Muerto el viejo se acabó la rabia, una novela de Guillermo Alemán

“Nunca había matado a nadie. Y supongo que te sorprenderá que esté así, tranquilo. A mí también. No lo sé, puede que el hecho de que fuese en defensa propia, él o yo, me nuble la percepción de todo lo que me enseñaron: no matarás. Pero aquí estoy, sin nada que me distraiga de mi imagen frente al espejo, sin un pensamiento ni un sueño”.

Muerto el viejo se acabó la rabia.- Guillermo Alemán, Fatiga Books, 2024)

Muerto el viejo se acabó la rabia
se publicó a finales del año pasado así que inicia en 2025 su verdadero recorrido. Un recorrido que espero obtenga la respuesta que se merece su autor, Guillermo Alemán, ya que se aprecia en esta novela cómo ha ido evolucionando el estilo y las formas como escritor, apenas en ciernes cuando puso en circulación El fantasma del viejo arlequín, más consolidado tras Paté de Foie, un relato negro criminal; la fantástica LaLa Z, en la que mezclaba con notables resultados la novela policíaca con la de terror para armar una explosiva parodia de nosotros mismos que discurre entre una La Laguna y un Santa Cruz al borde del colapso y en un escenario a lo fin del mundo y ahora Muerto el viejo se acabó la rabia, que se trata de una novela negra, muy negra y criminal, narrada con una sencillez que desarma y en la que sobrevuela –ya lo dice sin decirlo desde la cita que encabeza la novela– la literatura de Jim Thompson, un escritor forjado en colecciones de novelas de kiosco y uno de los indiscutibles maestros del género. Y cuando se escribe maestro, se refiere a la influencia que despliega todavía su obra en muchos escritores y escritoras.

En este aspecto, que la novela de Guillermo Alemán evoque las entendederas literarias de Thompson suman más que restan porque si algo recoge del espíritu del autor de El asesino dentro de mi es la mirada que tiene de su alrededor y de sí mismo el protagonista de la novela, Moisés, Moi para amigos y enemigos. Un tipo que vive tirado en la calle y que se gana la vida, cuando se la gana, gracias a los trabajillos que le encarga El Viejo, un personaje turbio, el mandamás de esta especie de corte de los milagros en la que se hace toda clase de negocios en una ciudad que nunca se reconoce pero en la que transita un tranvía y tiene auditorio.

Moi, que tiene serios problemas con el alcohol y el tabaco, sale ileso de un intento de asesinato en el que no tenía que salir ileso sino muerto y emprende una investigación para descubrir quién demonios quiso enviarlo al otro barrio sin preguntarle. De paso, iremos conociendo un poco el universo en el que se mueve, aunque Guillermo Alemán no da suficiente pistas, deja al lector que llene los huecos necesarios para que se haga una idea –si así lo precisa– de la geografía urbana en la que se mueve, y que en mi imaginario recreo nocturna porque pese al tono guasón con el que está escrita, con la ironía con la que Moi nos va contando la historia, Muerto el viejo se acabó la rabia es una novela muy amarga.

Moisés, Moi, resulta en este sentido un antihéroe que no se arrepiente de serlo. De hecho, incluso cuando lo vemos en lo más bajo (se mea en los pantalones, no deja de fumar y beber porque huye de algo, yo diría que de sí mismo) no es autocomplaciente sino todo lo contrario.
La credibilidad del personaje se da porque su creador no se regodea en la descripción de su caída, y es que según parece a Moi ya no le sorprende casi nada.

Por el camino se irá encontrando con personajes de toda condición, algunos tan fascinantes como El Gitano, y otros que casi pertenecen a otro universo como son las mujeres, en la novela bellísimas pero inalcanzables. También personajes a los que no le tiemblan el pulso.
Bajo el disfraz de la novela negra y criminal, Guillermo Alemán se sirve del género para hablar de otras cosas. Y entre esas cosas una que me parece fundamental como es la muerte del padre. O más que del padre, de algo así como de un guía. Si leen el libro lo entenderán. Como se dijo, Moi no es un héroe sino todo lo contrario, que eclosiona en un final con sorpresa que para mi tiene indiscutible aliento poético.

La novela tiene también acento de rebelión. La rebelión de un don nadie para seguir siendo un don nadie que no entiende por qué quieren matarlo. Y todo esto y mucho más en una novela que no llega a las 150 páginas. Las suficientes para contar esto y más. Como el descenso y el ascenso sin vocación de redención de su protagonista.

La novela no está estructurada en capítulo sino en un monólogo interior que nos hace seguir al personaje hasta las últimas páginas. Se agradece que pese a terminar siendo un recadero del Viejo, haga risitas con su decadencia.

O que se tome con humor algo tan serio. Tiene mucho de nihilista, también de tener conciencia que camina por un mundo que da mucho asco, la verdad, aunque la clave de la novela sea la que ya nos anuncia en el título, que muerto el viejo se acabó la rabia.

Saludos, leamos, leamos, leamos, carajo, desde este lado del ordenador

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