezas memorables y narradores que sólo se han abocado al llamado género menor. La tradición es fuerte y los cuentistas se suceden año tras año. El cultivo de la novela, en cambio, requeriría mayor análisis, porque es indudable que contamos con grandes novelas, desde Gallegos hasta Balza, pero no con una producción estable. Hemos tenido décadas muy significativas y otras que no lo han sido tanto. A la luz de estas variaciones, deberíamos aprovechar el cierre del siglo XX para hacer un buen balance crítico de la novela venezolana y alcanzar unas conclusiones que aún no tenemos”.
- Una de las líneas de investigación de Antonio López Ortega es la poesía pero, sin embargo, no es autor de poemas, ¿por qué?
“No escribo poesía porque nunca me he considerado poeta, pero sí la leo y la valoro mucho. Para mí es el género literario por excelencia: no hay como un poema bien logrado para entender el hondo valor de la literatura y de la lengua. Al no poder escribirla, pero sí leerla, de manera natural se me ha abierto toda una línea de ensayos, investigaciones y compilaciones que dura hasta hoy. El acento lo he puesto en la poesía venezolana, compilando las obras reunidas de Alejandro Oliveros, Yolanda Pantin, Igor Barreto, Guillermo Sucre y, hacia el fin de año, Eugenio Montejo. Esto sin contar un reciente trabajo que he editado junto a mis colegas Miguel Gomes y Gina Saraceni: la antología Rasgos comunes, que es una compilación de poesía venezolana del siglo XX. En tiempos pasados, junto a las poetas Yolanda Pantin y Blanca Strepponi, mantuvimos una hermosa aventura editorial llamada “Pequeña Venecia”, que en la década de los años 90 llegó a publicar cien títulos de poesía. Allí no sólo incluimos a venezolanos e hispanoamericanos, sino que también acogimos un significativo número de traducciones, algunas de poetas que hasta entonces no se conocían bien en castellano: Delmore Swartz, Sylvia Plath, e. e. cummings, Sharon Olds, Gottfried Benn, entre muchos otros”.
FIRMA FOTO: Sergio Méndez
Saludos, ¿captan?, desde este lado del ordenador