La huésped de la casa amarilla, una novela de Jorge Laguna
Si me pongo a investigar en títulos en los que se aborde la II Guerra Mundial en Canarias los trabajos aún siguen siendo escasos. Y mucho más si me esfuerzo en mencionar algunas novelas. Sí, ahí está Fuerteventura, de Alberto Vázquez Figueroa; La paciencia del peregrino y El águila de San Juan, de Daniel Pérez Estévez y Francisco Estupiñán, respectivamente; El fantasma de villa Winter, de Isabel Blackthorn y El tesoro Van der Does, de Eduardo Reguera, El último nazi, de Jorge Rojas y ahora La huésped de la casa amarilla (Suma, 2024), de Jorge Laguna.
Es probable que haya algún título más pero que ahora se nos escapa mientras redactamos este comentario a propósito de la publicación de la más reciente novela que se ha escrito sobre cómo afectó al archipiélago aquel periodo tan brutal de la Historia, y en el que Canarias jugó un protagonismo muy menor aunque protagónico en un conflicto que cambió no solo el mapa de Europa sino también el de África y Asia.
El título de la novela de Jorge Laguna hace referencia a una casa que existió en verdad, solo que ahora se encuentra en ruinas en el Puerto de la Cruz. La Casa Amarilla fue la sede “del primer centro de estudios primatológicos de la historia, al haber acogido entre los años 1913 y 1918 la Estación de Antropoides de Tenerife, promovida por la Academia Prusiana de Ciencias de Berlín y dirigida principalmente por el célebre psicólogo alemán Wolfgang Köhler, uno de los principales teóricos de la psicología de la Gestalt”, informa la Wikipedia y en esa misma casa y de ese mismo estudio bebe una de las fuentes que ha inspirado la novela de Jorge Laguna. Una novela en la que se cruzan libremente varios géneros, entre otros, el de espionaje y el romántico, aunque algún lector podrá llevarse una sorpresa. Grata en muchos de los casos si deja los prejuicios a un lado.
La protagonista de la historia se llama Tamara, una tinerfeña de condición muy humilde que entra a trabajar en un hotel que se encuentra en una inmensa finca rodeada de plataneras y en la que también se encuentra la Casa Amarilla que da nombre al libro y que existió en la realidad, como se dijo anteriormente. Será allí, precisamente, donde Tamara conozca a Erika Hoffman, una científica alemana que necesita de una asistente personal. Erika es una nazi convencida, la novela se desarrolla en 1940, lo que le permite al escritor describir las relaciones que en aquellos años mantuvieron las comunidades inglesas y alemanas que residían y convivían en Canarias, territorio no beligerante.
También da paso al autor para fantasear sobre posibles bases de aprovisionamiento de submarinos nazis en la isla. Submarimos que se convirtieron en manadas de lobos durante la II Guerra Mundial, así como en un lugar en el que pudieran descansar las tripulaciones de los U-Boat con la connivencia de las autoridades franquistas, que miraban a otro lado.
Al margen de las licencias históricas que se toma el escritor para describir aquella situación (¿pero que novela histórica no se toma licencias?), La huésped de la casa a amarilla se sigue más o menos bien, siempre y cuándo se perdonen algunos deslices que se cuelan en sus páginas, pero si se aceptan las reglas del juego que propone desde el inicio Jorge Laguna, lo que parece extraño y en ocasiones producto de la fantasía que de la realidad, se van a encontrar con una historia que se lee sin complicaciones, y que va hacia adelante sin importarle demasiado lo que deja detrás. El escritor presenta Canarias como una geografía repleta de espías y un territorio en el que alemanes e ingleses viven en una paz tensa.
Son estas tensiones las que marcan las relaciones de alemanes y británicos en la isla, lo mejor de una novela que si tiene algún pero es intentar abarcar demasiadas cosas en sus casi quinientas páginas, páginas que están estructuradas en cinco partes que llevan los títulos de La hacienda Finley, El futuro de la humanidad, La tierra prometida, La idílica colonia alemana y El terror.
Llama la atención el retrato que hace de la comunidad alemana en Tenerife, formada por nazis de corazón y de espíritu, que reciben con los brazos abiertos a Tamara, tinerfeña de cabello rubio, ya que parece que sus rasgos coinciden con los que propugnan las investigaciones nazis en busca de los orígenes de la raza aria, y que son los que desarrolla Erika en la isla mientras se desencadena el infierno bélico en media parte del planeta.
La mirada que propone Jorge Laguna de británicos como de alemanes es singular. La comunidad británica que retrata no es nada amable. Martin Finley, el multimillonario que posee una de las fincas más grandes de la isla, amasó su fortuna mientras compraba terrenos a muy bajos precios a sus antiguos propietarios canarios. Martin Finley es además muy mal padre y esposo. Su mujer, Dyva es de origen hindú, un personaje que se ve incapaz de que su marido deje de presionar a su único y pusilánime hijo, Jerome, al que quiere convertir en campeón de tenis. Jerome está enamorado de Tamara, y ésta le corresponde aunque su amor está condenado al fracaso. De hecho, y a medida que se avanza en el relato, Tamara descubrirá su sexualidad y hacia donde se escoran sus sentimientos.
Como ya hiciera el autor en El secreto de la indiana, separa con absoluta claridad quienes son los buenos y quienes los malos en la novela. Y los malos, los alemanes, no resultan tan malos. En todo caso y al margen de discursos políticos, lo que le interesa a Jorge Laguna son los personajes y lo que motivan sus acciones.
Saludos, por algún lado, desde este lado del ordenador