Fallece el escritor, poeta, ensayista y traductor Andrés Sánchez Robayna
Fallece el escritor, poeta, ensayista y traductor, Andrés Sánchez Robayna (Santa Brígida, Gran Canaria, España, 17 de diciembre de 1952- La Laguna, Tenerife, 11 de marzo de 2025), una de las voces más destacadas en lo literario que se han dado en las islas y quizá por ello, silenciado en su propia tierra, donde en los últimos tiempos formaba parte de las quinielas al Premio Canarias de Literatura sin que se lo llevase aunque en los corrillos se comentaba que lo conseguiría este mismo año en el que descansa en paz tras una irreprochable trayectoria como escritor, poeta y traductor, sin olvidar la de maestro. Fue catedrático de Literatura Española en la Universidad de Las Laguna, donde supo rodearse de un grupo de alumnos que a partir de entonces lo reconocían como mentor.
De hecho, me entero de su fallecimiento esta misma mañana de boca de uno de sus pupilos más aventajados y la noticia corre como la pólvora, mientras anonadado me pregunto qué demonios está pasando porque en los últimos días nos han dejado una serie de escritores, historiadores y periodistas canarios (Luis Alemany, Luis Alberto Anaya Hernández, Antonio Arozena Concepción) que, a los que los seguimos con el respeto debido, sus ausencias suponen un golpe bajo y, al mismo tiempo, un luto gigantesco para las letras que se escriben desde este archipiélago.
Con Andrés Sánchez Robayna se va uno de los más grandes, Y por ser de los más grandes, un autor poco o nada reconocido en su propia tierra, lo que obliga a pensar en lo que está pasando en las letras que se escriben a este lado del Atlántico.
Mis recuerdos de Andrés son escasos, aunque fue siempre una persona respetuosa con quien ahora escribe estas líneas. Hace muchos años, me prestó un libro para poder ilustrar con la portada un artículo en una operación periodística de las que tendrían que hacer historia en la historia del periodismo cultural de estas tierras. Y viajamos juntos en un avión de Binter a la isla de La Palma para asistir a una edición (no recuerdo cual) del Festival Hispanoamericano de Escritores, momento en el que hablamos de lo difícil que fue dar clases virtuales durante lo que duró el confinamiento, Jorge Oramas, pintor que reivindicó siempre, y de otras historias que ahora no vienen al caso.
Supe de su reciente jubilación, y de que cedió su enorme biblioteca a la de la Universidad de La Laguna. También de una enfermedad que llevaba arrastrando y que se le complicó con el corazón que dejó de latirle dentro del pecho hace apenas unas pocas horas.
Da miedo enfrentarse a su currículo, gigantesco y en el que el poeta y escritor tocó casi todos los palos.
Cursó estudios de Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona, en la que se doctoró en 1977 con una tesis sobre la poesía de Alonso Quesada, de quien se celebra este año el centenario de su muerte, y autor en el que estaba trabajando para una futura edición que ahora se quedará colgando en el aire… Fue también un conferenciante de prestigio y profesor en diversos centros y universidades de Europa y de América.
En 1976 fundó y dirigió la revista Literradura (Barcelona), de la que salieron doce números y en 1983, en Tenerife, de la revista Syntaxis que se publicará durante diez años. También desempeñó la dirección de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Tenerife cuando funcionaba como sede de verdad y dirigió el Departamento de Debate y Pensamiento del Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM), de Las Palmas de Gran Canaria y el Taller de Traducción Literaria de la Universidad de La Laguna, andadura que este año debe celebrar su 30 aniversario.
Como escritor, ensayista y poeta deja una obra de alto calado intelectual y entre las que se encuentran títulos como Palmas sobre la losa fría (Cátedra, 1989); El libro, tras la duna (Pre-Texto, 2002), que fue reeditado en 2019 por Sexto Piso, con prólogo de Yves Bonnefoy; La sombra y la apariencia (Tusquets, 2010) y Por el gran mar (Galaxia Gutenberg, 2019), en poesía. En 2023 y también en Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, presentó En el cuerpo del mundo: obra poética (1970-2022) aunque su obra más reciente es el ensayo Las ruinas y la rosa (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2024).
Entre los premios que reconocieron su trabajo a lo largo de todos estos años contaba con el de la Crítica (1984) y el de Traducción entre Lenguas Españolas (1982). De Canarias, muchos eran los que se preguntaban y preguntan la razón de que no recibiera ninguno, pero ya se sabe que nadie es profeta en su tierra y en el caso de Andrés Sánchez Robayna el dicho se hace tan real como la vida misma.
Entre las ediciones de autores canarios que estuvieron a su cargo se encuentran títulos como Antología poética de Alonso Quesada (Plaza y Janés, 1981); Museo atlántico. Antología de la poesía canaria (Interinsular Canaria, 1983); Canarias: las vanguardias históricas (Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, 1992); Obras completas de Domingo López Torres, en colaboración con C. B. Morris (Cabildo Insular de Tenerife, 1993) y Las rosas de Hércules de Tomás Morales. (Mondadori, 2000), entre otras. Tradujo, además, a poetas como Wallace Stevens y Paul Valéry.
Despedimos esta necrológica con un poema escogida al azar entre los muchos que escribió. Se titula El nombre de Virgilio, donde propone una reflexión que a todos nos marca aunque no pensemos en ella hasta que aparece y nos lleva…
En los muros, las páginas del tiempo,
vuelve a escribir el nombre de Virgilio.
… … … … … … … … … … … … … …
El polvo llega hasta tus ojos ciegos.
Los latidos del mar son tus latidos.
En este mismo instante silencioso
las muchachas conversan en el atrio,
corren alegres entre las columnas.
Desaparecen en un parpadeo.
Viste alzarse el tobillo en la carrera,
desprenderse la túnica amarilla
en medio del calor (la tarde gira
sobre sí misma en aquel cuarto en sombras),
la mentira y la muerte en la sonrisa
del senador, la amarillez del cínico,
la hoja vibrátil en la luz de agosto,
las formas monstruosas de las nubes
antes de la traición, la garza, el chopo
ligero en la mañana de noviembre,
y otra vez aquel cuerpo que brillaba
entre las olas imperecederas,
el sol de nuevo sobre las colinas,
el tiempo del horror y de la sangre.
Dijiste: el polvo reina, el polvo sobre
el reino del amor y la ceniza.
Cruzan cigarras pero ya tus ojos
se van tras los racimos transparentes,
tras la viña tomada por el polvo,
el oro, el sol que brilla entre los siglos.
Todo tiempo es un tiempo de terror
y de esplendor. Los signos en el muro
dicen el nombre de Virgilio. El tiempo
se ha detenido para ver su obra.
… … … … … … … … … … … … … …
Abre los ojos. Ya no existe el nombre
que escribiste con mano temblorosa.
Sobre tu sueño nada sabes. Sólo
el sol, el tiempo, el nombre de Virgilio.
en Palmas sobre la rosa fría (1986-1988).