Una Feria del Libro con aroma a pis de gato

La Feria del Libro, esa feria que uno ya no sabe si es de La Laguna o Tenerife porque se la llevaron de Santa Cruz hace ya unos años, se encuentra ubicada en la plaza del Cristo, lo que evita las estrecheces de ediciones pasadas y que todo parezca mejor dispuesto, probablemente porque hay algo más de dinero.

La Feria coincide además con otras ferias que poco o nada tienen que ver con el libro (mientras en la capital tinerfeña coincide con la de flores y plantas, artesanía y lo que dispongo la autoridad municipal), aquí en la de La Laguna se ha apostado por otro tipo de acompañamiento, y está bien eso de sumar casetas no solo de librerías sino también de editores en un espacio diáfano (es un decir), amplio y por el que circula el aire, así como las que acogen las presentaciones, entrevistas y lo que los dioses manden.

Estos elementos, además de una entrada cuqui y cierto aire pijín se venden como un lavado de cara de un encuentro con los libros que ni con el ornato disfraza las profundas escaseces que la devora por dentro.

Subo la mañana de este viernes a La Laguna porque participo en una mesa dedicada a Festivales Literarios en Canarias. Somos ocho por lo que el acto se divide en dos tandas. Cuatro primeros y cuatro segundos. Son las 10,30, así que uno agradece que salvo los que estamos en la mesa haya como dos o tres interesados entre el público. El resto son gente de la organización que están ahí para hacer bulto (entre ellos el consejero de Cultura, José Carlos Acha y un funcionario al que parece que han desinflado).

Sobre las 11 el sol comienza a cascar del carajo. Antes me han caído encima unas gotas de agua del techo de lona, pero no llueve así que espero que alguien me explique este fenómeno extraño porque a medida que hablamos me fijo en las gotas que se estampan contra la mesita donde están las botellitas de agua para los intervinientes. Mientras, espanto a las moscas con la mano cuando me llega un hedor a la nariz que me hace pensar si he hecho bien en cambiar de desodorante.

Esta circunstancia, la peste que olfateo y que pienso puede salir de mi cuerpo (junto a las gotas que caen del techo y las putas moscas) me hacen pensar si todo aquello lo ha organizado el Cabildo para torturar a sus invitados porque el acto lo organiza el Cabildo aunque no tengo muy claro si se trata de la carpa –Rincón isleño, creo recordar que se llama– que iba a tener el Cabildo de su propiedad o es otra cosa. Tampoco sé si aún le dura el cabreo a los de la Asociación de Libreros porque el Cabildo no ha aportado un solo euro a lo que debe ser la fiesta de los libros, aunque organiza un programa de actividades que parece diseñado por su peor enemigo. Por otro lado, sospecho que los organizadores de la Feria aprovecharon la ocasión para vengarse, ubicando el programita cabildicio a la más incómoda de las carpas, esa que gotea, está llena de moscas y encima apesta.

No sé si será porque el Mercado lo tengo al lado, o por el puto sol y el puto calor pero el hedor resulta insoportable.

Cuando finaliza la mesa redonda le pregunto a uno de la organización que por qué huele tan mal ahí dentro y si la carpa se ha instalado encima de una alcantarilla cuando compruebo satisfecho que la peste no sale de mis axilas aunque el sudor haya dejado dos cercos bastante grandes en la camiseta. Pero me reiteran que no, que el mal olor no procede de una alcantarilla.

¿Son fantasías mías?, pregunto. No, no son fantasías mías me responden. El hedor sale de la moqueta de césped artificial que hay dispuesta en el suelo. Al parecer –me comentan– las alfombras están guardadas en un almacén donde los gatos que por allí merodean aprovechan para mear encima de ellas.

En fin, descubro así que la peste es de pis de gato, un pestífero y desagradable pis de gato rancio, lo que significa para una nariz tan delicada como la mía que me entren arcadas. De hecho, y a lo largo de la mesa redonda, tuve que beber bastante agua para evitar que los restos del desayuno salieran como una cascada de la boca.

Respiro cuando estamos fuera, me tomo un cortado y unos vasitos de agua con gas, y aprovecho para dar una vuelta con más calma por la plaza del Cristo sin comprar nada. Si que logro que David Cabrera, me dedique su nueva novela: El juego de caer y tras declinar la invitación de almorzar con los participantes de la mesa, callejeo por La Laguna sonándome la nariz para despejar el mal olor que parece adherido a mi ropa, bastante pegajosa por el calor. Quedo con un amigo y su mujer y nos tomamos unas cañas en el Tocuyo, un clásico lagunero, y unos vinos en el Óscar Domínguez.

De la Feria poquito más. No termino de entender qué placer tiene eso de ir de una caseta a otra viendo la misma oferta de libros pero llevan así desde los tiempos de María Castaña. Cambia el escenario, sí, pero todo sigue igual. Solo que ahora, en el Cristo, parece más grande. Hablo con varios libreros y uno me dice que ayer, jueves, no vendió nada. Imagino que la cosa cambie este fin de semana si no diluvia sobre La Laguna.

Deambulado por esa Aguere que no es lo que una vez fue, capital cultural de la isla, me cuentan como un éxito la de colas que se formaron para ver a unos youtubers que yo no invitaría a mi casa y aguanto con cierto estoicismo cómo el idiota de turno se alegra de ver a tanto pibe haciendo fila para conocer a su ídolo o a su ídola.

Y me entra la congoja. Primero porque el espacio natural de nuestra Feria del Libro es el parque García Sanabria, Y nótese que digo nuestra porque no es de ellos sino de todos nosotros, los que amamos los libros. Segundo, porque pese a que se haya querido magnificar el espacio, si uno se da una vuelta comprobará que eso ya lo vio ayer. De hecho, los escritores locales que firman en las casetas de las librerías son los mismos de hace uno, dos, tres años. Solo faltó el del casco obrero, pero igual estaba y no me di cuenta. Respecto a los de afuera, tanto Sabina Urraca como Santiago Díaz publican en Alfagura (ya podrían haber invitado a Paco Cerdá, el autor de Presentes, que edita en el mismo sello, pero naranjas de la China) y a alguno/a más pero ná de ná. Pa’qué.

Todo bastante triste. Como siempre, y esa sensación de quiero pero no puedo que ensombrece una Feria que no tuvo que celebrarse jamás en octubre y mucho menos en La Laguna. Su espacio, ya dije, es el García Sanabria.

Me alejo con paso laaargo. Y encima ese sol que casca sin piedad y ese calor que parece una condena. Y ese olor a pis de gato que no se me va de la nariz.

La Feria del Libro, dicen.

Saludos, es lo que vimos, desde este lado del ordenador

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