¡Dios, qué novela!

Si me preguntas cuál fue una de las primeras novelas que me marcaron porque llegó a mis manos como suelen llegar las cosas buenas, de manera imprevista, fue Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque.

Quizá se trate de una de las más reconocidas novelas pacifistas escritas nunca, aunque mucha de la literatura que se generó tras la I Guerra Mundial clamase por la paz mientras al mismo tiempo describía los horrores de las trincheras.

Salvo Ernest Jünger con sus Tempestades de acero y algún que otro autor belicoso que se encuentra por ahí, el grueso de los libros que he tenido la tentación de leer a lo largo de ya más de medio siglo de vida sobre aquel periodo de la Historia tienen un mensaje claramente de paz. No hay otra lectura posible. Desde John Dos Passos y su notable Tres soldados, al Hemingway de Adiós a las armas, el Robert Graves de Adiós a todo eso y otros tantos y tantos narradores — narradoras pocas, esa es la verdad– que nos contaron aquella catástrofe haciendo un importante examen de conciencia sobre sus experiencias en el frente.

Y así, mientras estudiaba segundo de BUP en el Teobaldo Power y a iniciativa de un profesor que nos daba Historia, se organizó en aquel Instituto una Feria del Libro en la que me llamó con alta voz, y desde donde se encontraba descansando, un ejemplar de Sin novedad en el frente que adquirí sin pensarlo demasiado.

El ejemplas estaba editado por Bruguera, en una colección para jóvenes e incluía ilustraciones que sin ser una cosa del otro mundo apoyaban gráficamente algunas de las escenas que Remarque contaba en la que fue su primera y más reconocida novela.

El caso es que lo leí lo que se dice en un santiamén y que poblé el ejemplar con subrayado en lápiz de las que pensaban eran algunas de sus mejores frases. En el libro, el autor narraba cómo se convenció a los jóvenes de la orgullosa nación alemana a marchar al frente por la patria y todo ese cuento y una vez en el frente, a luchar como valientes por una causa que nadie terminó por entender demasiado bien.

En la novela, el joven protagonista se rodea de un grupo de camaradas que van desapareciendo por la dichosa guerra a medida que se avanza en las páginas y al final… bueno, al final sucede algo terrible en una escena en la que aparece una mariposa revoloteando en un campo de batalla cubierto de muertos, estamos en 1918 y la I Guerra Mundial está a punto de finalizar. El protagonista, aniquilado, demolido por el poder del miedo, observa un campo de batalla repleto de cadáveres descuartizados por las bombas y las balas de ametralladoras. Sus botas se hunden en el lodo de la trinchera, trinchera por donde corretean libremente ratas del tamaño de gatos que roen la carne de los muertos. Arriba, en el cielo, el firmamento aparece encapotado por una eterna panza de burro mientras el olor de la muerte se mezcla con el de la pólvora. A modo de trágica banda sonora, los gritos y gemidos de los heridos que esperan fallecer mientras agonizan en la tierra de nadie…

Tal fue el éxito de Sin novedad en el frente que Erich Maria Remarque se convirtió en un personaje muy popular en la dolorida Europa de entreguerras. Luego, y tras el ascenso del partido nacionalsocialista al poder en Alemania, emigró como si hicieron tantos otros a los Estados Unidos de Norteamérica donde continuó su carrera como escritor.

Cuenta en esta segunda etapa con títulos bastante notables como El regreso, que intentaron venderla como la segunda parte de Sin novedad en el frente pero sin serlo. La historia cuenta la vuelta a casa de los soldados alemanes una vez licenciados y el cambio que notan que la guerra ha hecho en sus pueblos, en sus casas y en sus familia. Después, sería autor de una extraordinaria novela romántica: Tiempo de amar, tiempo de morir que sería llevada al cine por Douglas Sirk, y en la que cuenta las experiencias de un soldado alemán durante la II Guerra Mundial en el frente ruso y que vuelve de permiso a casa unas semanas para encontrarse con un lugar que ya no existe y por lo tanto que ya no le pertenece.

Me acuerdo de Sin novedad en el frente (que cuenta con dos adaptaciones cinematográficas más que recuerde, una, la mejor, dirigida por Lewis Mlestone y la otra, para televisión, al mando de Delbert Mann) porque no hace mucho se estrenó en una de las plataformas que ya forman parte de nuestra vida una nueva versión cinematogbráfica de la novela que dirige Edward Berger y que no está nada, lo que se dice nada mal aunque se tome algunas licencias que en vez de estropear dan mayor solidez a un relato cuyo mensaje sigue siendo el mismo: como la guerra liquidó los sueños y las esperanzas de una generación. Un mensaje, por otro lado, tan necesario para estos tiempos que vivimos.

El caso es que viendo la película me acordé de las sensaciones que la novela me produjo en su momento y que tras levantarme para buscar el libro en mi caótica biblioteca no encontré el ejemplar en el que sí que recuerdo cuando la finalicé de leer la frase que dejé escrita al principio, justo debajo de donde aparece el título y el nombre de su autor: ¡Dios, qué novela! Y que despertaron otra vez el entusiasmo por leerla, de sumergirme en el horror de un infierno desatado en el que solo es posible sobrevivir si cuentas con el compañero, el camarada, que tienes al lado.

Creo por eso y otras cosas más que no se le ha rendido la justicia que se merece a su autor, Erich Maria Remarque, un hombre que quiso y consiguió a través de su literatura denunciar la realidad de la guerra que son iguales aunque los tiempos cambien. Iguales no en el mortífero poder de las armas, que aumenta con el paso de los años sino en cuanto al sufrimiento que provoca. Y no solo en el soldado sino en la gente que se deja en retaguardia, esa mayoría silenciosa que soporta los embates del combate desde casa. Solo que esa casa ya no es la que conocieron.

En fin, que una nueva lectura a Sin novedad en el frente nunca viene mal, sobre todo si se tiene cierta sensibilidad por la novela pacifista, esa que denuncia la guerra a través de sus protagonistas, en el caso de Remarque, un puñado de soldados que apenas han cumplido los 20 años.

Conservo ese ejemplar en algún lado y recuerdo, como dije, que lo tengo subrayado (porque tuve un tiempo en el que subrayaba frases que me impactaban de libros que más que leer, devoraba diga lo que diga el guanajo) en casi todas las páginas porque, ya digo, su lectura fue una sorpresa. Probablemente, se trata Sin novedad en el frente de uno de los primeros libros serios que leí tras anclar las lecturas lovecraftianas y antes, mucho antes, de Ray Bradbury que fue uno de los primeros escritores (el primero fue Robert Louis Stevenson) que me enseñó lo bien que se lo pasa uno cuando el libro que tienes en las manos se convierte en algo así como un cómplice… Y Sin novedad en el frente me cogió por el cogote y me sacudió tanto que todavía evoco con agrado aquel estremecimiento, ese placer que te acompaña cuando lo que tienes entre las manos ya no se lee sino que se vive.

Eso debería de bastar para explicar que escribiera, ya lo apunté antes, en la primera página de mi ejemplar de Sin novedad en el frente una expresión que no he vuelto a repetir a pesar de que en este camino que es la vida haya estado repleto de libros excelentes, muchos de los cuales me cambiaron la vida..

Dios, qué novela.

Saludos, la paz sea con ustedes, desde este lado del ordenador

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