Leche condensada, una ¿novela? de Aida González Rossi

“Es ahora, la vida, la magia-jedionda. Es el lol, juas, jajaja, jaja, lolol, es fingir que se desmayan y botarse de espaldas sobre la arena del merendero del Médano y sentirse, ahí con los ojos todos engurruñados por el sol, como si estuvieran delante del ordenador: el merendero es un sitio, pero no es un sitio, pero no es un sitio. Y nunca hay nadie. Piso de mochilas y chaquetas y desperdiguera de paquetes de papas vacíos y ciscos de esas mismas papas y gotas de flax rojos y azules y uñas mordidas y las pelusas que traen siempre dentro de los calcetines”.

Leche condensada (Aida González Rossi, editorial Caballo de Troya, 2023)

La irrupción hace ya unos años de Andrea Abreu con Panza de burro y la llegada poco después de Meryem El Mehdati con Supersaurio desató todo un fenómeno que obligó a mirar a las islas desde dentro como fuera de ellas. Dos escritoras canarias lograban por una vez ubicar el mapa del archipiélago en el mundo literario nacional. Un éxito del que todavía desconfían algunos, lo que es natural porque estas voces que suenan con fuerza, resultan un pelín transgresoras y cuentan historias (en el caso de Andrea Abreu con fuerte acento canario) sobre realidades que resultan cercanas tanto a los que viven en islas como en territorio continental.

Junto a Andrea Abreu y Meryem El Mehdati hay otros nombres, muchos de los cuales aparecerán en una antología de próxima aparición y que forman parte de esta generación que alguien definió como de Nueva Literatura Canaria, un nombre, Nueva Literatura Canaria que me produce ronchas ya que me recuerda al de aquella Nueva Trova Cubana de la que hoy casi nadie se acuerda porque lo nuevo se ha hecho viejo.

Y no, no me gusta ese y otros encasillamientos porque creo que en este caso y como grupo, estos escritores y escritoras lo están haciendo bien. Que funcionan gracias a la manera en como lo están haciendo ahora, sobre todo si detrás de toda esta aventura se encuentra una escritora y una editora visionaria como Sabina Urraca, en parte la responsable que hoy conozcamos a Andrea Abreu y su Panza de burro como ahora conozcamos a Aida González Rossi, quien presenta en Caballo de Troya Leche condensada, su primera novela.

Mis reacciones han sido contradictorias tras esta lectura. Reconozco que el libro tiene fuerza pero resulta a la postre demasiado enmarañado. Y sí, se cuenta una historia, la del fin de una infancia, la de la protagonistas que se llama como la escritora, Aida, pero este relato no termina de convencerme. Y no es porque me moleste el uso casi constante de jediondo/a, gufo y la descripción de algunos momentos digamos que escabrosos, sino porque no siento emoción ante la sustancia que quiere transmitir su autora. Es decir, que el libro pese a su entusiasmo por escandalizar no me escandaliza.

Con todo, Leche condensada respira vida y cuenta con atractivos desarrollos que se leen con mucho interés. Me suscita, además, preguntas y me hace pensar en cual será el próximo paso literario que dará Aida González Rossi, autora de dos poemarios, Deseo y la tierra y Pueblo y yo, que se inicia ahora en la narrativa con una novela desconcertante, atrevida, con ganas de irritar y no porque abuse de los jediondos/as, precisamente.

En cuanto al estilo, abundan en este libro los párrafos largos, tanto, que en ellos se cuentas varias situaciones de manera encadenada, información de momentos dulces, los menos, y agridulces, los más, a través de la mirada de una niña de doce años que no sé si busca su lugar en el planeta pero que tampoco importa demasiado que lo encuentre.

El texto, como pasa con las compañeras de generación que antes mencionamos, abunda en palabras cuya denominación de origen es canaria y su protagonista es una niña como en Panza de burro también lo fue aunque entonces frisara la adolescencia.

Acompañan a Aida en esta aventura con final, se masca, resignado, Yaiza, su mejor amiga, y Moco, su primo idéntico, su otro yo. Algo más al fondo, la abuela, que a mi particularmente me ha parecido uno de los mejores personajes de la novela y la responsable del título, Leche condensada, y una madre a la que mira cuando está revolviendo los macarrones.

Cada capítulo del libro lo encabezan las funciones que ofrece una partida de Pokémon y probablemente cuente con otras claves de una cultura que se me escapa pero es su tono general el que admite toda clase de públicos. Algunos de los cuales serán más pacientes con ese inevitable viaje que conduce al final de la infancia y que puede entenderse como otro de esos golpes radicales que produce nuestra naturaleza de seres vivos. Sería interesante conocer cómo será su adolescencia leyendo ahora lo caótica que fue su niñez, esa al menos son las impresiones que expresa.

Ignoro si la escritora contempla otro libro para narrar ese capítulo en la vida de su protagonista (la adolescencia), solo sé que me gustaría leerlo como me ha gustado –a ratos– leer Leche condensada.

“El llanto de Aida es, hoy al menos, una ristra de gufos sin sentido ninguno. Del miedo, de los gritos de ma, el camión, muchacha, ma, qué haces, mami, mami. De la preocupación en la parte baja del estómago, del odio repentino a los árboles que forman la boca que se abre para que la gente pueda entrar a Granadilla, a la plaza de arriba del merendero, a la curva”.

Saludos, demasiados aditivos, desde este lado del ordenador

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