Alberto Vázquez Figueroa: “Soy un contador de historias, no un escritor”

Viajero, periodista, contador de historias más que escritor, la literatura de Alberto Vázquez-Figueroa (Santa Cruz de Tenerife, 1936) renovó la novela de aventuras no solo en España sino más allá de sus fronteras, y sigue al pie del cañón después de cumplir el pasado 11 de octubre 88 años de edad. Su bibliografía cuenta con más de un centenar de libros en los que hay grandes y muy malas obras pero, como le gusta insistir, no es un escritor sino un contador de historias.

Alberto Vázquez-Figueroa presenta estos días 1622. El barco de las ratas (Herques, 2024), un relato basado en una historia real incluido en un libro que incorpora además de la novela, un trabajo de investigación sobre aquel fatídico suceso que firman Daniel García Pulido, Manuel Lorenzo Arrocha y Juan Francisco Delgado Gómez.

- ¿Fue un encargo escribir 1622. El barco de las ratas?

“No fue un encargo sino una invitación de un editor y amigo que me habló de esta historia bastante desconocida y que tenía tanto que ver con Canarias, porque el barco pasó por Canarias, el capitán era canario y varios de sus tripulantes también. Y me gustó la idea y le dije ¿por qué no? He escrito varias novelas sobre Canarias como Cienfuegos, Fuerteventura, Yaiza aunque para El barco de las ratas me costó bastante trabajo encontrar datos históricos. El texto original en el que se basa la novela está escrito en castellano antiguo por un fraile, Antonio Vázquez de Espinosa, que, curiosamente, tiene mi mismo apellido, así que consideré que había que darle literatura y narrar algo con aquellas ratas que son unos animales que a la mayoría de los seres humanos nos repugna. Así que imaginarme un barco lleno de ratas que se comían a los gatos y a los papagayos que traían de América, y que casi lo hacen con la tripulación me pareció interesante y estoy muy contento con el resultado final a pesar de que casi nunca estoy contento con casi ninguno de mis libros”.

- ¿Por qué?

“Porque muchos son muy malos”.

- ¿Tan malos?

“Algunos son muy malos. Los escribes, pasa el tiempo, los lees y pienso “coño, qué malo es esto”. He escrito más de un centenar de libros, y de ese centenar hay un 10 por ciento que están bien y dos o tres que son francamente buenos. Me pasa lo mismo con las películas. He escrito varias y unas salen bien y otras mal. En la vida te pasa lo mismo, si todo te saliera bien, serías como Dios aunque a Dios el ser humano le salió bastante mal”.

- ¿De cuáles de sus libros se siente más satisfecho?

“El que tuvo más éxito fue Tuareg aunque a Ébano y a Yaiza les fue bien también. Otros son muy buenos, con títulos que juegan en primera división y otros tan malos que lo hacen en tercera regional. Tengo unos diez o quince libros que pueden jugar en esa categoría pero unos cuatro o cinco que sí que juegan en primera”.

- A mi El perro me parece una novela de primera división.

“Esa también. Le tengo mucho cariño porque la escribí en un fin de semana. Se me ocurrió la idea un viernes, estaba harto de leer que el perro es el mejor amigo del hombre y pensé ¿y si un perro y una persona se odian?, y el lunes ya la tenía terminada. Se han hecho dos películas de la novela. Una está bien pero la otra es muy mala”.

- La mala se tituló Rottweiller.

“Me he negado a verla, me advirtieron que no lo hiciera porque me iba a poner de mal humor. Han convertido al perro en algo así como una criatura de Mecánica Popular, con sus tuercas y tornillos. No he visto muchas de las películas en las que se basan mis libros para no llevarme un disgusto. Me pasa lo mismo que con las novelas. El que presume que todo le sale bien está completamente equivocado”.

- ¿Le ha sido difícil escribir 1622. El barco de las ratas?

“Tuve problemas porque había que investigar mucho aunque conté con la ayuda de varios expertos que saben de historia y ellos me facilitaron los datos. En la novela aparece de donde viene vete para el carajo. En aquella época cuando alguien cometía un error lo mandaban al carajo, que era una cesta en lo alto del palo mayor donde se colocaba el vigía y en la que uno lo pasaba muy mal porque el barco se mueve constantemente. De ahí viene esa expresión”.

- En la novela aparecen personajes que existieron realmente.

“Antonio Vázquez de Espinosa existió realmente. Bartolo es su criado, más bruto que un arado y poco educado pero tiene una inteligencia natural que le permite ver muchas cosas y es un personaje clave en la novela, una novela que ve ese mundo desde distintos puntos: la mirada del fraile, la de Bartolo, la del capitán, un hombre inteligente y capacitado…”

- ¿Usted ya conocía lo que le pasó a esa flota en 1622?

“Había oído algo porque siempre investigas cosas y sabía que había pasado por el puerto de Tenerife y que el capitán en el viaje de ida era tinerfeño porque el de regreso fue otro, así que cuando me empezaron a dar más información me fue gustando la idea y como hay que escribir sobre ideas que te gusten, ahí está la novela. Además, el mundo del mar me encanta. Si me hubieran propuesto escribir sobre alpinismo, hubiera dicho que no porque las alturas no son lo mío. Lo malo no es llegar arriba sino bajar. Admiro a los montañeros”.

- ¿Echa de menos aquellos viajes?

“Claro y aquella edad y la capacidad de ir a cualquier parte. Me decían vamos cualquier sitio y al día siguiente me ponía en marcha. Durante muchos años fui corresponsal de guerra para la revista Destino y el periódico La Vanguardia y más tarde para Televisión Española así que cuando me decían tienes que ir a Bolivia, iba a Bolivia aunque el viaje era espantoso porque salías de Madrid, que está a una altura normal, hacías escala en Perú y aterrizabas en El Alto La Paz, que es un aeropuerto que está a unos cuatro mil metros sobre el nivel del mar y no te llega el oxígeno, tanto, que un compañero mío se quedó ahí muerto. Luego bajas a un valle que está a unos seiscientos o setecientos metros. Me costó subir los cuatro escalones para llegar al mostrador del hotel, que se llamaba Copacabana, porque me faltaba el aire y más tarde mascabas hojas de coca y salías a la calle a fotografiar tipos que se estaban pegando tiros. Bolivia tiene otra parte de selva que es muy bonita pero subir hasta La Paz con aquella altura era un infierno”.

- Conoce la selva, el desierto, el mar…, ¿dónde ha sido más feliz?

“No lo sé, en el desierto fui muy feliz. Llegué allí porque tras la muerte de mis padres me enviaron con unos tíos míos que vivían en el desierto. Más tarde, cuando regresé, conseguí ser submarinista en el buque-escuela Cruz del Sur donde también fui feliz y luego me vine para estudiar Periodismo hasta que el 15 de enero de 1959, y al atardecer, se presentaron dos policías de la Secreta preguntando por mi, y yo estaba acojonado, pero me dijeron que no me preocupara. Se había rebosado una presa, aunque en verdad se reventó, en el lago Sanabria y se calculaba que unas doscientas personas estaban muertas y en el fondo del lago, y como era el único buceador de escafandra, me dijeron que reuniera un grupo de buceadores autónomos para recuperar los cadáveres. Y como conocía a todos, me puse a llamarlos y empezaron a llegar de todos sitios y salimos en aquellas guaguas de la policía que llamaban lecheras escoltados por motoristas que abrían el camino. Llegamos a la zona del siniestro al amanecer del día siguiente y aquello era un desastre, solo estaba en pie parte de la iglesia y un Belén en el que quedaba la figura del rey Baltasar. El agua estaba llena de barro y muy fría y me correspondió como jefe del grupo hacer la primera inmersión con aquellos trajes que entones eran malísimos. Y comenzamos a sacar cadáveres, ninguno completo. La Guardia Civil puso unas lanchas con calderos de agua caliente porque, cuando salíamos de bucear, teníamos que meter las manos para recuperarnos un poco. Estuvimos unos diez o doce días, hasta que le dije al general de la Guardia Civil que no íbamos a sacar nada más, y que lo que podía pasar es que si seguíamos así, cualquiera del grupo iba a morir y se cerró la operación. Es uno de los momentos más desagradables que he vivido. Tenía entonces 22 años”.

– Ha sido también corresponsal de guerra.

“Las guerra son unas más crueles que otras pero yo estaba bregado y vas a cubrir conflictos porque quieres. Si no quieres, se lo dices al director y no vas, vas en todo caso a informar de un partido de fútbol. Pero si eres corresponsal de guerra dices sí. Poco a poco te vas acostumbrando a las guerras, y en algunas lo pasas mejor y en otras peor. Fueron muchos años”.

- Los corresponsales de guerra están hechos de otra pasta.

“Tienen que estarlo. Nadie te obliga a ir. Era muy joven y fardaba de eso aunque llega un momento en el que te cansas. Cuando más tiempo estás se hace más duro, es un oficio. Existe la leyenda que los corresponsales de guerra son unos crápulas pero si lo eres no duras mucho en una guerra. Tienes que saber lo que tienes que hacer y la clase de guerra en la que estás”.

- Creo que está trabajando en una nueva novela.

“Se llama Viva Palestina”.

- ¿Conoce la zona?

“Sí, he estado mucho. La novela me va a buscar muchos problemas con los judíos pero me parece que allí se están cometiendo barbaridades demasiado grandes. Netanyahu se considera el sucesor de Herodes el grande”.

- Algunas de sus obra están muy pegadas a la actualidad, ahora es Gaza…. No pierde contacto con la realida
d.
“Yo escribí una novela, Matar a Gaddafi, cuando estaba vivo y se publicó y no pasó nada aunque el miedo a la espera de una respuesta no me lo quitó nadie. Cuando Televisión Española me envió a la guerra del Chad, tuve que pasar vía Roma a Tripoli, y aproveché la escala para entrevistarlo, acababa de llegar al poder tras derrocar al rey Idris y me pareció un tipo encantador, que hablaba mucho del pueblo, pero a los tres años se convirtió en un salvaje y eso que me cayó bien al principio. Con las mujeres me pasa algo parecido: son mi perdición pero también mi bendición”.

- ¿Se considera escritor?

“Soy un contador de historias, no soy escritor. Mi literatura es muy simple pero, claro, para ser un contador de historias tienes que tener historias que contar”.

- ¿Que sus novelas sean relativamente cortas es una facultad que hereda de su pasado como periodista?

“No puedes atrapar al lector en cuatrocientas páginas pero sí en doscientas. No puedes tener a alguien haciendo algo demasiado tiempo. Cuando escribo, yo mismo soy el que me aburro y mato a los personajes porque están fastidiando demasiado. En mi novela de mayor éxito, Tuareg, maté al protagonista en la última página porque no sabía qué hacer con él. Era un héroe demasiado heroico así que decidí matarlo y el éxito de la novela fue que el tuareg muere porque si no lo hace, hubiera sido una novela de aventuras más y muchísimo menor el impacto que sintieron los lectores, que fue grande. Si lo hubiera dejado vivir sería un personaje más”.

- Escribió varias continuaciones.

“Sí, pero no son tan buenas como Tuareg”.

- ¿Cuándo escribe sabe como va a terminar la novela?

“Nunca sé lo que va a pasar en la página siguiente, si lo supiera no la escribiría”.

- 1622. El barco de las ratas es una novela histórica.

“He escrito varias novelas históricas, y unas me han salido bien y otras peor, el tiempo dirá, pero me gusta como ha quedado ésta, me parece que cuento cosas interesantes porque detrás hay un equipo que ha hecho un gran trabajo de investigación. Lo que hice fue darle un sentido de relevancia novelística a una historia que además es histórica”.

- ¿Qué escritores lo marcaron?

“Actualmente leo poco y debería de leer más, pero la literatura actual no me cuenta lo que quiero saber. Emilio Salgari y Julio Verne fueron algunos de mis héroes, me crié en el desierto del Sahara y lo único que tenía eran las novelas de mi tío, que fueron las que me formaron y mostraron otras tierras, culturas y civilizaciones que años después, mucho más tarde, pude conocer” .

LE TENGO MIEDO A LOS AEROPUERTOS

Alberto Vázquez-Figueroa cuenta con más de un centenar de libros, algunos de ellos se desarrollan en Canarias, que es “la tierra donde nací”. De hecho, durante tiempo residió a caballo entre Lanzarote y Madrid aunque últimamente ya no viaja porque “no me gustan los aeropuertos. Te quitan la botella de agua, el cinturón para que se te caigan los pantalones… No le tengo miedo a viajar, le tengo miedo a los aeropuertos”. Autor de novelas como Tuareg o El perro, presenta ahora 1622. El barco de las ratas.

Saludos, es Navidad, desde este lado del ordenador

Escribe una respuesta