Fallece el escritor Luis Alemany
“Sobre la camisa terriblemente arrugada del camarero, una gota de grasa, aun húmeda, le recuerda los vasos de whisky derramados hace un rato en el cabaret; y piensa que no es un rato lo que hace, sino bastante rato, mucho rato, porque aquello ocurrió casi al principio de la noche, a la una y media, o así, cuando aún no estaba con ellos la furcia pelirroja que abre mucho los ojos para comer cada bocado, como si hiciera mucho tiempo que no ve un bistec o unas papas fritas o esas hojitas de lechuga y esas rodajitas de tomate que a Alberto le da la impresión de que deben ser siempre las mismas y que las retiran de los platos vacíos y las ponen en las que llenan de nuevo, porque jamás ha visto a nadie que se las coma”.
Así comienza Los puercos de Circe
Y la rabia es saber que se nos fue, Luis Alemany (Barcelona, 1944-Santa Cruz de Tenerife, 2025), dejando tan poca obra detrás… Aunque qué obra. Solo con su primera y única novela Los puercos de Circe, Luis Alemany ocupa un espacio de honor no solo en las letras canarias del pasado siglo XX, sino también en las del resto de las Españas que, probablemente, ya no reconocía.
Durante algún tiempo, me lo tropezaba en algunos bares que rodean la Plaza de la Paz de la capital tinerfeña, el escenario en la que desarrolla Los puercos de Circe, una novela que si bien en su tiempo significó una pequeña conmoción en el archipiélago, el paso de los años ha logrado que este libro, y sobre todo la edición de Taller Ediciones JB, sea como de culto para generaciones posteriores, esas que vinieron después.
Escribió narraciones como El indulto (Premio Jauja, 1961, Valladolid, 1964) y teatro como Tiempo muerto y ensayo: Una aproximación a la moderna literatura hispanoamericana. Colaboró además con artículos varios en la prensa de las islas y era licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de La Laguna, donde ejerció como profesor de Literatura. También fue profesor de Literatura Española en la Universidad de Rouen (Francia) y en la de Sevilla, en la Escuela Oficial de Periodismo y en la Escuela de Actores de Canarias.
Como autor teatral, Luis Alemany recibió en 1987 el premio Ciudad de La Laguna y fue uno de los mayores conocedores de la obra de Enrique Jardiel Poncela. Ahora, mientras escribo estas líneas, tengo a mi lado un ejemplar de La tourné de Dios (Biblioteca Nueva, 1989), con una larga introducción y notas de Luis Alemany en las que reflexiona entre otros temas “del rápido desinterés de Jardiel por la narrativa”.
Por fortuna, y en contra de la tendencia a estropear los éxitos de otros en este archipiélago poblado de puercos, el pequeño pero agitado como un avispero mundillo literario en Canarias por una vez se puso de acuerdo cuando en 2012 se le concedió el Premio Canarias de Literatura, aunque Luis Alemany ya estaba fuera de todo ese circo y llevaba una vida de ermitaño que solo quebraba cuando alguien se sentaba a su lado en la barra del bar y le daba conversación. En mi caso, sobre libros. Momento en el que deslizaba alguna anécdota que él conocía. Recuerdo como me miró cuándo le confesé mi admiración por Ramón J. Sender. Todavía ando preguntándome si me miraba como un cafre o como un bicho raro en esa ciudad que tanto amó y odió como es Santa Cruz de Tenerife.
Durante unos años me lo solía tropezar en el Imperial o el Metro, que era una taberna alemana con salchichas que se salían del plato. Allí estaba pegado a la barra, tomando un whisky mientras escuchaba con paciencia de cartujo a mi yo niñato contándole las excelencias de Imán, El bandido adolescente, Crónicas del alba.
Una vez me contó una anécdota de don Domingo Pérez Minik, y escribo don porque así lo reconocen y recuerdan la mayoría que lo conocieron, y en esa anécdota, en la que contaba el momento de la detención de don Domingo y de cómo saludó a uno de los captores porque lo conocía de vista en una ciudad donde casi todo el mundo se conocía de vista o era pariente, éste se hizo el loco y miró a otra parte, le retiró el saludo hasta que lo soltaron de su amargo cautiverio y ya en la calle, coincidir por las ramblas con aquel mismo tipo que ahora sí que lo saludaba mientras don Domingo lo mandaba para el carajo por tolete y maleducado…
Hacía años que no veía a Luis Alemany por Santa Cruz, la ciudad que tan bien conoció y que tan bien refleja en su absoluta y pequeña mediocridad en Los puercos de Circe, pero me cuentan que entró en un periodo de olvidarse de todo y de sí mismo estos últimos meses, lo que precipitó su encuentro con esa Señora que nos espera con paciencia cualquier día de estos a todos nosotros. Y me entra la rabia. La rabia porque dejara tan poca obra detrás. La novela, algunos cuentos, teatro, los artículos en prensa…
Alguien, no Luis Alemany, me comentó una vez que estaba preparando la segunda parte de Los puercos de Circe y si esto fuera cierto y no una de las leyendas que rodean al personaje, hizo bien en no contar esa historia…
La etapa final nos presenta al escritor vagando por esta capital de provincias. Dejando atrás (y así lo veo ahora) los viejos tiempos en los que se convirtió en un habitual de la barra del bar del Hotel Mencey disfrutando de un whisky en el que tintineaban los cubos de hielo dentro del vaso. Y es que Luis Alemany tuvo estilo hasta en eso. En cómo se debe beber un whisky no solo en el bar del Mencey sino en cualquier otro, por mal iluminado que esté. Además, y nunca se lo pregunté, siempre lo vi sentado frente a la barra del bar. Nunca, nunca sentado ante una mesa…
Pero son cosas que me asaltan mientras paseo la mirada por las páginas de Los puercos de Circe y leo “Al sentarse en el inestable taburete del mostrador, Alberto se da cuenta de que hace mucho tiempo que no le da la ventolera de venir solo a un cabaret”.
Y si existe paraíso, edén o como se quiera llamar, me gusta pensar que ahora está ahí Luis Alemany sin alas en la espalda y mucho menos un arpa entre las manos. En mi paraíso, edén imaginado Luis Alemany está sentado tras la barra del bar mientras agita un vaso de whisky en los que los cubos de hielo crepitan.
Y entonces todo tiene sentido.
O no.