Un libro rinde un homenaje sentimental a la vieja Universidad y a la vestusta ciudad de La Laguna

La Universidad de La Laguna es la gran protagonista de La Laguna, un aperitivo infinito, un librito (no llega a las cien páginas) que firma Juan-Manuel García Ramos y que hace el número 7 de la colección Candilejas que presenta la editorial grancanaria Mercurio y que apareció el año pasado quién sabe si con la idea de explicarnos a quienes no lo vivimos cómo se lo montaban en un pasado lejano en el que apenas uno se reconoce.

Se dice que este libro tiene un gran protagonista que es la Universidad de La Laguna porque los protagonistas son profesores de este centro universitario que, reunidos en una cafetería, recuerdan y conversan de sus cosas. Los personajes, no creo que haga falta decirlo, están inspirados en viejos profesores que existieron en la vida real y si se está más o menos al tanto, el lector podrá reconocerlos y ponerles caras, nombres y apellidos a cada uno de ellos aunque no es ésta la finalidad de una narración que hace viajar al lector a otros tiempos, no sé si mejores pero sí que más sosegados, ajenos a las velocidades que el paso de los años y sobre todo el uso de las tecnologías marcan hoy nuestros pasos por este mundo de desagradecidos.

La obra está construida como un coloquio entre amigos. Todos ellos hombres (y una mujer) sabios y relativamente poco díscolos con el régimen que aquellos años dominaba a las Españas. De hecho, uno de los protagonistas del relato llevó camisa azul aunque se trata de uno de aquellos excéntricos personajes que el régimen franquista toleró porque el caballero, pese a sus estudios, permaneció leal a la causa. No se trata de todas maneras el libro de Juan-Manuel García Ramos de una obra política, no nace con el objetivo de desenmascarar ideológicamente a quienes tuvieron la oportunidad de enseñar a una juventud que se había acostumbrado a ver la vida en ese tono grisáceo que domina todo aquel régimen que comenzó a desintegrarse a partir del 20 de diciembre de 1973, pero sí de un relato en el que se evoca el espíritu de una institución tan señera en la ciudad de Los Adelantados como lo fue su Ateneo, hoy por desgracia cerrado tras el atroz incendio que obligó a cerrar sus puertas y que lleva así, cerrado a cal y canto, siete años después de que se produjera la tragedia. Pero, como se sabe, las cosas de palacio van despacio… Y en el caso del Ateneo, demasiado despacio.

Creo que proponiéndoselo, Juan Manuel García Ramos ha escrito un divertimento que protagonizan tres hombres sabios de la Universidad (José María, Felipe y José) y una mujer (Josefina) sentados en un bar situado en los bajos del Ateneo para tomar lo que ellos llaman “un aperitivo infinito”. A lo largo del coloquio, se irán desgranando temas de calado y alguna que otra reflexión que me hizo pensar que estas tertulias por desgracia hoy resultarían impensables. Impensables porque primero nuestros pensadores (¿existen? Y si existen, ¿dónde se encuentran?) ya no tienen tiempo para divagar sobre lo divino y lo humano con un igual y segundo porque el arte de la conversación ya no se estila. Y mucho menos si de lo que se habla es de la misma ciudad de La Laguna, también de su paisanaje, entre vasos de whisky y ginebra con tónica. Para que la bebida no triture el estómago, cae también algo de comer para engañarlo de que está vacío.

La Laguna, se cuenta, fue territorio de tertulias a lo largo de su ya respetable historia. Esta historia, por desgracia, no se reproduce en la actualidad por las razones expuestas aunque confío que alguien, tras la lectura de este librito que reivindica en lo que se convirtió intelectualmente, recupere una tradición en la que además de cruzarse pensamientos también despierta el apetito por la curiosidad. Incluso cuando se cuela en tan altas conversaciones, el chismorreo que en estos casos es algo así como una sal necesaria, un aditivo que medido enriquece el sabor de lo que nos cuentan y de lo que se cuenta.

El libro sirve además para que por él desfilen nombres de personajes y autores que marcaron a sus protagonistas. Hombres sabios que desafían las estrictas normas de su tiempo (años 70 y 80) para divagar en torno a una ciudad que se transforma probablemente para peor mientras pierde unas señas de identidad que no volverá a recuperar.

A través de estos diálogos, el lector irá descubriendo el poso intelectual de una ciudad que, bajo la sombra de la Universidad, fue el núcleo pensador de una isla, de unas islas, tan poco preocupadas por el conocimiento. Y que prefiere perder el tiempo mirando lo que hace el otro antes que lo que hacen ellos mismos. Llámese pleito insular o patética rivalidad con la capital tinerfeña, Santa Cruz de Tenerife. Quizá eso explique el escaso desarrollo de una cultura crítica con “nuestra” realidad, y en la que sus intelectuales (por llamarlos de alguna manera) prefieren pasar el tiempo devorándose unos a otros que uniéndose para cumplir un objetivo común.

En este aspecto, da envidia la verdad contemplar como un puñado de hombres sabios, sabios por lo que saben y sabios por ejercer la humildad de los que saben, conversan y elevan el tono de la charla gracias a las libaciones de bebidas espirituosas, en torno a lo divino y lo humano que hoy, ya se dijo, no existe. Y si existe, es un pálido reflejo de lo que fueron aquellas largas conversaciones de amigos que no sé si arreglaron el mundo pero al menos bebieron y comieron por él.

Saludos, NO AL CIERRE DEL CINE VÍCTOR Y LOS MULTICINES PRICE, desde este lado del ordenador

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