La hojarasca, una película de Macu Machín

Título original: La hojarasca / Año: 2024/
Duración: 72 minutos
Dirección: Macu Machín
Guion: Macu Machín
Reparto: Elsa Machín, Maura Pérez y Carmen Machín
Música: Jonay Armas
Fotografía: José Ángel Alayón y Zhana Yordanova
Compañías: El Viaje Films

Hay una frase, entre las que se pueden escuchar en La hojarasca, de Macu Machín, que define el espíritu de esta película canaria que nace con vocación universal: “discutimos, pero nos queremos a rabiar”, se lo dice una de las tres hermanas a otra, acostadas mientras miran un futuro que como el de muchas familias de las islas, será siempre el mismo: rutina y fin.

Sorprende que para contar esta historia, una historia de mujeres porque solo son mujeres las que intervienen en ella, el paisaje de la isla de La Palma esté tan presente y representado a su vez de una forma que huye de la postal turística a la que nos tienen acostumbrados, sino que exhibe la crudeza climatológica de un entorno que no presume de seguro de sol. El tiempo es tremendamente hostil en esta película con la que aprendemos también a escuchar los silencios, silencios rotos por un sonido grave y telúrico que desemboca en el estallido del volcán Tajogaite, erupción que tiene también (o así lo quiero creer) un potente significado simbólico en una película que hay que ver con los ojos muy abiertos ya que detrás de una narración cinematográfica lenta y muy clásica (apenas, por no decir ninguno, hay movimientos de cámara) está planificada en planos que parecen cuadros en movimiento y por el que entran y salen sus tres protagonistas. La película representa fragmentos de una existencia que como la misma isla parece que no quiere despertar de su plácida ignorancia.

Si hay un protagonista en La hojarasca (las hojas que se caen de los árboles o la inútil frondosidad de algunos árboles y plantas) son las tres mujeres protagonistas. Tres hermanas que se interpretan a sí mismas con conmovedora sinceridad y a las que les pertenece este pequeño universo hecho cine que es La hojarasca. Una cinta con una plasticidad que transmite a veces congoja y casi emociona a medida que avanza la historia. La historia de tres hermanas que se encuentran para dividir la tierra que les ha tocado en herencia.

Basta mirar a los ojos, a los rostros que atraviesan las arrugas de la edad. La bondad que derraman las mayores hacia la pequeña del trío para aprobar el sincero y emocionado homenaje que hace la cineasta a tres mujeres especiales de su familia. Ellas encarnan la cultura del esfuerzo y el sacrificio que no solo caracteriza a la mujer canaria de cierta edad sino también a otras del mundo que han entregado su vida a servir a los demás porque como dice una de las hermanas, en eso consiste “quererse a rabiar”. Y en esta película las tres se quieren tanto que discuten y se ríen mientras el volcán escupe en el segundo tramo lava al aire, como si la tierra de pronto despertara y decidiera decirnos que nuestras pequeñas existencias son a sus ojos como las vidas de los insectos.

Agradezco una película que sabe a campo y que huele a campo. Que Macu Machín plantee además al espectador un desafío, como es el de invitarlo a entrar en una historia mínima que hace compleja el trío protagonista con sus miradas, sus conversaciones pero sobre todo sus silencios. Conmueve observar a la hermana pequeña escuchando en su dormitorio como las mayores murmuran de ella, y como una le explica a la otra el sacrificio que significa cambiarle los pañales porque no puede desenvolverse por sí sola. Esa mirada, esos ojos donde se mezclan sentimientos, ese rostro donde los cambios de expresión son hermosos matices, dicen más cosas que mil palabras juntas y pone de manifiesto que quien está detrás de la cámara sabe lo que hace. Que conoce esa historia porque la ha vivido en su propia sangre. Su madre y sus dos tías son las protagonistas de esta honesta y emocional carta de amor sin fisura a los suyos. Su reivindicación de tres mujeres sencillas y leales que, pese a las circunstancias, a los mosqueos familiares, se quieren a rabiar.

No es La hojarasca una película de fácil digestión ya que implica que el espectador haga un esfuerzo para meterse en ella. No es cine palomitero, ni cuenta una historia salpicada de acción. Es una película sobre tres mujeres solas pero sobre todo de dos de esas tres hermanas que aún pueden visitar la bodega y recoger la almendra. Las une la misma mirada resignada. Una mirada que eriza a veces la piel porque tengo en mi pasado una larga fila de mujeres que tuvieron esos mismos ojos que parecen paralizados en un pasado que no tuvo que ser sencillo. Quiero pensar que esta película es un canto a todas ellas además de una declaración de amor con todas sus letras a la familia y a la tradición que nos marca. Una mirada circular, porque la cinta está perfectamente cerrada, hay una llegada, un encuentro y una salida bajo la luz enrojecida de la lava del volcán que rompe la noche y cuya erupción da espesor a un relato aparentemente intrascendente y en el que aparentemente no ocurre nada. O casi nada.

Habrá que escribir en el futuro un estudio de la familia y su vinculación en el cine que hacen algunos cineastas canarios en Canarias. En el caso de Macu Machín su madre y sus tías y en el de David Pantaleón sus hermanos como actores protagonistas de la interesante Rendir los machos. La familia está también muy presente en Aitana, cortometraje que dirige Marina Alberti y que protagoniza junto a su madre, Aitana, para proponer una interesante reflexión sobre la pérdida de la memoria, y trabajo que se exhibió antes de La hojarasca en el preestreno que tuvo lugar el pasado jueves, 4 de julio, en los Multicines Price Prime, en la capital tinerfeña.

Es una pena, pienso mientras salgo de la sesión, que una película de este calado más visual que intelectual, desconcertante por su estilo sosegado, no vaya a encontrar en salas un público preparado para verla. Es una película canaria o mejor, una película con una mirada canaria teñida de sentimientos e intuición. También es una película arriesgada que parte el corazón, y de ambientación rural, de campos húmedos por el rocío de la mañana y un volcán al fondo que nos recuerda que no somos nada y por eso la urgencia de querernos. Aunque sea a rabiar como se dice en la película.

Otros espectadores ya se han dedicado a elogiarla e incluso calificarla con piropos que siempre son excesivos como el que publicó un periódico grancanario, pero al margen de estas manifestaciones excéntricas, La hojarasca con Matar cangrejos y Rendir los machos, entre otras producciones más o menos recientes, son una buena muestra de un cine canario que observa con mirada artística y ficcional –incluso si se trata de un filme que no es un documental aunque quiera parecerlo como es el caso de la película de Macu Machín– las distintas realidades de un archipiélago donde el hombre y la mujer terminan por confundirse con el paisaje y de paso hablar con franqueza y sin medidas tintas de lo que somos aunque no nos guste.

Así que mientras espero con interés el estreno de la todavía en proyecto próxima película de José Ángel Alayón sobre el mundo de la lucha canaria, comienzo a creer que de verdad existe un cine canario con todas sus letras. Un cine que, como su literatura, quiere merodear por las tripas de unas islas que necesitan con tanta urgencia productos culturales que enseñen a querernos a rabiar. Y no solo a su paisaje sino a quienes lo habitan.

Cuesta trabajo pero también es necesario. Y hoy más que nunca muy necesario.

Saludos, vimos, desde este lado del ordenador

Escribe una respuesta