99 madrugadas de alarma, un libro de Juan Carlos Mateu

Sucedió hace exactamente un año pero ahora casi nadie recuerda los largos meses que permanecimos confinados con el fin de sortear ese fantasmagórico virus que recorrió y todavía recorre las calles y plazas de las ciudades y pueblos de todo el planeta. Es más que probable que cuando todo esto haya acabado (porque alguna vez tendrá que acabar) se proponga una nueva relectura de lo que vivimos y de lo que pasamos encerrados en casa. El miedo ante la incertidumbre que nos envolvió de pronto y ante el que tuvimos que reaccionar para ponerle freno.

La pandemia ha generado una literatura que tímidamente va asomando la cabeza. Una literatura que en la mayor parte de los casos nace, precisamente, los días que estuvimos encerrados. Por la pandemia transita de una u otra manera novelas, relatos, cómics, reflexiones de escritores y escritoras de las islas, todos ellos dispuestos a narrarnos su visión personal de aquellos días.

El guionista e ilustrador Eduardo González lo hizo desde una perspectiva humorística en Crónicas de la cuarentena, tiras que subía a Facebook y en las que narraba en primera persona lo absurdo y también lo terrible de aquella experiencia. La periodista Saray Encinoso Brito propone con El año que no viajé a Buenos Aires un viaje imaginado y muy documentado a la Argentina escrito durante el confinamiento mientras que el también periodista Román Delgado describe con mirada introspectiva en Historias de intramuros once días de aquellos largos meses.

Faltaba sin embargo el día a día, el retrato de cada jornada con rigor periodístico que es lo que ofrece Juan Carlos Mateu en 99 Madrugadas de alarma, una bitácora de aquellos días que pueden descargarse en la página web de Diario de Avisos.

El libro reúne descripciones de lo que pasamos, de la sorpresa que digerimos afortunadamente sin crispación. De aquellas semanas donde vecinos que no se conocían comenzaron a hacerlo de balcón en balcón, de ventana a ventana… La lectura propone también adentrarse en las páginas de un diario de confinamiento que hace revivir lo que sucedió aquellos meses y percatarnos con qué facilidad la mayoría de nosotros hemos olvidado aquellos días que parecen que están muy lejos pero que sin embargo están todavía muy cerca.

Estructurado en artículos muy cortos, la crónica además de repasar los días de encierro ofrece un retrato muy humano y cercano del largo proceso en el que todos cambiamos por dentro sin perder en ningún momento el entusiasmo por informar. Por informar de lo que sucedía con entusiasmo y en ocasiones melancolía profesional, procurando mantener el equilibrio para no caer en lo sentimental y relatar con objetividad una situación que quebró para siempre nuestra vieja y añorada normalidad.

Las impresiones que relata Juan Carlos Mateu y que son reflejos de lo que vivimos todos, parecen de ciencia ficción pero no son, desgraciadamente cosa de ciencia ficción como sabemos todos: Soldados patrullando las calles, algún peatón que pasea a su perro por una ciudad sin gente, de avenidas vacías que despertaban a las siete de la tarde con los aplausos dedicados a los que libraban batalla en la primera línea del frente son solo algunas de las impresiones que recoge un libro necesario para no olvidar esos meses de confinamiento.

Juan Carlos Mateu tiene la habilidad de evocar las inquietudes que compartimos la mayoría. También la espontánea solidaridad que unió a la ciudadanía:

“Empiezan a aparecer en los ascensores de los edificios carteles de vecinos ofreciéndose a comprar comida o medicinas a personas con problemas de movilidad. Yo mismo he visto uno hoy en un bloque de viviendas del municipio de Candelaria. “Si necesitas que vaya a comprar alimentos por ti, solo tienes que tocar en el piso 8. Iré encantado”, decía el manuscrito. Un par de horas después, el gesto solidario se reforzaba con tres ofrecimientos más. Mi amiga Carmen Rosa me ha comunicado con pena que en el sur de Tenerife, la gran sala de máquinas de la industria turística, el cielo se ha quedado sin aviones”.

Son muchos los frentes de los que se ocupa 99 Madrugadas de alarma, un diario que nació a modo de terapia personal pero que terminó por convertirse en una obra que sobrepasó lo periodístico y en la que se mezcla la primera persona con el seguimiento informativo de aquellos días extraños y en los que Mateu destaca la infatigable labor de los que trabajaron por nosotros y, también, de todos nosotros, la ciudadanía, por haber estado a la altura que exigían las circunstancias.

En estas crónicas se narran algunos de los emocionante momentos que se produjeron durante el confinamiento como el niño que salía al balcón a las siete de la tarde porque pensaba que los aplausos iban dirigidos a él o el abuelo que tocaba la armónica en la ventana de su casa. Ello y mucho más en un repaso que escrito con las prisas del momento resulta directo y auténtico.

El arco temporal de 99 Madrugadas de alarma describen las jornadas que van del 14 de marzo al 21 de junio del 2020, y cuenta con su propia banda sonora que no es otra que las canciones que sonaron aquellos días como el Resistiré del Dúo Dinámico;Volveremos a brindar, de Lucía Gil o el Viva la vida, de Coldplay:

“Un par de minutos antes pasó un coche de la Guardia Civil con la canción Viva la vida, de Coldplay, a toda pastilla, mientras los vehículos militares, poco después, volvían a formar en caravana por la avenida para recoger las muestras de cariño de la balconada”. Canciones que según Mateu “refleja el sentir general de un pueblo consternado que permanece agazapado a la espera de que el temporal escampe”.

Esto y mucho más es lo que ofrece 99 Madrugadas de alarma, la crónica personal y periodística de unos meses en lo que nunca tantos debimos tanto a tan pocos.

Saludos, basta con descargarlo en la web, desde este lado del ordenador

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