El país del miedo, una novela de Isaac Rosa

Isaac Rosa es uno de esos novísimos –ya no tanto– escritores que los medios lanzan como nueva esperanza blanca de la literatira escrita en español. Razón tenían quiénes los vaticinaron a raíz de la publicación de El país del miedo pero no tanto, mucho menos, con otras novelas que hemos leído del escritor estos días encerrados en casa por sus ambiciones narrativas. Ambiciones que dan al traste con un autor que ha consolidado su carrera dándoselas de tipo que escribe más con la cabeza que con el corazón. Una perspectiva ésta que caracteriza a la mayorían de los escritores españoles que ha aprecido y que están apareciendo en los últimos años.

El país del miedo resulta sin embargo un título diferente, y eso pese a las constantes pajilleras de un narrador que como Rosa tiene que demostrar todo el tiempo lo grandes, revolucionario que es con sus historias. Historias que mezclan distintos puntos de vista donde el narrador, omniciente, recuerda continuamente qué es él y solo ékl quién está detrás de las páginas.

Me hizo salir del tiesto con Otra maldita novela sobre la Guerra Civil, que es una relectura personal de otra novela de Rosa, La malamemoria, y uno de los ejercicios de onanismo literario más extravagantes de la literatura española de nuestros días que cuenta, sin embargo, con lectores que ven divertido este juego consigo mismo que plantea un escritor que cuando se deja de majaderías sí que se aproxima a la realidad de nuestro tiempo, a cómo nos afecta nuestras relaciones, nuestros romances. La distancia también que separa a las generaciones y cómo afecta todo este proceso a la unidad familiar. En el caso de El país del miedo, la descomposición viene de fuera aunque ya por dentro la familia estaba bastante sonada, solo que seguían con su vida por mimetismo cotidiano.

El miedo es un de las herramientas más eficaces para dominar a los otros. El miedo fue de hecho lo que nos obligó a encerrarnos en casa. El miedo, escribiía H.P. Lovecraft es la emoción más antigua d ela humanidad y por eso pasa factura, toca lo primordial, ese espanto que llevamos incumbando generación tras generación y al que aportamos nuevos miedos para que herende los que nos sucedan. En torno a esta reflexión, la heredad del miedo, giraba la película Intruders. Y en torno a esta premisa El paìs del miedo, la novela de Rosa, aunque el miedo que reproduce Rosa, o mejor los miedos que reproduce, son fruto de la vida diaria. Por ejemplo, el protagonista de la novela cae es víctima del chantaje de un menor, el mismo menor que obligaba a su hijo a que le entregara pequeñas recompensas en el colegio o en la calle. El miedo va creciendo cuando el padre pierde cualquier tipo de control con el menor que le hace chantaje. Un chantaje que no se basa en oscuros intereses sexuales que pudiera tener el adulto con el joven, sino en una situación que va creciendo por la ineficacia del protagonista para poner fin al cerco que él mismo va construyendo a su alrededor.

El miedo, o los miedos, en esta novela van multiplicándose así que no es raro que cualquier lector sienta en algún momento la caricia de uno de esos miedos en el entramado de sus idas. La cuestión, parece que quieer formular Rosa, es que hay miedos comunes, miedos que compartimos todos generación a generación. Que el miedo es una cuestión cultural que se actualiza con los tiempos aunque sigue siendo el mismo en estado embrionario.

La novela cuenta cómo un personaje protagonista al que se define por ser un pusilánime avanza por el relato sin plantearse demasiado cómo salir del atolladeros en el que está varado.También que, si bien podemos liberarnos del miedo o de los miedos, en muchas ocasiones no lo hacemos porque preferimos vivir con él, acostarnos con ñel, darle de mamar e incluso mimarlo. En este aspecto, la novela cuenta con un final notable y deja en la boca de quien haya leído la historia el regusto amargo de la derrota. Una derrota anunciada porque, se reitera, la conclusión de Isaac Rosa es que a todos nos gusta vivir con miedo. Y si no todos, a la extensa mayoría. No seríamos nada si no detuviera nuestro andar existencial sentir miedo. Miedo a los demás, miedo a la oscuridad, miedo a estar solo…

He leído otras novelas, esos libros donde propone metaliteratura con resultados desiguales, que no me han termoinado de gustarme. De hecho, me cansa e irrita la obsesión que tiene Rosa es dejar constancia en muchas de estas pobras que el escritor está detrás de todas ellas. Por ello, por no perder el anonimato en lo que cuenta, me resultan trabajos como La malamemoria y El vano ayer, relatos que prometían ser estupendos pero que terminaron entrando en un callejón sin salida. Logra salir sin emabrgo del dédalo con El país del miedo probablemente porque la historia no sobrepasaba la rigurosidad histórica que pesa en estos dos títulos que, como se dijo, son ejercicios masturbatorios que sobresalen por un irritante cretinismo mental. Una pena, porque en una proponía una vivisón de la memoria histórica y en el otro de los años de la Transición con resultados muy irregulares.

De momento, detengo aquí mi lectura de un escritor que me sorprendió gratamente con la novela que inspira estas líneas y frustró mis esperanzas con las otras dos mencionadas por las razones expuestas. Si en esta dos uno termina por no creerse nada víctima de un aburrimiento viral, en El país del miedo las sensaciones se encuentran en el otro extremo porque, precisamente, uno sabe, uno conoce que ese país del que habla existe.

Saludos, elemental, doctor Watson, desde este lado del ordenador

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