Los seductores, una novela de James Ellroy

No es fácil aproximarse a la literatura de James Ellroy sin que el lector resulte quemado. Y no por la extensión de sus novelas, por norma general superan las cuatrocientas páginas; ni siquiera por el número de personajes que en ella intervienen y que obliga a que se añada en cada uno de los ejemplares el clásico y socorrido Dramatis Personae, sino porque ante tanto exceso, si el lector no está pendiente en lo que lee, es prácticamente seguro que se pierda en esta maraña de problemas que asaltan a los protagonistas. En Los seductores (Random House, 2025), ese canalla con buen corazón que es Freddy Otash, o Freddy O., ex policía y ahora detective privado, además de drogadicto y chantajista por cuenta propia.

Los seductores está narrada en primera persona, y quien nos habla es Otash, un indeseable, sí, pero como otros muchos personajes de James Ellroy, un tipo que esconde un corazón entregado al amor. En esta novela, corazón que se reparten dos mujeres fuertes, de esas que no necesitan caminar solas de noche en los barrios más salvajes y deprimidos de la ciudad de Los Ángeles.

Esta no es la primera novela en la que aparece Freddy Otash, un personaje que, según el mismo escritor, existió en la realidad aunque no tiene nada que ver con el que describe en Los seductores, que es un monumento a la ficción en toda el sentido de la palabra ya que además de los personajes de ficción intervienen otros que sí existieron en realidad como Marilyn Monroe y John y Robert Kennedy, entre otros.

La novela se desarrolla en el año de 1962 y la acción se dispara cuando el líder de los sindicatos, Jimmy Hoffa, requiere los servicios de Otash para que husmee en la casa de la Monroe, fallecida recientemente. Hoffa quiere que Otash encuentre pruebas que incriminen en esa muerte a los hermanos Kennedy con la idea de poner freno a la investigación que Robert, como fiscal general de los Estados Unidos, ha emprendido contra Hoffa, pero esto es solo el punto de partida ya que la novela se complicará más adelante con la aparición de un asesino serial, robos y ejecuciones y una ciudad, Los Ángeles, en la que habita toda clase de fauna menos la de los ángeles, precisamente.

Como novela, Los seductores me parece mucho mejor que Pánico, el anterior en el que aparece también como protagonista Freddy O, aunque canse y en ocasiones incluso enoje la manía que tiene James Ellroy con algunas de las estrellas del Hollywood de aquellos años. Si en Los seductores arremete contra la “superficial” Marilyn Monroe; en Pánico hizo lo mismo con James Dean. Ambos actores son triturados por el escritor y no solo por el lenguaje salvaje que caracteriza el estilo de un narrador que a pesar de escribir novelas tan generosas en páginas, ha terminado por crear un universo literario retro y en el que básicamente no existen las comas.

La novela toda está escrita con frases cortas, hirientes, de las que emanan litros de sangre. Todo veloz, casi telegráfico. Puede hacer sospechar que está escrito con alma de improvisador nato pero no se dejaran engañar porque todo el universo de Ellroy está atado y bien atado, solo que a mi, que soy ellroniano tras descubrirlo por La dalia negra, comienza a cansarme por repetitivo. De hecho, a veces tengo la sensación durante la lectura de Los seductores que eso mismo lo leí en otra obra del escritor. En especial, porque hasta la fecha sus historias se mueven en marcos cronológicos muy concretos como son los años 40 y 60.

Si bien con Los seductores el escritor parece que recuperar el pulso que perdió en sus últimos trabajos, no termina esta novela sin embargo de tener el acabado que sí tuvo con su primera tetralogía (La dalia negra, L.A. Confidential, El gran desierto y Jazz Blanco) y la que desarrolla en los años 60 con América, Seis de los grandes y Sangre vagabunda, aunque el escritor tocó el cielo cuando todavía no era famoso con las tres historias que dedica al policía Lloyd Hopkins (Sangre en la luna, A causa de la noche y La colina de los suicidas) y Réquiem por Brown, su primera novela. En todas ellas, en las mejores como en las peores, supura las pesadillas del autor, un tipo al que le gusta rebuscar en las basuras del pasado reciente de la ciudad en la que nació y en la que asesinaron a sangre fría a su propia madre.

Los expertos no se cansan en resaltar de la novelística de Ellroy su afición por lo grotesco y su gusto por presentarnos personajes que no tienen moral. En este sentido, no existen los buenos ni los malos en su literatura, lo que quizá sea uno de los rasgos más destacable de lo que escribe aunque si bien en sus primeros títulos parecía que salían del corazón ahora da la sensación que salen de otro lado, y todo apunta al que extiende el cheque para cobrar a primero de mes. Así que lo que antes parecía auténtico, ahora parece impostado. Es decir, que las historias retorcidas y tremendamente complejas que narra, saben a falsas, carecen de la autenticidad con que las escribía en el pasado.

Con todo, Los seductores resulta por goleada de lo mejor que ha escrito recientemente. No hay sin embargo en esta novela como si lo hubo en otras, un gol, un capítulo, que me revolcara, que me arrastrara hasta la orilla hecho un guiñapo pero se agradece el intento. Casi parece como si James Ellroy pretendiera reconciliarse con sus primeros lectores, los que lo descubrimos cuando apenas era conocido en el género y terminamos por reivindicarlo porque contando historias noir con ambiente retro, proponía una nueva lectura, oscura, muy oscura, de su ciudad, Los Ángeles, en los 40 y 60.

Al desarrollar su trabajo en L.Á. es inevitable que en la historia aparezcan actores y actrices, cineastas también, de aquel Hollywood que ya no volverá, y ante el que no cae cegado el escritor, quien se empeña en transformar aquel glamour en basura. A Ellroy no le tiembla la mano al hacer ficción con las estrellas de un cine que, en esta novela, además de quedar conmocionado con la desaparición de la Monroe, mira cómo se desmorona la Twenty Century Fox por el costosísimo rodaje de Cleopatra.

Y sí, son elementos que dan fondo a la novela, pero también están muy presentes en las diez partes en las que está estructurada y que se ocupan de un arco crononológico que comienza el 4 de agosto de 1962 y termina el 29 de septiembre del mismo año. Una carrera contra reloj en la que están si no todos, sí que muchos de los grandes protagonistas (reales y de ficción) de un tiempo que en manos de James Ellroy se drenan de todo esplendor y convierte al Hollywood, fábrica de sueños, en un Hollywood que es una fábrica de pesadillas.

Saludos, de visita por la ciudad del pecado y la corrupción, desde este lado del ordenador

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