Cazadores de beatniks, un libro de Daniel Ortiz
“En tren. El sueño se va a empoderando, leo a Pessoa como si escuchara a Bill Evans, nadie los vio juntos jamás, Bill y Fernando podrían ser la misma persona, una sombra con su gabán heredado entrando en un callejón”.
(Las canas de Peter Pan, relato incluido en Cazadores de beatniks, Daniel Ortiz, Ediciones Escaleras, 2022)
Cazadores de beatniks reúne seis grandes relatos en un mismo libro que es crónica de viajes. Pero de viaje en el sentido más puro y original de la palabra. Una búsqueda y a la vez una huida hacia adelante. Lo escribe Daniel Ortiz, un trotamundos nacido en este archipiélago abandonado de la mano de los dioses que recorre en este volumen compacto varios itinerarios golpeados severamente por el fenómeno literario beat.
Publicado en la renacida Ediciones Escaleras, un proyecto que nació en Canarias y se desarrolló en la capital de España y que tradujo obras esenciales de, entre otros autores, Jack Kerouac, John Clellon Holmes y William S. Burroughs, escritores beat, así como autores tan raros por decirlo de alguna manera como James Purdy y Jack Black, que fue el primer libro que me hice de este afortunado e independiente proyecto editorial y libro que, a partir de ese día, forma parte de mis obras de cabecera.
Como dijo en su día Henry Miller (atractivo y recomendable el documental sobre su vida que pueden ver en la plataforma Netflix) “solo cuando uno ha tocado fondo es cuando puede reunir las pocas fuerzas que le quedan para seguir adelante”.
Cazadores de beatniks se trata así de un interesante recorrido por varios puntos geográficos del planeta tras las huellas de escritores, músicos y artistas que forman parte del imaginario de Daniel Ortiz, autores que ha somatizado y a los que persigue sobre todo en el primer relato del volumen (y uno de los más extensos) empleando para ello un estilo que hace evocar la literatura de Kerouac, todo un referente no solo para el escritor grancanario sino también para los que tuvieron la suerte (o la desgracia, eso nunca se sabe) de descubrir en su día los textos del autor de En el camino o Los vagabundos del Dharma por mencionar solo dos de sus novelas más conocidas.
Este relato, que lleva además el nombre del libro, Cazadores de beatniks, cuenta un viaje a una Norteamérica que apenas se reconoce ya en aquella que recorrieron haciendo auto stop los beatniks que Daniel Ortiz sin santificar, adora como los adoramos todos los que conocemos esa literatura que utiliza el viaje como búsqueda. Una búsqueda de sí mismo, también hacia la nada. El caso es viajar porque viajar nos cambia por dentro como por fuera.
Este capítulo del libro está plagado de frases directas, que a mi, personalmente, me conmueven tanto como me duelen.
“Somos unos gilipollas, sí, gilipollas por sentirnos superiores a toda esa pléyade de desgraciados, mero cinismo de dos bastardos cultivados en una sociedad más vieja, no es mérito nuestro”.
Literatura y jazz acompaña este itinerario interior y exterior que realiza el protagonista de esta historia (trasunto del propio Daniel Ortiz) con su pareja por un país, Norteamérica, en donde intentan encontrar algún rastro de aquel movimiento que fue la llamaba generación beat, grupo que contribuyeron los dos a dar a conocer en España no solo publicando obra inédita de uno de los grandes gurús del grupo, Kerouac, sino de otros compañeros de viaje no tan conocidos pero probablemente igual o más interesantes que el autor de Big Sur. Esta literatura viajera que mezcla retrato geográfico con mirada hacia las entrañas ya la había practicado Daniel Ortiz en un libro anterior, Hola, fondo sur (Baile del sol, 2012) que sin las ambiciones experimentales de Cazadores de beatniks, ya nos revelaba a un escritor con sólida base cultural y mucho entusiasmo por relatar con palabras lo que veía y sobre todo lo que sentía bajo una aparente ficción que no desmerecía el acabado final del libro sino que lo engrandecía, repara uno con el paso del tiempo.
El segundo tercio y el último mezcal nos lleva a un México que deja de ser país de frontera para convertirse en destino donde el protagonista se da de bruces con la realidad, deslumbrado ante las sensaciones que le transmite ese país en el que descansa William S. Burroughs, escritor al que la pareja busca y encuentra su tumba para rendirle honores. De hecho, una de las pocas fotografías que acompaña este imprescindible volumen es la de la lápida donde se encuentran los restos del autor de Yonqui y El almuerzo desnudo.
“Más mezcal en la barra del bar. Un joven revisor gringo, apuesto, limpio. Hace sonar una campanilla, nuestro tren está a punto de llegar. ¿Nuestro tren? Vamos, no lo oyes, es el tren de las letras mexicanas, en él viajan todos los autores vivos y muertos de este país, incluidos algunos extranjeros que escribieron y amaron esta tierra”.
Cazadores de beatnick continúa su singladura con Santos lugares, trayecto al cono sur y Holy Tangiers, donde como escribe el viajero se va en busca de “espíritus invocables por los gringos del Atlas, Gysin, Chuckri, Burroughs, Jane Bowles, Brian Jones, Rick Blaine, y cien flautistas para guiarnos a la sinrazón”.
El libro se cierra con los relatos Todo es idéntico y Las canas de Peter Pan. Confesiones amargas cuando repasa su trayectoria como editor:
“Lo mismo fue hermoso, no nos hicimos editores ni traductores para anclar tan sólo para publicar aquellos que quisimos publicar (más algún que otro gol fantasma que nos metieron por pardillos), pero en ningún caso quisimos hacer de la edición un modo de vida cuando hay tanto publicado aún por leer, la literatura como mesa de novedades, temporadas, modas, ferias, firmas, necrológicas, aniversarios, rescates y rentreés no son Literatura sino un negocio equiparable a la venta de tornillos, así que nos fuimos, sin perder dinero al final del todo gracias a Nelson Mandela y el oro del Perú”.
Cazadores de beatniks me gusta tanto o más de Hola, fondo sur. Formo parte del viaje y participo en la fascinante aventura de conocer mundo y personas.
Saludos, leamos, viajemos, leamos, desde este lado del ordenador