El bebedor de coñac, una novela de José Luis Correa
“El clima de Las Palmas tiene algo de niño caprichoso que se cansa enseguida de un juguete y va corriendo en busca de otro”.
El bebedor de coñac, José Luis Correa (Alba, 2025)
Ya se ha convertido en una costumbre que recién iniciado el año una de las primeras novelas que lea correspondan a la serie de Ricardo Blanco, del escritor grancanario José Luis Correa. Alba Editorial ha tomado la decisión de publicar una nueva entrega cada enero, y los lectores que ya conocemos al personaje pues nos congratulamos porque lo que ha logrado hacer Correa es milagroso. Se dice lo de milagroso porque ya lleva quince novelas dedicadas a su peculiar y algo pachorrón detective privado, lo que convierte la saga en una de las más longevas dentro del género en España.
En las novelas de Blanco además de Blanco intervienen una serie de personajes que forman la segunda familia del personaje, ahí está su novia Beatriz (¿suenan campanas de boda?); Gervasio Álvarez, en su pasado inspector jefe hasta su jubilación y ahora un estrecho colaborador de Blanco e Inés, la eficiente secretaria de este detective que parece de pacotilla pero solo lo parece.
La capital grancanaria vuelve a ser protagonista una vez más de El bebedor de coñac, pero no iba a ser menos porque es aquí donde reside Ricardo y sus amigos. También donde trabaja mayoritariamente aunque a veces, gajes del oficio, tenga que viajar a otro punto de Gran Canaria o se traslade de isla, como es la de Tenerife en Muerte de un violinista.
En cuanto a las novelas, todas las que forman la serie siguen un orden cronológico, la última de hecho transcurre tras la pandemia que nos obligó a estar tres meses encerrados y a vivir con mascarilla cuando nos dejaron salir a la calle. En este sentido, el detective ha ido envejeciendo como el escritor que lo ha creado, lo que une un poco más a José Luis Correa con Ricardo Blanco. Blanco, de hecho, toma la forma de Correa en mis lecturas, pero es que hay mucho del escritor en el personaje. Y entre ese mucho, la afición que tiene el investigador por un buen tenderete. También la de contar en primera persona el clásico relato detectivesco (buscar la solución a ¿quien fue el culpable?) solo que salpicado de canarismos. Canarismos que él que no sea de estas tierras, no les costará entender gracia al contexto en el que se dicen estas palabras.
Alguien ha comparado las novelas de Ricardo Blanco con las de la serie Maigret, pero si tienen algo en común es la capacidad que tanto José Luis Correa como el escritor belga Georges Simenon tuvieron y tienen en retratar la vida cotidiana en una capital de provincias aunque en el caso del primero no pueda extasiarse cómo sí lo hacía el creador de Maigret, en los detalles. Sí que hay una circunstancia que los une, y es que en sus libros lo que importa es lo que sucede a cada rato, aunque ese rato resulte intrascendente para el caso. Caso que al final viene a ser el mismo de otras ocasiones solo que cambiando de escenario y de protagonistas.
En El bebedor de coñac las cosas se disparan un día de Reyes cuando se descubre en un solar de una calle de la capital grancanaria el cadáver de un hombre, Amado Martel, del que se conoce que era “amante del coñac y las vidrieras”. Será el hijo del muerto quien acuda al detective privado para que inicie la investigación. La trama se complica con la desaparición de los dueños de una gestoría y con otro muerto, un profesor de dibujo con apellido extranjero.
Las serie Blanco están formadas por novelas cortas, El bebedor de coñac apenas supera las doscientas páginas y son muy cómodas de leer. Si uno es seguidor de la serie, la lectura se convierte en algo así como volver a encontrarte con unos amigos que ya son casi de la familia. Y en eso tiene mucho la culpa la voz del narrador, que envuelve y permite que uno confíe en ellos. Se tratan además de historias muy blancas, en donde apenas hay violencia. Y si aparece, a veces se despacha al fondo, lo que no irrita el pacifismo que caracteriza el espíritu de la saga.
Una reflexión a modo de final es la de pensar si José Correa está barajando la posibilidad de contarnos en algún nuevo libro la infancia y la juventud de Ricardo Blanco porque nos consta que a su creador no le devora el síndrome de Conan Doyle, que es la de poner fin a su creación. De paso, animo a que el grupo de los investigadores privados de la novela negra y criminal en grancanaria siga ampliándose aunque el actual trío de caballeros sin espadas sigue estando muy bien representado por el Eladio Monroy, de Alexis Ravelo; el José García Gago, de Antonio Lozano y el Ricardo Blanco de José Luis Correa.
Saludos, al borde del abismo, desde este lado del ordenador