Fallece el periodista Antonio Arozena
Antonio Arozena Concepción pertenecía a una generación de periodistas que, por desgracia, ya no volverán. Lo conocí a través de un amigo común y con él pasé unos cuantos días en Madrid en una pensión próxima a la plaza de Santa Ana que no tenía aires, la pensión, de novela de Galdós, afortunadamente.
Antonio fue una especie de embajador en Madrid y abrió, con otros socios, un pub que no sé si estaba en la calle de Hortaleza o de Fuencarral… O quizá fuera otra que ahora no recuerdo, pero que bajo el nombre de Guatatiboa reunió a la colonia de estudiantes canarios que hacían que estudiaban en la capital de España. Conocí el pub ya cerrado a cal y canto aunque mantenía el nombre.
Mucho tiempo después, pero ya en Tenerife, me enteré por el mismo Antonio que se había enfrascado en aquel proyecto como en otros tantos. Uno de ellos fue organizar recitales en un pub que ya no existe en Santa Cruz de Tenerife, el Delfos se llamaba, y en el que hice mis primeros pinitos para presentar a un amigo poeta. El pub Delfos editaba una plaquette de las lecturas y debo de conservarlo por algún lado. También se metió en otros proyectos editoriales y daba gusto hablar con él de literatura canaria, porque conocía a todo el mundo.
Hacía mucho tiempo que no lo veía aunque a raíz del fallecimiento hace unos días de Luis Alemany, con el que llegó a compartir piso por Tomé Cano, en la capital tinerfeña, quise llamarlo para contrastar la noticia pero me di cuenta que no tenía su número de teléfono. Me lo proporcionó un amigo común, que me advirtió que era muy difícil que lo cogiera (casi nunca lo hacía) no porque no quisiera hablar con nadie sino por una enfermedad que lo había desmoralizado tanto en lo físico como en lo espiritual. Y si algo tuvo el Antonio Arozena que conocí fue espíritu.
Periodista en Diario de Avisos, donde desempeñó muchas funciones, entre otras las de Jefe de Cierre y Jefe de Edición, Antonio era de los que salía siempre a última hora, a altas horas de la noche, momento en el que se reunía con todas aquella fauna de plumillas que le robaban horas al sueño en los bares que no cerraban hasta bien entrada la madrugada en una hoy irreconocible capital tinerfeña.
Me entero de su fallecimiento por una entrada de su compañero y amigo Erinque Getino subida en su cuenta de Instagram y me llena la congoja, porque con él se va un tipo generoso, que siempre estuvo ahí cuando necesité de su ayuda. Estos y no otros son los compañeros de verdad, es una lección que te enseña la vida mientras avanzas por ese sendero cada vez más pedregoso que es el que marca el puñetero paso del tiempo.
Así que se trata de una pena grande no solo la que ahora llevo dentro sino también la que tendría que sentir un oficio en el que tipos como Antonio siempre fueron esenciales y quizá por ello, qué ironía, los primeros de los que se tenía que prescindir.
En fin, quiero imaginármelo ahora compartiendo un whisky con Luis Alemany en un bar llamado Edén mientras se ríen de los que estamos aún aquí sin darnos cuenta que la vida además de ser un carnaval es un mal chiste creado por un pésimo humorista que se llama Dios.
Hasta la próxima, Antonio.