Cerco de arena, la gran novela sobre Fuerteventura de Enrique Nácher

“Ocho días en Morro Jable empezaban a ser demasiados días. ¿Cuántos más harían falta para reunir el dinero del viaje? La verdad es que Pilar había girado a Zaragoza los ahorros de la travesía y no le quedaba un céntimo. Una rápida reflexión que apenas duró un momento”.

Cerco de arena, Enrique Nácher (Luis de Caralt, 1961)

No termino de entender las razones de que en estas tierras, las islas Canarias, hayan unos escritores que aún viven a través de sus libros gracias “al sistema” pero otros permanezcan aún olvidados, enterrados bajo las arenas del olvido. Alguien podría argumentar que se trata de una cuestión de calidad pero no estoy de acuerdo porque la calidad de algunos de estos autores olvidados es indiscutible. Y uno de estos escritores fue Enrique Nácher, médico grancanario de profesión y autor de dos novelas que he podido encontrar en librerías de viejo y en el cada días más acotado Rastro de la capital tinerfeña, gracias a uno de esos golpes de suerte que de tanto en tanto te regala la providencia.

Me pasó hace ya unos años, cuando encontré por casualidad la primera novela que leí de Nácher, Tongo, y que como anuncia el título se ambienta en el mundillo del boxeo español. Escribí a propósito una reseña en la que elogiaba la alta calidad de la obra pero lamentaba, teniendo en cuenta los años en que fue escrita y publicada, los 50, la moralina que empaña sus últimas páginas, aunque no le resta valor a una obra intensa y realista en torno a la vida de un boxeador y su relación con los demás. Con este libro, Nácher pasó además a formar parte de los poquísimos escritores españoles que tantearon en sus novelas el mundo del boxeo, un deporte que gozó de popularidad en unos años donde no estaba mal visto que dos contendientes se midieran a golpes deportivamente en el ring. Los tiempos han cambiado, es cierto, pero Tongo sigue disfrutando de una intensidad que no he descubierto en otras obras de temática pugilística que se han escrito en este país.

Hace apenas unas semanas cayó en mis manos otra novela de Enrique Nácher, Cerco de arena, que se desarrolla en la isla de Fuerteventura, concretamente en Morro Jable, probablemente a finales de los años 50 o inicio de los 60, aunque no queda claro porque el escritor no dice en ningún momento en qué año se desarrolla esta fantástica aventura. Y como novela de aventura que es, de iniciación de su joven protagonista, una joven y atractiva profesora aragonesa que se traslada a la más larga de las islas Canarias para dar clase en una población que “duerme su eternidad entre silencios del gran desierto en tanto las olas del mar rompen bajo las piedras negras”.

Pilar Rodríguez San Pedro, Pilar, que así se llama la protagonista, es recibida nada más llegar a la isla por las autoridades de Morro Jable, entre los que se encuentra un alemán que vive en una vieja mansión, el señor Kleber, un personaje que puede estar inspirado en Gustav Winter, aunque su pasado no es el de un espía nazi ni el de un as del contrabando. Pensar otra cosa, escribe Nácher, sería creer en “cuentos de fantasmas que ruedan por las islas sin fundamento alguno. Porque el señor Otto Kleber no es más que un hombre sencillo enamorado del sol”. También rodean a Pilar un sacerdote, don Cleto, y el alcalde, don Benigno, majorero que conoció mundo porque fue marino en su juventud. Pero si hay un gran protagonista en esta novela es la isla y más que la isla, la geografía herida y seca de Fuerteventura en unos años donde la escasez de agua y de alimentos eran el pan nuestro de cada día.

Lentamente, pero sin perder de vista la historia que nos va a contar, se narra el paulatino proceso de transformación que sufre la maestra, fascinada ante el paisaje por mucho que se resista a él.

Por momentos, Cerco de arena me recuerda a Stromboli (Roberto Rossellini, 1950), esa isla volcánica del Mediterráneo a la que llega Ingrid Bergman, probablemente porque la presencia de Pilar despierta en la población de Matas Blancas instintos parecidos.

En esta geografía que hoy ya no tiene nada que ver con la que refleja Nácher en su novela, se desarrolla un laberinto de pasiones y al mismo tiempo en Pilar un proceso de asimilación, salpimentado de amor y odio a la isla. Al inicio, no se sabe si será capaz de aguantar la presión de vivir en un sitio, en un lugar, tan opuesto al de su tierra natal.

Es precisamente la lucha que emprende entre lo que es y su empeño en formar parte de una sociedad cerrada como es en la que ahora vive, una de las claves de esta novela que además de rendir un amor sin concesiones a Fuerteventura, es un interesante estudio de personajes narrados bajo el prisma de un realismo poético que obliga, ese al menos fue nuestro caso, a seguir con los ojos puestos en el libro.

La edición que tuve la suerte de encontrar es de Caralt y data de febrero de 1961. El libro no llega a las doscientas páginas en una letra algo menuda, pero son páginas en las que suceden muchas cosas aunque aparentemente no pase nada. Atención a la galería de secundarios que aparecen y cuyo carácter ha sido forjado por una tierra requemada por el sol.

Porque si hay un personaje en esta novela ese personaje es, reitero, la isla, Fuerteventura, un territorio que ahoga, molesto e incómodo. Muy sediento pero también una geografía que ofrece la oportunidad de ser otra persona. De reiventarse.

Enrique Nácher describe este proceso y cómo el paisaje termina por formar parte de la protagonista con descripciones en ocasiones muy líricas. Luego está el sol. Y sol hay mucho en esta novela pero agua potable por desgracia muy poca. De África viene, además, una plaga de langosta en la que “la gente indefensa corría asustada de un lado a otro cerrando puertas y ventanas”, y también nubes de polvo sahariano. La calima, esa niebla terrosa que no deja ver ni respirar.

Si gustan de las historias bien contadas y de cómo una isla como Fuerteventura te hace suyo para siempre, recomendaría que se acercaran a esta novela. Es buena literatura, a mi juicio. Y como tal, no se entiende que Nácher siga siendo un perfecto desconocido entre sus paisanos. De hecho, debería de figurar en los manuales de una literatura canaria que no termina de conocer su pasado.

“Tal vez sienta usté una miajita de desencanto. Pero tenga calma y verá. Esta tierra es güena. Se le mete a uno en la sangre y lueguito no le deja dir”.

Saludos, qué paciencia hay que tener, desde este lado del ordenador

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