Hierro viejo, una novela de Marto Pariente
Hierro viejo es una nueva novela que publica Marto Pariente, un escritor cuyo universo literario está más próximo a de escritores como Jim Thompson y el truculento Camilo José Cela de La familia de Pascual Duarte que al de otros grandes de nuestra literatura como Miguel Delibes o el norteamericano Elmore Leonard. Es decir, que su ruralidad refleja la España interior con espíritu bronco aunque su estado natural sea el de un feliz letargo, un dejar pasar los días hasta que lleguen las sombras.
El Hierro viejo (Siruela, 2024) del título es Coveiro, sepulturero de Balanegra, un tipo que con su sobrino autista vive y deja vivir hasta que le tocan las narices. O al menos cree eso, que le tocan las narices porque al final nos enteraremos que esta venganza es resultado de una serie de acciones equivocadas que tienen como protagonista a Rubí de Miguel, dueña de Carbac, la industria cárnica más importante del país, sus dos hijos y los sicarios que arramblan con todo lo que les sale al paso porque obedecen a la señora sin rechistar.
La novela se lee en un suspiro, apenas supera las 210 páginas y es lo que los especialistas podrían definir como noir rural aunque yo prefiera lo de retrato feroz de una población perdida en algún lugar de la España profunda, lo que me hace recordar también a Alexis Ravelo, y su mirada a la novela negra que se desarrolla como un western moderno en poblaciones de su invención, territorios míticos con nombres como Nidocuervo y San Expósito, escenarios que utilizó el escritor grancanario en La iniquidad. La noche de piedra, Los días de Mercurio y en Los nombres prestados.
Lo primero que llama la atención de Marto Pariente es su estilo directo y lo segundo el retrato que hace de los personajes.
En cuanto al ambiente, el territorio tiene un protagonismo secundario pero da rienda a que sea cada lector quien lo recree en su cabeza, quien fantasee con un escenario que cuenta con su propio cementerio, el campo santo que cuida Coveiro con su sobrino (que se sabe de memoria todos los muertos que hay allí enterrados) y que pese a sus años decide salir de su zona de confort (¡el cementerio!) cuando sospecha que lo han secuestrado.
Como en todo western que se precie, los problemas solo han comenzado para los malos, todo ese ejército de asesinos que trabaja a las órdenes de la jefa, una madraza que es capaz de hacer cualquier cosa por sus chicos que, por cierto, vaya chicos…
A medida que uno se adentra en la novela conocerá algo del pasado de Coveiro pero poco la verdad, solo lo suficientes para hacernos una idea de por qué es tan eficiente eliminando a todo el mundo. Perteneció a una casta de guerreros, algo así como tipos dedicados al crimen pero con sentido del honor. El encuentro con uno de los villanos y la manera en cómo lo resuelve es un duelo a muerte en Río Grande. Entre los contrincantes hay un respeto profesional que los engrandece en una novela que destila momentos de gran emoción, sobre todo porque los hombres duros que la pueblan se manejan por un código que en ocasiones casi parece medieval.
Marto Pariente ha conseguido además modelar un personaje, Coveiro, que tiene que estar llamado a otras entregas. Convertirse en una serie porque tiene personalidad. La suficiente para que su creador continúe explorando su pasado porque como lectores ya conocemos su futuro a través de Hierro viejo pero ¿qué fue lo que lo hizo así?
De momento, me queda el suspense y haber disfrutado de la intensidad arrolladora de este Hierro viejo pero para nada oxidado libro. Si se convirtiera en película, es una pena que ya no tengamos entre nosotros a Sam Peckinpah para hacerlo realidad. El Peckinpah de Perros de paja.
El ambiente de Balanegra es opresivo como el de la película, pero hay honor entre tipos que se acostumbraron a llevar las manos manchadas de sangre.
No sé que me depararán sus novelas anteriores, pero si respiran el mismo esquema que Hierro viejo estamos ante un escritor con ganas de guerra. Recreo por eso un escenario ficticio que algunos reconocerán como el de Guadalajara pero qué más da, es tierra de Hierro viejo.
Saludos, duro y en ebullición, desde este lado del ordenador