La chica que leía a Faulkner, una novela de Juan Capote
Resultaría una pena que una novela como La chica que leía a Faulkner (Oblivion, 2023) se perdiera en el maremágnum de novedades porque se trata de un libro que sin ser redondo, sin lograr alcanzar la perfección, sí que sabe conmover y meterse al lector que no está avisado en el bolsillo.
No se trata de un texto generoso en páginas. De hecho, casi parece que el escritor de origen palmero, Juan Capote, recurrió a un calculado número de palabras para contar una historia que pivotea entre el amor y la venganza, con un asesinato de por medio, el primer y único muerto de una historia que para algunos podría emanar cierto perfume negro y criminal pero que para otros va un poco más allá, saltándose la frontera del género porque el género es lo que menos le importa a Juan Capote y sí poner el acento en una relación que va más allá del tiempo y que narra, le cuenta al lector, en dos periodos cronológicos y marcadamente diferentes pero tan fundamentales para entender el proceso de transformación que viven sus dos protagonistas, Claudia y Julio. Historia de amor que el autor describe con atinado pulso narrativo y en la que el iniciado puede encontrar ecos de Lolita (la edad de Claudia es sensiblemente inferior a la de Julio) y rastros del mejor James M. Cain, que fue ese escritor norteamericano que en la edad de oro del género negro explotó la figura de la mujer fatal en este tipo de historias oscuras en novelas ya canónicas como El cartero siempre llama dos veces o Doble Indemnización, entre otras.
Además de la relación, que uno no sabe al principio si obedece a algún plan siniestro que prepara Claudia, se cuela también el aliento de la literatura. De hecho es la literatura la que hace que Claudia y Julio conecten en la novela, sobre todo porque la primera lee un libro de William Faulkner cuando el azar hace que conozca a Julio y poco a poco establezcan una relación tormentosa, al inicio plagada de secretos que va dejando ella como piedrecillas en el sendero por el que transita este romance peligroso.
El relato se desarrolla en Madrid durante los años de la Transición y en la actualidad lo que permite acercarse a la vida de un joven estudiante universitario en la capital de España. El viene de Canarias y su acento, que resulta algo gracioso a los habitantes de esta ciudad, rompeolas de un país que se nos perdió hace ya tiempo, logra que Claudia tome confianza con él por la calidez que emana no solo su voz sino también su carácter tranquilo y sosegado. Comparte Julio vida en esa ciudad de luces eternas con un amigo, Aurelio, que sirve de contrapunto a la locura enamorada que vive Julio, y que como si actuara al modo de un Sancho Panza moderno, hace lo que puede para que ponga sus pies sobre la tierra. En especial cuando observa el entusiasmo y la fe que recobra ante la existencia su compañero de vivienda. También la inquietud que marca su romance con Claudia.
La novela da un salto en la segunda parte a la actualidad para presentarnos qué rumbo ha llevado la pareja y que por circunstancias que no vamos a explicar se separaron años atrás aunque en esa separación el único dolor que habite sea el de las formas, la manera en la que los dos decidieron seguir por caminos diferentes.
El reencuentro, ya como adultos y con las huellas de la edad dibujando sus rostros, se producirá también en Madrid que es una ciudad que no solo sirve de telón de fondo y escenario para contar esta historia sino también como un mapa sentimental en los que distintos rincones de la capital española van marcando al rojo el itinerario de los protagonistas aunque la novela incida más en él que en ella sin que él termine de monopolizar el texto. Un punto que se agradece y que deja más espacio a un relato que si bien no termina de estar demasiado atinado en su final, ni con esas logra que se me borre el entusiasmo y sobre todo la agradecida capacidad de sorpresa que tuve cuando comencé a leer esta novela que publica una editorial independiente que se toma en serio la edición. Se dice toma en serio la edición porque además de contar con un texto notable, el libro está delicadamente maquetado. Hay vocación de arropar con traje de sastre las palabras que cuentan y envuelven a La chica que leía a Faulkner.
El caso es que soy consciente que, tras esta gratificante experiencia lectora, seguiré con atención el rumbo literario que emprenderá en próximos títulos Juan Capote porque estamos no ya ante el nacimiento de un escritor de fuste, sobresaliente en el terreno de las letras que se escriben no solo en el archipiélago sino más allá, sino también ante una novela insólita, que rompe tendencias y que apuesta por contar una historia íntima con una asombrosa economía de palabras. Es aquí donde se vislumbra la capacidad que tiene su autor para navegar por ella.
En cuando al muerto no hay conflicto moral, salvo que el asesino/a sea descubierto por la policía. La víctima fue un hombre malvado, un tipo indeseable y que con justicia no merecía estar en este mundo claro que aún con ésas no deja de sorprender que termine asesinado y con el paso del tiempo su autor y su cómplice hayan aplacado al gusanillo de la conciencia. Ese mismo que podría mortificar por razones naturales a los protagonistas de esta novela inclasificable y un poco rara. Un cruce, ya se dijo, bastardo entre el mejor Nabokov y Cain.
Saludos, leamos, leamos, leamos, desde este lado del ordenador