Paul Preston, ese borde
Paul Preston (PP), ese borde entraba mientras yo salía de Presidencia de Gobierno. El historiador británico iba acompañado de una representante de su grupo editorial en España y animado por la espera –llevaba un buen rato mirando el reloj para ver si llegaba de una puñetera vez el autor de una de las biografías menos recomendables que se han escrito sobre Franco– lo asalté a bocajarro para preguntarle si podía dedicarme unos minutos para una charleta que ni siquiera iba a ser entrevista.
Preston, que es un gigantón y lleva espejuelos que le dan cierto aire del empollón de la clase, se detuvo un momento, me miró de arriba abajo y con voz de repelente niño Vicente me dijo que no. Y no y no porque no le salía del… toto, vamos a poner.
La mujer del grupo editorial se puso lívida y yo, muy europeo porque así me educaron, le pedí disculpas por el asalto mientras aquel hombrón entraba en el edificio de Presidencia de Gobierno donde iba a impartir una conferencia sobre la Guerra Civil, que es ese conflicto que tan bien conoce solo que desde una perspectiva babosamente partidista porque ahí donde lo ven, Preston, el borde, es así.
Ha dejado muestras en sus libros, donde como buen historiador cuenta la historia desde solo un punto de vista, los que la perdieron. En cuanto a los que la ganaron, todos malos, que es la tendencia que hoy se va extendiendo y que ha logrado entre otros señalamientos que la extrema derecha esté subiendo aquí y en otros territorios de Europa como la espuma.
Digamos que tras disculparme, me fui directo a mis cuarteles de invierno preguntándome qué necesidad tenía de haber padecido el desprecio, algo racista había en ello, del señor Preston, el borde.
Recuerdo que al llegar a casa cogí los libros que tengo de PP en mi biblioteca y que los tiré directamente al cubo de la basura que recicla cartón y papeles. No sin antes romper cada una de sus páginas. Adiós a todo eso, señor Preston, el borde.
Más tarde me enteré que había concedido dos entrevistas, todo organizado por la jefa de prensa del anterior gobierno canario, con medios locales que me resultaron curiosas aunque poco interesantes una vez se publicaron y salieron por las hondas… Fue esa misma jefa de prensa la que me dijo que me acercara a Presindeica, que no habría problema en que hablara con el señor Preston. Ay. El caso es que ninguno de los periodistas que lo entrevistaron le preguntó la cuestión que a mi me rondaba desde el principio y que no revelo por discreción, por una pena infinita que me asalta cuando recuerdo aquel momento tan extraño y surreal.
La mujer de la editorial que lo acompañaba y una vez el gigante se alejó de nosotros me pidió disculpas (disculpas que tenía que haberme dado aquel hooligan comedor de fish and chips) y me sugirió pero sin garantías qué podía entrevistarlo cuando finalizara la conferencia, como unas dos horas después de haber estado esperando a mi frustrado faro de occidente. Le dije que no, todo muy digno, a lo Numancia no se rinde, y salí del edificio de Presidencia del Gobierno tomándome todo aquel despropósito como lo que era: un disparate.
Todavía me reconcome un chispazo de tristeza cuando pienso en aquel momento. Tan raro fue que está como grabado al rojo vivo dentro de mi cabeza. Y me puse a pensar en mis muertos, sobre todo en un tío abuelo afiliado a la CNT al que desaparecieron en el mar nada más proclamarse el alzamiento de julio de 1936 y de mi abuelo, al que no pude conocer porque era muy pequeño cuando falleció y a quien las autoridades franquistas metieron en la cárcel por masón.
Mi abuelo logró salir, sí, pero con un miedo que ya se le quedó dentro hasta su muerte. De mi tío abuelo ni rastro, seguro que ya no queda nada de él bajo el fondo del mar.
¿Y Paul Preston, el borde? Pues ahí sigue, insistiendo con sus libros que la guerra fue así y no asá.
Tras deshacerme de sus libros mantengo en la biblioteca destinada a la Guerra Civil española los trabajos de otros hispanistas como Hugh Thomas, un santo al lado de Preston aunque sea de derechas, y Stanley Payne, a quien no pude entrevistar en una visita que hizo a las islas pero con una diferencia de modales que demuestra la educación recibida de uno y del otro. Payne me dijo que problemas de una agenda apretadísima hacía imposible la conversación, así que disfruté de su conferencia, que no fue muy allá, la verdad, y see you later, aligator.
Con Preston no, con Paul Preston espero un desquite, un “en la bajadita te espero” que no llegará nunca… Mi castigo es no leer sus libros, no me pierdo nada por otro lado, y recuperar nuestra Guerra Civil según la relatan historiadores españoles que salvo garbanzos negros como Pío Moa o César Vidal, por fin estudian aquella guerra que nos marcó para siempre con cierto aliento objetivo.
Pero eso, como dijo Kipling, es otra historia.
Saludos, banzai!, desde este lado del ordenador