El Rastro se nos muere
Paseo la mañana de un domingo encapotado, con nubes que amenazan una lluvia que al final no cae, por lo que queda del Rastro de la capital tinerfeña con una extraña sensación golpeándome por dentro y por fuera.
Después del confinamiento y del hacinamiento del Rastro en los aparcamientos que están delante de Hacienda y ahora constreñido en el espacio que fue su ecosistema en los últimos años, los alrededores del Mercado Nuestra Señora de África, regreso al Rastro con un agujero más en el alma.
Y es que me entra la pena, porque lo que recorro hoy no tiene nada que ver con lo que recorrí ayer. Hace apenas unos domingos, antes del anuncio de la prohibición y de la maratón. Es decir, tras el aviso de que se traslada a la zona de aparcamientos tras la noche de Reyes por ordeno y mando municipal.
Si es usted usuario habitual del Rastro, uno de esos que no suele fallar a la cita dominical y ya conoce incluso algunos de los que llevan los puestos, sean estos legales o ilegales, se habrá dado cuenta que el Rastro de este domingo fue otra cosa aunque el Rastro ya no fuera el de antes, el de antes del confinamiento, aquel en el que perfectamente podías perder dos o tres horas de tu valiosa existencia explorando como Stanley los puestos, muchos de ellos sin licencia municipal. Los mejores, probablemente, por la mercancía y la certeza de que ahí el espontáneo vendía un domingo para no regresar al siguiente.
La policía local dice en el famoso informe (informe que me gustaría leer con atención cuando sepa donde se encuentra) que el Ayuntamiento tomó la decisión de cambiar de sitio el Rastro por encontronazos entre los que tienen sus papeles en regla para la venta ambulante y los que no, pero cuando se lo pregunto a uno de los que tiene papeles si esto es verdad me dice que nunca tuvo problemas. Que eso es un cuento y no chino precisamente. Es más, el tipo que tiene muchas ganas de quejarse, dice que cuando llegó a primeras horas de la mañana a la zona para colocar sus cosas le costó un riñón y la mitad del otro acceder al recinto por la fuerte presencia de la Policía Local. Aquello parecía un puesto de frontera, me comenta el que probablemente sea uno de los más veteranos vendedores del Rastro de la capital tinerfeña. Persona que se lamenta también de que no le dejen ampliar su kiosco al de al lado, que ahora está vacío, porque así lo ordena y manda la autoridad.
Si hay algo que define el lamentable espectáculo del Rastro mañanero de este domingo que ya se nos fue, es el de constatar una fuerte e insólita presencia policial que llamaba la atención de todo el mundo. ¿Pero es que no tienen algo mejor que hacer?, se preguntaba una señora que veía a los gañanes a un lado y al otro del paseo. Buena pregunta, pensé, pero cualquiera se la plantea a esos chicos vestidos de azul que por un día se creen la autoridad. La de dejarlo a usted pasar porque tiene los papeles en regla y al otro váyase al carajo porque no tiene nada que justifique su venta ambulante.
Aquello parecía una película. Una película de nazis. Ya saben, los SS patrullando entre medio de civiles que bajan la cabeza asumiendo su destino.
La nota de color en esa mañana nublada pero tremendamente calurosa la ponía un ejército de turistas italianos en su mayoría, que parecían sacados de un crucero, supongo. De hecho, una italiana bonita compró dos libros en castellano delante de mis ojos asombrada por el precio. Dos euros por los dos. ¿Dos? Pregunta sin que se lo crea y en un español nunca mejor dicho macarrónico.
Dos, le responde el vendedor que sí tiene licencia.
La italiana me mira y le indico dos con los dedos de la mano.
“En Italia pagaría diez euros”, responde la mujer que está algo nerviosa, como si estuviera cometiendo un delito. Será por el ejército de policías locales que hay desplegado por el Rastro de la capital tinerfeña.
Dos euros.
La sensación de tristeza no desaparece en este paseo por el Rastro de Santa Cruz de Tenerife, que volverá los domingos próximos hasta la noche de Reyes. Después, castigado a la explanada que está frente al edificio de Hacienda. Esa donde si hace sol te achicharras y si llueves te mojas y empapas. Que así de sabías son las decisiones del Ayuntamiento de la capitá, y que descansan en el señó alcarde de la ciudad.
Sigo el camino. Y cuento como a una veintena de policías locales vigilando (¿vigilando qué?) la zona. La mayoría en grupos de cinco aunque también van por parejas o solos, como el que está frente al arco de la puerta del Mercado de Nuestra Señora de África. Los quiero imaginar olfateando el aire como perros de presa a la busca y captura de un ambulante ilegal al que crujir a base de multas.
La atmósfera que se respira en el Rastro no es bélica pero tampoco pacífica. Los vendedores se quejan. Escucho a una que concluye que si vuelve a casa con diez euros se sentirá satisfecha. Diez euros, toda una fortuna pensará el responsable de esta lamentable medida, el concejal de Servicios Públicos, el popular Carlos Tarife; y el alcarde, el nacionalista (es un decir), José Manuel Bermúdez. El aire que se respira ahora en el Rastro se ha vuelto como de tristeza resignada. Mientras, un gitano vocea que bienvenido sea el alcalde de…
Y pienso si por ahí no estará Bermúdez pero no, el gitano bromea y dice bienvenido sea el alcalde de Málaga, y de Benalmádena… El mensaje llama la atención de una pareja de la policía local que pasea arriba y abajo. Como si quisiera decir que algo hacen además de joderles el negocio a los ambulantes. Vendedores sin apenas nada en los bolsillos a los que la autoridad pisotea una vez más donde más duele: el orgullo.
En fin, que saco fotos de un Rastro que agoniza entre tanto policía local, tanto vendedor ambulante que se nos va a casa sin apenas ganar un puñadito de euros, preguntándome cuándo podré leer el famoso informe que, dicen, realizaron en su día los agentes de la policía municipal para justificar el cierre y futuro traslado del Rastro de mi ciudad. Un rastro que con el paso del tiempo se había convertido en una de las señas de la capital tinerfeña (al margen del 25 de julio y el puto carnaval) aunque por su carácter popular al final Tarife y Bermúdez, como los del dúo Sacapuntas, decidieron su traslado para después de la noche de Reyes… Y el alivio de los vecinos de la zona.
¿Y en Reyes quién de ustedes va abrir el kiosco? Le pregunto al mismo veterano con papeles. Y me mira con ojos vidriados, como si no me viera delante, casi como si observara un futuro que desconozco en una ciudad que no quiere a pobres ni a locos por sus calles porque lo de los locos es otra de las batallas contra las que lucha este Ayuntamiento que un día dice una cosa y al siguiente hace otra. Mientras tanto, Santa Cruz de Tenerife está más sucia que nunca y se entierra entre montañas de basura, esté o no esté Tarife vigilando, y persigue a los que intentan salir adelante vendiendo cachivaches o a los orates que gritan rambla de Pulido arriba y abajo. Grito, el de los locos, que me parece una metáfora perfecta de esta ciudad a la que tanto quiero pero con la que a veces no puedo.
Como cantó el pelirrojo: Santa Cruz muere en soledad.
Saludos, el enfermo se nos muere, desde este lado del ordenador