George Sanders: “Querido mundo: He vivido demasiado tiempo”
Actor, escritor –algunas de sus novelas de misterio se publicaron en España en la ya legendaria colección Austral de Espasa Calpe– y cantante incluso, no tenía mala voz aunque al lado de Frank Sinatra sí que desentonada, George Henry Sanders (San Petersburgo, Imperio ruso; 3 de julio de 1906 – Castelldefels, España; 25 de abril de 1972) es uno de esos grandes intérpretes del cine norteamericano que permanece a un lado, en una discreta esquina de la sin memoria, a la espera (o no) de que llegue alguien y lo saque a la luz para mostrar al mundo y a todos nosotros que aquel secundario, preferentemente, que robaba planos al protagonista tenía nombre y apellido.
Hombre de refinada educación, lo que transmite en cada uno de sus trabajos, a George Sanders lo encasillaron sin embargo en papeles de villano a los que prestó elegancia y saber estar en cada momento que lo vemos en pantalla. Como protagonista y secundario de lujo lo descubrimos en dos grandes películas que adaptaron dos grandes novelas de la literatura de todos los tiempos: El retrato de Dorian Grey (Albert Lewin, 1945), donde se pone en la piel del mefistofélico lord Henry Wotton y en La vida privada de Bel Ami (Albert Lewin, 1947), en la que interpreta al ambicioso periodista que hace carrera no por el ingenio de los artículos que escribe sino por las mujeres que conoce dentro y fuera de la cama.
Si uno ve esta películas que dirige además un cineasta al que con el paso del tiempo habrá que rendir homenaje, Albert Lewin (director de esa obra maestra de amor fantástico que es Pandora y el holandés errante) es imposible imaginarse al refinado y ambiguo lord Henry de la novela de Oscar Wilde así como al egoísta periodista de la novela de Guy de Maupassant sin las estilizadas formas de Sanders, un actor que transmitía sensaciones no solo a través de una voz grave sino también, y quizá lo más importante, con sus silencios que subraya con una débil sonrisa y una mirada capaz de derretir los hielos de ambos polos.
Recordamos, o recuerdo a George Sanders de todas formas por sus trabajo de malvado cansado, de tío harto de hacer el mal pero que lo hace porque así está escrito en el guión. Hace de cruel aristócrata en esa grandiosa película de aventuras con mensaje feminista que es Ambiciosa y de caballero templario en Ivanhoe que es una cinta de torneos medievales que no me canso de ver ni de leer la magnífica novela que la inspira, escrita por sir Walter Scott, a quienes los dioses tengan presentes. Repite papel parecido en otra obra maestra del cine de aventuras, Los contrabandistas de Moonfleet, a las órdenes de un inspiradísimo Fritz Lang aunque por si uno de sus papeles lo recuerda la hermandad cinéfila es por el de irónico crítico de arte Adisson DeWitt en Eva al desnudo (Joseph L. Mankiewicz, 1950), que es una de las grandes películas de su director y del estupendo equipo de actores que reúne comenzando por Bette Davis y Anne Baxter y terminando con George Sanders y la rubia que no es tan tonta que lo acompaña en la película, una jovencita y apenas debutante actriz llamada Marilyn Monroe.
Pero…, y que quede constancia, George Sanders no solo hizo de villano en el cine. En Te querré siempre, una hermosa historia de amor que parece que se quiebra y que dirige Roberto Rossellini, George Sanders es el marido de Ingrid Bergman. Están de viaje por una Italia que en aquellos años, los 50, todavía permanecía en ruina por una guerra mundial que no tuvo que haber sucedido nunca. El deterioro de la pareja con el deterioro de la ciudad de Nápoles, una de las ciudades italiana más castigadas por aquel conflicto, se entremezcla en una cinta que, créanme, no pasa la sombra del tiempo ya que sigue conmocionando y conmoviendo y, al mismo tiempo, haciéndonos pensar en lo grande que fue el cine.
En esa obra maestra olvidada del cine extraño que es El pueblo de los malditos, adaptación de la novela Los cuchillos de Midwich escrita por uno de los grandes del género, el británico John Wydham, Sanders tiene que enfrentarse a unos niños que han sido abducido por entidades extraterrestres con el siguiente dilema moral: ¿quién puede matar a un niño, aunque esos niños puedan leer la menta y obligar a los adultos a hacer cosas que no quieren? Esta película supuso, es una opinión personal, uno de los últimos grandes trabajos en la filmografía de un actor que dignificaba con su presencia incluso aquellas películas que no valen nada y que rodó porque hay que comer… Puso, eso sí, la aterciopelada voz al malvado y cruel tigre Serkhan, en la adaptación para dibujos animados de El libro de la selva... Y sí, Serkhan sería otro si no llega a doblarlo George Sanders que, estoy seguro, entendió desde el principio las motivaciones de ese personaje que se mueve a cuatro patas con un abrigo naranja y rayas negras.
Pasó el tiempo, y el tiempo terminó por olvidarlo. Hastiado del oficio, deprimido por la muerte de su hermano, el también actor Tom Conway del que se había distanciado por sus problemas con el alcoholismo y tras varios matrimonios fracasados (dos con las hermanas Gabor), George Sanders terminó por refugiarse en un hotelito de Castelldefels (Barcelona) donde puso fin a su vida dejando una nota cuya lectura todavía me emociona por lo que revela y por lo que piensa de la humanidad entera, incluido él mismo:
“Querido mundo: He vivido demasiado tiempo, prolongarlo sería un aburrimiento. Os dejo con vuestros conflictos, vuestra basura, y vuestra mierda fertilizante”.
Su cadáver fue incinerado y cuenta la leyenda que desde entonces sus cenizas flotan en el aire.
Harto de esperar planteo la pregunta que suelo plantearme todos los años cuando llega la fecha del nacimiento de George Sanders, ese actor refinado y elegante al que los dioses han acogido en su gloria: ¿para cuándo la publicación en español de sus memorias? Recuerdos que llevan por título Memorias de un farsante profesional…
Mientras espero, recojo algunas reflexiones y pensamientos que dejó escritas el caballero que escapó con su familia de Rusia tras el triunfo de la Revolución bolchevique:
“No soy irreligioso, ni ateo, ni irreverente. No defiendo la apostasía, ni siquiera soy agnóstico. Simplemente no tengo la menor idea de qué significado tiene todo esto”.
“Almorcé con Marilyn Monroe un par de veces y encontré que su conversación era inesperadamente profunda. Mostraba un interés en temas intelectuales que, cuanto menos, me dejó desconcertado. Quizá debería añadir que en su presencia no era fácil concentrarse en algo intelectual”.
“Para empezar, es imposible estar enamorado de una mujer sin experimentar en ocasiones el irresistible deseo de estrangularla. Lo cual puede conducirte a situaciones desagradables. Las mujeres son muy sensibles con eso de que las estrangulen”.
“Desde que empecé con esta profesión mía de actor he tenido siempre un profundo sentimiento de irrealidad. Y la atmósfera de Hollywood no ha ayudado a disiparlo”.
“Quizá mi curiosa indiferencia al éxito se entenderá mejor si te digo que la fuerza más poderosa de mi naturaleza ha sido la pereza; y para practicarla con razonable confort, he llegado al extremo de estar dispuesto a trabajar… de vez en cuando”.
“En pantalla soy usualmente un cínico de modales exquisitos, cruel con las mujeres e inmune a sus insinuaciones y caprichos. Esa es mi máscara, y me ha servido bien durante 25 años. Pero en realidad soy un sentimental, sobre todo en lo que respecta a mí mismo; siempre al borde de las lágrimas por las emociones más ridículas e invariablemente víctima de la inhumanidad que despliegan a veces las mujeres con los hombres. Es comprensible que haya adoptado esta máscara para proteger mi naturaleza ultrasensible. Y por fortuna no solo me ha protegido sino que me ha dado de comer. Si te cuento todo esto es para que entiendas que aunque en el cine soy invariablemente un hijo de perra, en la vida real soy un chico encantador”.
“Soy un católico reformado y recompuesto. En otras palabras: soy un budista”.
“Las mujeres son como las enfermedades infecciosas. Una recaída es siempre de enorme gravedad. Mi boda con la enloquecida bruja de Zsa Zsa fue un craso error. Me avergüenza decirlo, porque no se debe golpear a las mujeres, pero yo sí lo hice. En defensa propia, claro está…”.
En las imágenes, el actor en: Te querre siempre (Roberto Rossellini, 1954)
Saludos, nos inclinamos, desde este lado del ordenador